«La democracia le sienta bien a la novela negra», escribía en Sangre en los estantes el desaparecido librero Paco Camarasa, eminencia de lo negro y criminal. «A las dictaduras no les gusta la novela negra», añadía, apuntando aquello de que «con Franco no pasaba». Porque lo que no pasaba tenía que ver con las vergüenzas de la sociedad, la existencia de un mundo marginal y violento o de una policía corrupta, temas que en años de tardofranquismo y tras las primeras elecciones democráticas de 1977 empezó a denunciar y a retratar, a través del género negro, una nueva generación de autores.

En sus filas usaban certeras balas de tinta Andreu Martín, Juan Madrid, Francisco González Ledesma, Jorge Martínez Reverte, Jaume Fuster o Manuel Vázquez Montalbán, este con su icónico Carvalho, con el que desde Tatuaje (1974) se alzó en el abanderado de las historias ambientadas en aquella transición que ellos vivían y llevaban al papel con lupa crítica.

«Los que incurrimos en el pecado de escribir con las claves de la novela negra en aquella época pensábamos que vivíamos en una sociedad corrupta y dábamos cuenta de eso», explica Martínez Reverte (Madrid, 1948), creador del periodista Julio Gálvez, que inauguraba serie en 1979 con Demasiado para Gálvez. Para él, la novela negra «era un estupendo ejemplo de novela realista, algo así como una actualización de Galdós», y en ella cabían temas como la corrupción inmobiliaria o la explotación de los inmigrantes.

Destaca también la violencia urbana, el peligro de las bandas como la del Vaquilla o las de ultraderecha o la corrupción en altas esferas, Martín (Barcelona, 1949), quien en 1980 se consagraba con el premio Círculo del Crimen gracias a Prótesis (que Vicente Aranda llevó al cine como Fanny Pelopaja). «Nos pusimos a hacer crítica social y política -constata-. La novela negra debe analizar la realidad mediante la imaginación, profundizando en los grises de la sociedad. Nos hace tomar consciencia de que convivimos con asesinos, ladrones, estafadores... Y la novela negra debe preguntarse porqué existen», afirma quien desde entonces refleja la Barcelona más negra (con títulos como El Harén del Tibidabo). «Rompíamos esquemas -añade-. Lo explicó muy bien Vázquez Montalbán, que escribió Tatuaje como reacción a la novela estructuralista francesa, en la que solo importaba ser revolucionario con la estructura pero prescindía de contar historias. Y nosotros queríamos contar historias y mostrar nuestra realidad». Aquel primer Carvalho fue una bocanada de aire fresco. «Antes de morir Franco había novela policiaca pero no era provocadora ni de denuncia social».

Tras Martín, en aquel premio Círculo del Crimen quedó finalista Juan Madrid (Málaga, 1947), con Un beso de amigo, espejo del Madrid violento y oscuro de la transición y donde nacía su expolicía Toni Romano (la reedita Alianza). «En los 80 aún quedaban restos del franquismo y de un país miserable, con barrios marginales y pobres -recuerda el también guionista de Brigada central»-. Los escritores no escribían de su mundo pero yo creía que debían mostrar la realidad y reflejé aquella España. No me interesaba descubrir un crimen sino mostrar personajes en conflicto, en crisis, y los problemas y corrupción del sistema político y económico...».

González Ledesma (Barcelona 1927-2015), con su comisario Méndez, con el que ganó el Planeta en 1984 con Crónica sentimental en rojo, fue, como Vázquez Montalbán, cronista de aquella Barcelona negra y marginal. Con un personaje «de modales franquistas, curtido en el antiguo régimen, pero con corazón muy de izquierdas denunciaba las cloacas del poder. Lo que menos importaba era el crimen. Lo esencial eran los personajes y la descripción del entorno, en este caso el urbano, que es donde estaba el poder», explica su hija Victoria González Torralba, que en el 2017 firmaba la precuela Llámame Méndez.

TRANSGRESIÓN

Con 21 años, en 1948, a su padre el franquismo le censuró y le prohibió publicar. «Y se vio condenado a escribir las novelas alimenticias del Oeste con el seudónimo de Silver Kane. En la dictadura, con ellas hablaba de sheriffs corruptos y y caciques -recuerda su hija-. Con el fin de la dictadura, la novela negra fue su forma natural de canalizar aquella denuncia, fue una liberación».

Destaca Martín «la época de transgresión tras morir Franco. Hubo una lluvia de anarquismo, se vendía absenta en la calle, descubrimos los porros, el sexo, todo valía... Ese grito de liberación y ese espíritu de libertad estaba en aquella novela negra».