El 7 de enero del 2015 el periodista y comentarista de temas culturales Philippe Lançon tomó una decisión que iba a cambiar su vida para siempre aunque él ignoraba que iba a ser así. Esa mañana fría, tras haber escuchado a Michel Houellebecq hablar de ‘Sumisión’, su controvertido nuevo libro, en la radio y de comunicarse con su novia chilena, con la que esperaba reunirse en Nueva York tras hacerse cargo de su nueva plaza en Princeton, Lançon cogió su bicicleta. Subido en ella no sabía si iría primero a ‘Libération’ o a ‘Charlie Hebo’, sus dos lugares de trabajo. En plena marcha triunfó -sin saber muy bien por qué- la segunda opción y así se convirtió en un superviviente de la matanza de los hermanos Kuachi. El tiroteo convirtió la parte inferior de su boca en un amasijo y desde entonces hasta ahora ya no cuenta las operaciones, que quizá sean más de 20. Ese proceso de reconstrucción que le convirtió física y anímicamente en otro hombre es el que se cuenta en 'El colgajo' (Anagrama) con un estilo íntimo y reflexivo. Hoy su fotografía aparece en la solapa del libro. Un rostro normal.

¿Sintió que debía escribir este libro? ¿Qué le llevó a abordarlo?

Antes de plantearme su escritura hice una serie de crónicas desde el hospital para 'Charlie Hebdo', simplemente para fortalecer y reafirmar mi capacidad como periodista. Estaba claro que si podía hacerlo me iba a levantar de la cama. Pero este proyecto es totalmente diferente y solo pude hacerlo dos años y medio después de los hechos, cuando yo ya no era la persona que fui, cuando me había reconstruido. Un libro como este, que es un proyecto literario aunque parta de la realidad, quita energía y solo pude escribirlo cuando mi reconstrucción empezó a ser satisfactoria. No creo en la literatura como terapia.

Está escrito con un tono muy poco dramático, incluso con algún elemento cómico, como el de la visita de François Hollande, que más que por su salud parecía preocupado por la belleza de su cirujana.

Es dramático y cómico a la vez porque la vida es así. A mí el detalle de la cirujana, a la que alabó no pocas veces, me dio una cierta alegría, porque no dejaba de ser un detalle muy vital, algo que hubiera podido decirle a una persona que no estuviera en mi estado. Algunos de mis amigos se indignaron con ese detalle.

¿Ha tenido algún 'feedback' de François Hollande respecto al episodio?

Hollande escribió un libro que tuvo mucho éxito el pasado año y por supuesto me lo mandó con una dedicatoria simpática y un poco íntima que aludía a lo que había pasado, pero antes en Facebook grabó un video en el que decía que mi libro era importante. Ese ha sido nuestro contacto.

Este es un libro sobre la violencia y sus consecuencias pero solo tiene un capítulo sobre ella, con esa imagen que se repite a lo largo del texto en la que visualiza los sesos de su compañero Bernard Maris.

Lo que buscaba era entregar al lector una forma que se acerque a la verdad y respecto al atentado intenté buscar una manera que se aproximara a los estados profundos en los que viví durante esos minutos. Nunca me pregunté si era demasiado violento o no. La imagen de Bernard es imprescindible porque es la que me acompañó los días siguientes. Si la evitaba significada que no estaba diciendo la verdad.

En su libro hay miedo pero no odio. ¿No es eso sorprendente?

No tengo respuesta para eso. No puedo inventar un odio que no tengo. Mi odio tendría que estar dirigido a dos piernas oscuras, que es lo único que vi. Solo vi sus rostros después, pero en los periódicos o en la televisión y ese es un mundo un poco abstracto que no tiene nada que ver con lo que viví.

Tampoco reflexiona sobre terrorismo, que apenas tiene contexto político.

El texto está concentrado en los nueve meses que siguieron al atentado y desde el punto de vista del hombre en reconstrucción que yo era. Aquel hombre tenía muy pocas preocupaciones políticas. Creo que hay gente muy buena que está haciendo perfectos análisis sobre el terrorismo vinculado al islam. Dicho esto, dudo mucho que los hermanos Kuachi hayan tenido que ver con el islam. Eran asesinos, nada más, con una cabeza vacía, que como se sabe puede llenarse de cualquier cosa.

El año que viene se celebrará el proceso contra los inductores del atentado. Imagino que le citarán.

Claro, soy testigo y tendré que ir.

¿Será duro para usted?

No, solo aburrido.

En su momento hubo una manifestación multitudinaria bajo el lema 'Je suis Charlie' (Yo soy Charlie), pero también aparecieron voces discordantes. Todo el mundo lamentó la masacre pero hubo quien decía que con su actitud estaban dando alas al Frente Nacional.

La mayor parte de los que decían 'Je ne suis Charlie' (Yo no soy Carlie) eran jóvenes suburbanos de origen árabe que se sintieron presionados a manifestarse y sentían unas ciertas ganas de provocar.

Yo hablaba más bien de una parte de la izquierda.

Es la izquierda que en los últimos años consideraba que los árabes y los africanos eran los nuevos parias de la tierra. 'Charlie' siempre se opuso con fuerza y de una manera sarcástica a los abusos de poder de la religión. Y atacó el islam como lo había hecho con la Iglesia católica. Así que empezaron a decir que éramos racistas. ‘Charlie’ se convirtió en un enemigo de clase. Lo que es tremendo. Yo los conozco bien y no es una publicación de intelectuales, muchos de ellos eran autodidactas y los lectores, más bien populares.

La masacre no suavizó el humor grueso de la publicación.

Creo que muchos deseaban que con el atentado, ‘Charlie’ se convirtiera en una vaca sagrada. Pero una vaca sagrada no puede burlarse de todo. Y si no se burla de todo ya no es ‘Charlie’. Era un callejón sin salida. Por supuesto que hubo un debate interno. El problema es que se dio la circunstancia de que el aumento del número de lectores provocó que muchos no controlaran las claves de la sátira y lo leían literalmente como una agresión.