Las malas condiciones del mercado laboral, los sueldos precarios, el desalojo paulatino de los habitantes de los barrios por parte de hoteles y apartamentos turísticos y el declive de los medios de comunicación son solo algunos de los temas que recorre Insurrección, la última novela de José Ovejero, presentada hoy a partir de las 19.30 horas en la Librería Cálamo: «La idea de esta obra surge porque por el barrio en el que vivo paso muchas veces por delante de casas y de centros sociales ocupados y eso despierta mi curiosidad, porque es un mundo que conoce muy poco. Por otro lado, está esa sensación general de falta de expectativas, de gente descontenta de la sociedad en la que vivimos y en las que hay una especie de deterioro generalizado».

Contraste generacional

El libro cuenta la historia de un padre que trabaja en la radio y tiene adaptarse a un entorno laboral cambiante. Por otro lado está su hija Ana, que ve el mundo de su padre y cómo eso no es para ella, y decide irse a una casa okupa. «Ana es una chica que se ha ido de casa, es una chica que resulta simpática porque es decidida, sabe lo que quiere y lo que no quiere. Es una chica que piensa, que es capaz de asumir riesgos, y que se independiza de sus padres pero también busca ser independiente intelectualmente, es una persona increíblemente curiosa y por eso se junta con personas parecidas a ella», explica José Ovejero.

Sin embargo, aunque la novela muestra la perspectiva de Ana, narra la historia de toda una generación que se ha visto en un mundo que no le pertenece y que no ve como propio: «Ana, al igual que cualquiera de nosotros no vive en una burbuja, todos vivimos en relaciones. Yo creo que una novela de una cierta amplitud inmediatamente tiene que quitar el foco del personaje principal y empezar a ver todo lo que la rodea», valoró.

La personalidad de Ana contrasta con la de su padre. En ellos surge una tensión generacional entre quienes se adaptan a un espacio en deterioro y quienes no quieren ese mundo para ellos: «Yo creo que existe esa tensión generacional, y sobre todo entre la gente más joven que ya no cree del todo lo que le cuentan sus padres esa tendencia a querer rebelarse activamente. Conforme creces progresas, vas perdiendo algo durante el camino pero también ganas algo durante el camino. Lo que pasa es que cuando estás es una situación como la de hoy en día de muchos jóvenes, en la que parece que van a tener que ceder pero vas a ganar muy poco entonces sí que tiene poco que perder. Entonces ahí es mucho más posible la insurrección, la rebelión por parte de los jóvenes».

Estas tensiones no se producen solo por el choque generacional entre padres e hijos. A lo largo de la novela se observa una dicotomía en temas como la precariedad laboral o el turismo: «En el libro se muestran en cierto modo las dos tensiones que existen. Por un lado, la que dice que el turismo crea riqueza y ayuda a las gentes de un lugar, y por el otro la que defiende la idea de que esa riqueza no llega a los ciudadanos. Esas tensiones se encuentran no solo en este, sino que ahora mismo residen en muchos ámbitos de nuestra sociedad», expresa el autor.

En este sentido, el escritor destaca la necesidad de luchar por un espacio para la insurrección mediante el que lograr los avances sociales: «Yo creo que el espacio para la insurrección se conquista, cederlo es casi una contradicción. Es de esos márgenes de donde han surgido prácticamente todos los progresos sociales en Occidente. Los movimientos feministas, los movimientos de derechos de los homosexuales, los movimientos para mejorar las condiciones laborales… a menudo han ido acompañados de alguna forma de violencia, de resistencia, de rebelión, si miramos la historia todos los grandes avances sociales han ido unidos a la violencia».

Lucha por los avances sociales

Por otra parte, el autor de Insurrección valora los motivos por los que pese a las malas condiciones sociales en ámbitos como el laboral, la gente no se rebelaba o apenas oponía resistencia: «Creo que hay bastantes motivos. Uno es que hasta hace no mucho había un Estado del bienestar, unas expectativas de mejora en las condiciones de tu vida, y uno solo recurre a la rebelión cuando tiene la impresión de que tampoco tiene mucho que perder. Por otro lado, porque tampoco hay unas ideologías como las de hace 50 años que organizasen ese descontento, hoy la insatisfacción se expresa de un modo más espontáneo. Yo vivo en un barrio donde el turismo destroza la vida de mucha gente, pero ¿contra quién te revelas si no tienes un enemigo frente al que manifestarte?