José María Matheu pertenece a esa lista de nombres del pasado que a día de hoy sirven para poco más que nombrar una calle, cuyos vecinos para más inri suelen ignorar quién era tal persona. Efectivamente, Matheu tiene calle en Zaragoza, su ciudad natal, pero su recuerdo va muy poco más allá. Reivindicar su figura como escritor es uno de los objetivos que se ha propuesto Pepi Jurado Zafra, responsable de la edición de La casa y la calle, publicado por las Prensas de la Universidad de Zaragoza en su colección Larumbe de textos aragoneses.

Se lamenta la editora de ese olvido que padece Matheu, a pesar de ser un autor prolífico y haber contado en su momento con valedores que lo elogiaron. Desde luego, la mejor manera de combatir esa injusticia del tiempo y la memoria es demostrando el valor de su literatura. La casa y la calle fue el primer libro publicado por el autor, en 1884, aunque no era ni mucho menos su primera incursión literaria, puesto que tenía una anterior trayectoria como colaborador en la prensa del momento.

El volumen recoge cuatro novelas cortas y dos cuentos que pueden ser una buena forma de conocer al autor, y que todo aquel a quien el adjetivo decimonónico no le traiga connotaciones adversas podrá disfrutar. Matheu hace gala de un lenguaje muy correcto aunque no envarado, permitiéndose en ocasiones soltarse la pluma. Tiene buena mano para construir diálogos y adaptarlos a quien habla en cada momento, y aunque sus personajes no posean una personalidad deslumbrante están perfilados con líneas nítidas.

En los relatos la trama no tiene tanta importancia como la exposición, y si no fuera porque Matheu no busca el pintoresquismo, podrían casi calificarse de costumbristas. Pero quizá el rasgo más sobresaliente de su estilo es el tono irónico que desliza en prácticamente cada uno de sus párrafos, mordaz aunque no sangrante, y que convierte al libro casi sin que el lector se dé cuenta en una sátira social de su época.