Si un deporte tan abstruso como el béisbol sirvió para que maestros de la metaficción americana como Robert Coover (The Universal Baseball Association) y, sobre todo, Don DeLillo (el largo partido en perspectiva múltiple de Submundo) organizaran artefactos literarios que funcionan como alambicadas metáforas de la creación de un universo con sus propias reglas, en Anatomía de un jugador, Jonathan Lethem (Nueva York, 1964), más que un alumno aventajado, apuesta por el backgammon. Los números del dado del juego nombran los capítulos de la novela, como si esta fuera la manifestación del azar que guiará a su protagonista, Alexander Bruno, jugador de partidas de alto nivel que, al filo de cumplir los 50, empieza a ver una mancha en su campo de visión que dificulta sus triunfos. Un tumor, pues, al borde de los ojos que le amenaza con una ceguera inminente.

Lethem narra una partida de backgammon con la emoción de una timba de póker, y deja que la mezcla de azar y estrategia que sustentan el milenario juego se filtren en una novela que oscila precisamente entre la arbitrariedad y el control. Esto puede ocasionar cierta confusión en el lector acostumbrado a que las semillas que planta un escritor crezcan unas cuantas páginas más allá, tengan una funcionalidad narrativa. Por poner un ejemplo, si Bruno tiene ocasionales poderes telepáticos, ¿por qué no proyectan en el relato todas sus posibilidades argumentales? Aparecerán, sí, cuando el lector prácticamente los haya olvidado, desafiando sus expectativas, como si la auténtica estrategia de la novela fuera pillar desprevenido a su contrincante. Además de apostar por una literatura que no acaba de decidirse entre cultivar el registro neoclásico y el lúdicamente pop, Lethem combina con maestría la acumulación de incidentes y de personajes pintorescos, a lo Thomas Pynchon, con la digresión -por ejemplo, el episodio que cuenta, con toda profusión de detalles, una fascinante operación quirúrgica- y los callejones sin salida.

ANIMAL DEFORME

«Piense en su cara como una puerta. Una puerta que nunca se ha abierto», le espeta el cirujano a Bruno antes de operarle. Lo que viene después, con una cara nueva y en San Francisco, la ciudad que Lethem conoce tan bien, debería ser una novela sobre la identidad mutable, sobre la búsqueda de un Yo que, abismado, se enfrenta a una realidad que le devuelve una imagen desconocida de sí mismo. Pero Anatomía de un jugador es solo eso de una manera superficial, porque lo que aquí se torna mutable es la propia identidad de la novela, que se descuajeringa como en la matanza de un cerdo hasta que ya no sabemos qué son pezuñas, lomos, orejas. Un animal deforme que mezcla la novela de espías con la historia detectivesca y con la odisea existencial recorrida por un oblicuo, imprevisible sentido del humor.

En un momento del libro, se cita El gran Lebowski de los Coen, y no es difícil imaginar a Bruno como una versión sofisticada de El Nota, más cerca de una réplica biodegradable de James Bond que de un fumeta melenudo. Tal vez menos simpático, o menos carismático, o más pendiente del valor de cambio de su apariencia, pero tan enigmático como aquel as de la bolera que nunca vemos jugar a bolos, y que se ha convertido, con el tiempo, en el más pynchonesco de los personajes que han salido de la mente de los Coen.

‘ANATOMÍA DE UN JUGADOR’

Jonathan Lethem

Random House

Trad.: Cruz Rodríguez

350 págs. 21,90 €