Contrariamente a lo que afirmaba el viejo Bo Diddley, a veces sí puedes juzgar un libro por la portada. O por la foto del autor, ya puestos. Si en la solapa el novelista pone cara de escrutar fuegos en la distancia a la vez que sospecha que alguien se ha tirado un pedo en sus inmediaciones (modelo Estadista Que Sopesa Los Grandes Temas), no resulta complicado imaginar el resto. Scott McClanahan, quien aparece en El libro de Sarah (Reservoir Books) luciendo un... ¿maxibodi de niño?, parece invitarnos a un mundo de camisetas con las mangas cortadas, borracheras al volante (con niños), dentaduras destruidas, alitas de pollo que hablan y peña que ve catorce veces seguidas el vídeo de November rain y luego se traslada a vivir al aparcamiento del Walmart...

-Tus novelas hablan de Virginia Occidental. Los lectores españoles no sabemos mucho sobre el lugar, más allá de lo que cantaba John Denver.

-Pues la canción se equivoca. Todas las referencias de la primera estrofa de Take me home country roads son incorrectas [ríe]. El río Shenandoah ni siquiera está en Virginia Occidental. Pero es una canción hermosa. Me encantaría que la pusiesen en mi funeral (en la versión de Toots & The Maytals).

-Virginia Occidental es más rural y montañoso que Kentucky.

-Somos el único estado que está completamente integrado en los Apalaches. El este de Kentucky es similar a Virginia Occidental, pero históricamente son muy distintos. Durante la Guerra Civil, Virginia Occidental se escindió de Virginia para alinearse con Abraham Lincoln y el Norte, mientras que Kentucky siempre ha sido totalmente Viejo Sur. Hay demasiadas montañas donde yo vivo, es terreno minero, la mitad del carbón del país salía de aquí. A los obreros de las colonias industriales se les pagaba con vales que solo podían utilizar en la tienda de la compañía, eran esclavos a sueldo. La historia obrera norteamericana del siglo XX se hizo en mi estado, con las huelgas y los sindicatos. Gracias a los mineros somos el único Estado que tiene algo parecido a la sanidad pública, desde 1948. Lo conseguimos partiendo cabezas, que es el único modo.

-Tu protagonista no es un asesino de niños, pero posee escasas cualidades redentoras. Es pasivo-agresivo, paranoico, resentido, quejica…

-Muchas primeras personas son falsas. Todos van a buscar la simpatía del lector. Yo nunca he buscado algo así. Lo que sí hice fue equilibrar la antipatía de los personajes. Si quitas a Sarah, el libro es como una película de Jerry Lewis y Dean Martin donde el segundo falla. El personaje serio de un gag no puede ser demasiado divertido ni demasiado envarado. Scott está todo el rato rebotando contra Sarah, que es el personaje centrado, por complicada que sea.

-También es un poco masoca. Se lo pasa bomba con el dolor.

-Si mi madre viese detonar una bomba atómica, diría [afecta voz aflautada] «oh, qué hongo más bonito». Es optimismo psicópata, pero también un recurso narrativo. Creo que es el modo en que nos contamos historias. Cuando era joven salía con una chica obsesionada con Elvis Presley, y mis padres nos llevaron de vacaciones a Memphis. Nos embarcábamos los cuatro en un escenario de pesadilla, lo pasamos fatal. Seis meses después, todos estábamos diciendo «¿os acordáis de cuando…?». Y eso es humano. Reformulamos acontecimientos horribles y los convertimos en comedias.

-La lujuria o la ira son más atractivas que la envidia o la cobardía. Tu Scott llora y se autocompadece todo el rato.

-Como dijo Leonard Cohen, «es más fácil enseñar una herida que un grano». Las heridas o las cicatrices dicen cosas sobre ti que tal vez sean horribles, pero al menos tienen un lado heroico o fascinante. Pero ser pasivo-agresivo es lo peor que un hombre de Virginia Occidental podría pensar de sí mismo. Los pecados que quedan mejor son los que encajan en la narrativa de macho, pero tener rabietas y salir llorando de habitaciones no forma parte de esa narrativa. Los libros de divorcio son un estereotipo nacional, casi un género. John Updike solo hablaba de ello, pero yo nunca he visto mi experiencia reflejada en sus novelas. Los divorcios que vi eran explosivos y caóticos y emocionalmente desmesurados.

-La escena del reventado de granos, por cierto, hace que el libro sea pura narrativa de clase obrera, más que las caravanas o la comida basura.

-[Ríe] Fijo. Esa escena sería inaceptable en cualquier otro tipo de novela, incluso en formas modernas de TV o cine donde las asquerosidades están permitidas. Aquí tenemos lo que llamamos Literatura Con Ele Mayúscula, y es increíblemente formal y seria, los modelos son gente como Proust, es literatura de una generación obsesionada con tropos del siglo XIX e incapaz de ver cosas alucinantes que están delante de sus ojos ahora. En la novela actual tendría que haber mucho más reventado de granos.

-Algunas novelas están escritas por gente cuyo interés primordial son otras novelas. No es tu caso.

-Los libros españoles que llegan a EEUU son de gente como Javier Marías o Enrique Vila-Matas, gente que me intriga, porque hablan de libros que han leído. De sus lecturas formativas. Sus obras tienen un indudable interés estructural, pero algunas parecen minibiografías de autores. ¿No preferirías hacer un libro con 40 biografías de los colegas más dementes que has tenido? [ríe].