«Me parece que no me gusta mucho la realidad», dijo Shirley Jackson en un tono nada enfático y más bien brumoso. Así que a lo largo de sus cuentos y de sus novelas, la escritora, que murió tempranamente de un infarto a los 48 años en 1965, se dedicó a tejer visiones paralelas, inquietantes y nada complacientes. Nada que se esperara en una mujer y una madre de familia en la América más pueblerina de los años 50.

Olvidada durante años, La maldición de Hill House, la serie que se puede ver en Netflix basada en una de las novelas más populares de la autora, culmina una recuperación en la que se han empeñado sus valedores Stephen King, Neil Gaiman y Joyce Carol Oates (con quien comparte su desquiciada visión del mundo). Como tantas otras escritoras -Lucia Berlin, sin ir más lejos-, Jackson, olvidada durante un tiempo, pasó su travesía del desierto del reconocimiento hasta que hace unos años, la Library of America, algo así como la Pléyade estadounidense, la incluyó en su catálogo y se publicó poco menos que su biografía definitiva, a cargo de Ruth Franklin.

Aquí en casa, en el 2012, la editora Valeria Bergalli del sello Minúscula se empeñó en su rescate. Así editó la novela Siempre hemos vivido en el castillo, una joya de la novela gótica con toque grotesco, esencial para despertar la actual fiebre Jackson. Luego llegaron a las librerías sus Cuentos escogidos y el volumen de textos dispersos Deja que te cuente. La versión en castellano de La maldición de Hill House, que pasa por ser su novela más popular aunque solo sea por sus adaptaciones cinematográficas que acaban de culminar en la serie que hace una década publicó Valdemar, está ahora descatalogada y será Minúscula quien la recupere a principios del próximo año, mientras quedan en cartera El reloj de sol y Hangsaman.

«Durante mucho tiempo se la consideró una escritora de terror, pero quien la lea buscando tan solo eso quedará muy decepcionado, porque su aproximación es más bien cerebral y muy cotidiana. Tiene poco que ver con fenómenos sobrenaturales», explica Bergalli. La angustia, la claustrofobia, el miedo son el núcleo duro de sus historias, que de una forma indirecta están relacionados con la vida doméstica de las mujeres y ese aspecto le parece a la editora crucial para su actual reconocimiento.

AMA DE CASA ESTADOUNIDENSE / El tema de la casa generadora de tensiones es crucial en Jackson, madre de cuatro hijos, esposa. Ella ejerció como ama de casa en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra después de haber vivido en Nueva York y aunque se tomó a broma su día a día en una serie de artículos periodísticos en los que se reía de ella y de su familia (Una vida entre salvajes, algunos de ellos recogidos en Deja que te cuente), en su quehacer literario supo ver el envés terrible de aquella domesticidad inocua (sí como una especie de Twin Peaks pero en los 50) que pese a la diversión externa la oprimía.

Porque aunque de puertas afueras lo pareciera, Jackson jamás se ajustó al patrón de ama de casa perfecta e impoluta que hace pasteles y se pliega a todas las necesidades de marido e hijos. Las mujeres de Jackson -todas sus protagonistas lo son- intentan bregar con ese modelo pero se ven arrastradas por sus propios fantasmas personales. Y esos fantasmas, que los lectores no saben bien de donde surgen, dan mucho miedo.

¿Hay que explicar que en sus últimos años, afectada de agorafobia apenas salió de casa matándose a pastillas, para aplacar su ansiedad, mezcladas con grandes dosis de alcohol? En la foto que acompaña este escrito, Jackson junto a sus cuatro hijos y el perro, tiene tan solo 39 años. Obesa mórbida e insatisfecha, no se gusta nada a sí misma, intenta escapar de la trampa de la familia pero no tiene fuerzas. El comportamiento de su marido, tampoco ayudó porque jamás le echó una mano para que priorizara la creación frente al trabajo doméstico y además no se molestaba en esconder a sus amantes.

Hoy, la posteridad ha brindado una bonita venganza a la esposa ninguneada. Los textos de Stanley Edgard Hyman, el esposo, entonces uno de los críticos más respetados han caído en el olvido y mientras tanto, el reconocimiento de ella no han hecho más que crecer. Y es que Jackson puede ser apreciada tanto por los lectores de pico fino como por los que buscan sencillamente una buena historia.

A otra de sus editoras, Eugènia Broggi, le podían los prejuicios antes de encontrarse con las novelas de la autora: «Yo no soy muy lectora de género porque consideraba que en el género de terror no cabe el elemento emocional que es lo que a mí me interesa. Pero cuando empecé a leer a Jackson sus personajes, siempre en conflicto consigo mismos y con su entorno, me cautivaron. Eso proporciona a la historia una profundidad que va mucho más allá de si luego hay una trama o un misterio a resolver». Esa apología de lo no convencional, de lo que no se rige por las reglas de la racionalidad es definitoria para, en palabras de Broggi, la conexión actual de la autora con los tiempos que corren, tiempos de claroscuro y de reinvindicación de la diferencia. «Sus novelas parecen escritas ahora mismo», añade.

Y no se concibe un artículo sobre la autora sin recordar el cuento que la haría famosa, o más bien desagradablemente famosa, y que durante muchos años la acompañó como coletilla escandalosa. Jackson fue la autora de La lotería. Un relato extremo, que hoy integra el volumen Cuentos escogidos y que su nieto Miles Hyman convirtió en un cómic de apariencia feliz (Nórdica).

A Jackson La lotería la marcó a fuego. Aunque ella publicaba para revistas femeninas (cuando las revistas femeninas recogían artículos de autores de renombre) también lo hacía en New Yorker. Allí en 1948 apareció el relato de marras y a los buenos burgueses que lo leyeron se les indigestó el día, ante lo que interpretaron como una agresión al buen gusto. Como escribió Joyce Carol Oates en el prólogo a sus cuentos: «La lotería sugiere que la clase media norteamericana, sin ir más lejos, los lectores del New Yorker, no tiene una mentalidad tan diferente a los linchadores nazis». Tampoco hay que olvidar que el cuento, una historia sobre la lapidación, apareció en plena fiebre mcarthista. La publicación causó tanto revuelo que varios centenares de lectores se dieron de baja de su subscripción y la autora recibió una buena dosis de odio.

A Jackson le gustaba decir que era una bruja, hablar con los gatos, coleccionar libros de ocultismo, y enamorarse de las casas antiguas. Era rara, como su literatura. Quizá por eso hayan tenido que pasar tantos años para ser apreciada.