No hay quizá mejor representante de la bohemia como Pedro Luis de Gálvez, insigne personaje que se movió por los extremos de los siglos XIX y XX haciendo de su vida una obra de arte en consonancia con su ideario estético, y de sus andanzas caldo de cultivo para la leyenda y el mito. Su obra literaria se mantuvo por razones diversas en un plano marginal del que ha ido emergiendo, sin perder no obstante su tono provocador y original.

Pero la recuperación de Gálvez aún no ha terminado, como demuestra la publicación de La Cochambrosa, su primera novela, aparecida originariamente por entregas en el Heraldo de Cádiz en 1905 y reencontrada por Javier Barreiro, esforzado especialista y uno de los responsables de preservar la memoria de Gálvez y tantos otros artistas del hambre compañeros suyos. La edición de Renacimiento, que evoca líneas clásicas de composición tipográfica, es el marco ideal para la obra.

La novela se desarrolla límpidamente por los cauces de la literatura bohemia, y en ella Pedro Luis de Gálvez describe con brío a Elías JIménez, aspirante a artista de una familia humilde emigrada a Madrid hechizada por sus cantos de sirena. Se adivinan sin esfuerzo rasgos biográficos del autor y también del espíritu de la época, con un marcado desarraigo existencial propio de los artistas del momento.

Gálvez combina la descripción con las disquisiciones estéticas y la narración dinámica con un estilo que trasciende el modernismo y alcanza el expresionismo. La historia se queda a un paso de la caricatura en su patetismo de folletín, aunque aguanta bien el punto de vista del lector actual, mucho menos dado a impresionarse que el de principios del siglo XX; del mismo modo, el mensaje desesperanzado y amargo que albergan estas páginas --La Cochambrosa del título no es sino la vida misma-- también se mantiene con toda su fuerza.

LA COCHAMBROSA

Pedro Luis de Gálvez

Renacimiento