Michel Houellebecq es como un monstruo de mil cabezas. Repele en la misma medida que fascina y añádase a ello la complejidad de un perfil cargado de contradicciones, porque él es en sí mismo una paradoja con patas. Un maldito y un millonario. Un romántico y un cínico. Un nihilista y un moralista. Una vez más, el escritor francés más leído (y también el más odiado) lo ha vuelto a hacer. El éxito y la polémica. Su nueva novela, Serotonina (ya en las librerías españolas) es el disparo de salida de la rentrée literaria. 350.000 ejemplares están esperando en Francia a los lectores y en España, gracias a Anagrama, 25.000 copias en castellano. Estas son algunas de las máscaras bajo las que se esconde la persona.

LA ‘STAR’

En la actualidad no hay escritor francés más popular que Houellebecq. Los medios de comunicación no pierden la menor oportunidad de echar leña en el disparadero de sus novedades (aunque otras circunstancias también se alíen, como se verá más tarde) y él, hábil estratega, apuntala su fama de chico terrible y marginal (no muy distinto al que muestran sus novelas) citando en sus inicio a los periodistas en saunas o en clubs de orgías, escenario perfecto para sus historias. Se vende como un ermitaño harto del mundo pero se compra como un producto más de la sociedad del espectáculo.

EL SEDUCTOR

Tratándose de una persona que no solo ha envejecido en público sino que ha mostrado sin tapujos su decadencia física e incluso psicológica (unida a un desaliño mayúsculo), una de las cosas que más ha interesado a los medios es la carrera amorosa del señor Houellebecq (contrapunto real a las miserias sexuales que relata en sus novelas). ¿Cómo se las ingenia para seducir este hombre que se diría no conoce el jabón ni cómo funciona un peine, que compra su ropa en mercadillos de segunda mano? De ahí que su reciente boda (la tercera, por cierto) con la treintañera Lysis, a quien conoció cuando esta le entrevistó para una tesis universitaria, haya sido el acontecimiento celebrity del otoño. Las fotos del enlace se filtraron a partir del Instagram de Carla Bruni, que junto a Nicolas Sarkozy fue una de los invitados. También ha estado circulando en los wasaps parisinos un vídeo del escritor lanzándose a cantar en el enlace, lo que no debe sorprender porque en el 2000 grabó un disco, Presence humaine, que se podría definir como un cruce entre Patti Smith y un rapsoda estilo Manolo Otero. Un punto más para la star.

EL ESCRITOR

Con este bagaje, ¿se puede ser un escritor serio? Mucha crítica francesa tiene dudas. Unos hablan de su prosa simple y funcional, plana como una meseta. Otros prefieren centrarse en las intenciones. Si para saber cómo respiraba Francia en el siglo XIX era necesario leer a Balzac, el paso del siglo XX al XXI, con su crisis absoluta de ideales, no se entiende sin Houebellecq, que sigue la tradición de los grandes (¿o no?) escritores franceses, notarios de la decadencia de antiguos esplendores. De ahí a compararlo con el nihilista Albert Camus, un paso. Los detractores tuvieron que tragarse que en el 2010 y gracias a El mapa y el territorio se hiciera con el Goncourt.

EL PROVOCADOR

Fue precisamente en el siglo XIX cuando en tiempos de un maldito de verdad como Charles Baudelaire se acuñó el lema épater le bourgeois, dejar al burgués patidifuso. Más de un siglo después, esa labor resulta mucho más difícil. Houellebcq afinaba su puntería con una perfecta andanada en la línea de flotación de la corrección política ya en su primera novela, Ampliación del campo de batalla, que puede leerse en clave autobiográfica (el protagonista trabaja como informático en la Administración pública, como el mismo autor) y en la que se despliegan las obsesiones que se repetirán una y otra vez en su escritura (una y otra vez, sí): el individuo machacado por el consumismo, la crisis de los valores republicanos (que en Francia hasta hace muy poco siempre puntuaban doble), el erotismo concebido como un producto más….

EL PROFETA

Lo han repetido hasta la saciedad los diarios franceses. Houllebecq predijo en Sumisión los atentados de la revista Charlie Hebdo que el malhadado día D debía llevar en su portada una caricatura del escritor y ahora vuelve a predecirlo en Serotonina, ya que ahí se describe un levantamiento rebelde de los campesinos normandos frente a la policía en el que es fácil superponer los disturbios de los chalecos amarillos. Ciertamente, Houellebecq no es un estilista pero no se le puede negar su habilidad para mostrar el aire de los tiempos.

EL RARO

Utilizar una cuerda para sujetarse los pantalones. Desaparecer durante semanas para alegría de los más sensacionalistas que se frotan las manos en secreto imaginando que puede aparecer como cadáver, víctima de sí mismo en un suicidio o directamente asesinado, como cuenta en El mapa y el territorio. Irse a vivir a Irlanda para que nadie le moleste (en realidad para eludir el fisco). Pelearse con su desagradable madre que le abandonó de niño y que escribió un panfleto en su contra. Sostener el cigarrillo como nadie, entre los dedos corazón y anular. Sí, Houellebecq es raro.

EL PERSONAJE

¿Pero de verdad Houellebecq es raro o lo hace ver? Jamás lo sabremos. Su personaje lo ha devorado. Incluso se interpretó a sí mismo en una curiosa película en la que se mostraba algo más cálido y menos monstruoso que en sus novelas. Porque es casi imposible no ponerle a sus protagonistas depresivos, pornoadictos y sarcásticos el rostro del propio autor, quien alardea de emplear todo su tiempo libre en la contemplación de vídeos porno de aficionados junto a su flamante esposa. Y una inquietud. En ese juego de espejos al que le gusta jugar sorprende en Serotonina la figura de Yuzu, su hipersexual amante con cualidades de «escort de alta gama» que no se echa atrás en las prácticas zoófilas, y que, japonesa, es tan asiática como Lysis, su esposa china.

EL RADICAL

Entrar por primera vez en el territorio Houellebecq resulta tan inolvidable como un nocaut en plena barbilla. La radicalidad de sus primeras novelas iluminaba la insatisfacción de muchos lectores. Con el tiempo, sus irónicas alusiones a Hitler, Franco (en Serotonina le divierte que sea impulsor del turismo en España) en la ficción han acabado, por ejemplo, en una encendida defensa de Donald Trump en un artículo de Harper’s Bazaar. «Es el mejor presidente que he conocido», ha escrito. Y ahí es fácil que nos persiga una duda: ¿es acaso el autor que mejor está entendiendo la deriva del neofascismo en Europa? Y otra más: ¿es el mensajero que alerta? ¿O el vocero de Marine Le Pen más publicitado?