Como si de una película de intriga se tratase, el principal personaje del más reciente poemario de Enrique Villagrasa hace demorar su aparición; no en vano el libro, editado por Igitur, se titula La poesía sabe esperar. Porque la gran protagonista es la propia poesía como objeto de los poemas, a través de los cuales el autor dibuja y construye una rendida declaración.

Hasta que llega ese momento, Enrique Villagrasa va construyendo un camino con unos poemas marcados por el paisaje geográfico y del recuerdo -ambos confluyen en la Burbáguena natal del autor-, en donde los versos se sostienen con la intensidad de las sensaciones. «La belleza tiene capacidad crítica», señala Villagrasa. Pero ese recorrido toma un giro, curiosamente tras una serie de poemas de trasfondo quijotesco, para llegar ante el gran tema que domina el libro, la poesía misma.

«El poeta es un amante apenas correspondido», confiesa el autor en uno de esos poemas en los que se coloca frente a frente con la poesía. Y de igual modo que han hecho otros a lo largo de la historia de la literatura, intenta encontrar su definición mejor con la palabra. Es lo que le lleva a proclamar en otro de los poemas: «La poesía es más que la vida: / es la resurrección, toda sabiduría». Y a pesar de que en algunos momentos la personifica casi como una belle sans merci, también muestra su cara más generosa y redentora.

De este modo, la palabra se torna poética para hablar de la poesía. Para ello Enrique Villagrasa echa mano de un muy variado catálogo de referencias y registros, desde los endecasílabos que abren el libro -y que forman dos sonetos sin rima pero con estrambote uno de ellos- hasta la anotación casi prosaica de un diario, pasando por el verso que despliega su sonoridad acompasada a la plenitud que anima al poeta. Y por encima de todo la poesía, que sabe esperar.

La poesía sabe esperar

E. Villagrasa

Editorial Igitur