Una Mongolia en la que poco queda de la gloria de Gengis Kan, con una rampante corrupción política, unos recursos naturales explotados por empresas extranjeras y donde “está desapareciendo” el modo de vida nómada, con tradiciones ancestrales (entre ellas, el abandonar a sus muertos en la estepa o el amor nómada, léase amor libre). Es el insólito escenario de novela negra que el francés Patrick Manoukian (Meudon, 1949) eligió, por su “dimensión chamánica” y tras descartar la Patagonia, Islandia y Alaska por ya explorados, para ambientar una de sus trilogías, la que firma con el seudónimo de Ian Manook, protagonizada por el comisario Yeruldelgger y con medio millón de ejemplares vendidos.

Manook cierra la serie con ‘La muerte nómada’ (Salamandra), donde Yeruldelgger abandona la policía y la capital, Ulán Bator, hacia la estepa, en busca de paz espiritual. “Quería un protagonista original, que fuera mineral, granítico y sólido como Mongolia, y me inspiré en un personaje de unos escritos antiguos, Donnelly, que era policía de Brooklyn”. Yeruldelgger, que se crió con un monje shaolín, “intenta resolver los problemas respetando la tradición, pero se da cuenta de que no puede y se ve obligado a ser más violento de lo que desea”. Al final del primer libro, ‘Muertos en la estepa’, “es un hombre enfadado”. En el segundo, ‘Tiempos salvajes’, “está enfadado por estar enfadado y resuelve los casos al precio de perderlo todo: el respeto por la tradición, parte de su familia, amigos y su trabajo”. “El tercer libro lo escribí porque no podía dejarle así, porque quería rodearlo de mujeres, que tienen un papel excepcional, e insistir en el lado oscuro de algunas tradiciones”, dice Manook, que en una decisión militante dio a mujeres roles tradicionalmente masculinos en su trilogía negra americana. Tiene otra islandesa, y ensayos y libros de viajes...

Culto al olvido

Porque Manoukian, empresario de éxito y viajero, aunque escribía desde los 15 años, no empezó a publicar hasta los 65. “Soy perezoso y caótico, y escribía, pero no acababa nada -se excusa-. Hasta que mi hija pequeña, que lo leía todo, a los 19 años se enfadó y me dijo que no leería nada más mío si no terminaba las historias”. Y se comprometió a escribir dos libros al año de distintos géneros y con seudónimos diferentes.

‘La muerte nómada’ descubre un mundo a caballo entre el pasado y el presente. “En Occidente tenemos un culto al recuerdo, construimos lugares especiales para los muertos, ponemos lápidas, sentimos culpa si no vamos a ver la tumba de los padres... La tradición nómada es lo opuesto, un culto al olvido: la tradición de los mongoles consiste en abandonar los cuerpos en la estepa de forma que no se puedan encontrar y para que los animales salvajes se los coman y liberen el alma que, para ellos, está en los huesos, y así el espíritu, libre, pueda volver a la naturaleza”.

"Tienen la mayor mina de oro y cobre del mundo pero la explotan australianos y canadienses"

“El nomadismo no es algo idílico, como creemos los occidentales -continúa-. Es una técnica para sobrevivir en un ambiente hostil: en la estepa o los desiertos. Y la tradición transmite las reglas para sobrevivir”. Y cita un ejemplo: cuando un viajero se va de la yurta (vivienda transportable de tela) alguien debe acompañarle un rato para ver en qué dirección se marcha por si este se pierde y hay que salir a buscarle.

“En Mongolia (como en Islandia), no hay grandes crímenes ni asesinos en serie. Pero sí se percibe un conjunto violento”, avisa. “Desde el 2000 hay dos desgracias. La blanca: un invierno de 40 grados bajo cero. La negra: un verano a más de 40 grados. Es insostenible y mata a millones de animales. Eso deja a las familias nómadas sin recursos. Porque estas tienen un rebaño de unas 50 cabezas, entre ovejas, cabras, caballos, camellos y yaks, que significan transporte, leche, carne, pieles, calefacción (con la quema de excrementos)... Si pierden su rebaño no pueden subsistir”, explica.

"Mi abuela fue víctima de la diáspora armenia. Masacraron a su familia y ella fue deportada al desierto de Siria donde la esclavitud la salvó de la muerte"

Como ocurre en la novela, la solución para algunos nómadas abocados a la pobreza es convertirse en mineros ‘ninja’. “Es un país que han expoliado durante 50 años sin construir una industria alternativa. Tienen la mayor mina de oro y cobre del mundo. Pero la explotan australianos y canadienses, que dan trabajo a 10.000 mongoles y, por ello, dicen, no tienen por qué pagar impuestos. Pero la gente no sabe que ese conglomerado opera en otras minas del mundo sin trabajadores. En Australia, tienen una mina que funciona solo con ocho ingenieros informáticos a 800 kilómetros de distancia, todo está robotizado. Así, que en un tiempo los mongoles no tendrán trabajo y en 40 años la mina dejará de dar rendimiento”.

Esto trae conflictos geopolíticos en potencia, alerta Manook. “Esa mina consume tanta agua como todos los hombres y animales juntos del sur y para alimentarla han accedido a la capa freática y están pensando en alterar el cauce del río en el norte para llevar al sur un agua que quedará contaminada por metales pesados. Para ello necesitan la del lago Baikal y los rusos están en contra. Pero a China sí le interesa que llegue el agua al sur porque el desierto de Gobi avanza unos ocho metros al día hacia Pekín y si no lo frenan, en 20 años, acabará bajo la arena”.

Tres capitales en una

Otras familias nómadas acaban engrosando la cifra de 600.000 refugiados interiores alrededor de la capital, Ulán Bator, mezcla, comenta, de capital espiritual ligada al budismo, moderna capital emergente llena de hombres de negocios de todo el mundo, y de la olvidada capital soviética que fue durante 75 años. “Porque a cada familia refugiada, el Gobierno le da allí 700 metros cuadrados de tierra”, añade, pues la ciudad recibe subvenciones internacionales proporcionales a la población que tiene. “Pero muchos nómadas venden ese terreno a los especuladores y se quedan sin forma de vivir”.

Ahora Manoukian trabaja en una saga histórica inspirada en su abuela, víctima de la diáspora armenia. “Cuando tenía 10 años su familia fue masacrada y ella, deportada al desierto de Siria. Allí la abandonaron para que muriera. Pero salvó la vida porque un rico mercader sirio que casaba a su hija le regaló una esclava. Esa esclava fue mi abuela. Lo que la salvó de la muerte fue la esclavitud. Y vivió casi 80 años gracias a esa ironía del destino”.