Suele decirse que la literatura necesita una cierta distancia temporal para reflejar la realidad. Es aquello tan repetido de que no puedes escribir del amor cuando estás enamorado, sino mucho después. Pero nadie dijo nada del miedo a los otros, de sentirse invadido por una nostalgia de un pasado en el que no éramos mejores pero sí más poderosos, de la sensación de que un abismo se abre a tu pies, de la locura colectiva de los medios de comunicación, de la irresponsabilidad de los políticos. Todos esos sentimientos encontrados cristalizaron en el referéndum de junio del 2016 que ha llevado al Reino Unido a uno de sus momentos más inciertos.

Así que quizá la única certeza es que la literatura británica, una vez más, se ha puesto en modo soy una cámara, se ha olvidado de la distancia temporal y ha desplegando las antenas, para reflejar en directo el clima de insatisfacción generalizado que ha llevado al país hasta ahí. Para estas situaciones siempre viene bien un poco de Shakespeare: «Esta piedra preciosa dispuesta en un mar de plata / que le hace las veces de muralla / o foso de defensa de una casa / contra la envidia de tierras menos felices. Esta parcela bendita, este mundo, este reino, esta Inglaterra».

La imagen de orgulloso y premonitorio aislamiento -tan británico él- es de Ricardo II, tragedia en la que el bardo, por cierto, se plantea si los ciudadanos deben alzarse o no contra unas instancias de poder legales pero en definitiva nocivas para el país.

MIRADA EXPRÉS

La literatura, es sabido, no da recetas pero sí ayuda a reconocer un clima inquietante. Más que leer sesudos ensayos, aquí la recomendación sería pasar revista a lo que los ingleses ya han acuñado como brexlit, es decir las obras de ficción que reflejan la atmósfera ante la salida de Europa. En la tendencia se contabiliza de todo: libros de encargo de editores avisados, sí, pero también se han sentido interpelados los grandes nombres de la literatura británica, como Jonathan Coe, Ali Smith, Ian McEwan y John Lanchester, que nos han ofrecido su particular mirada exprés sobre la pesada losa del tema único que en los últimos años ha fracturado el Reino Unido.

Quien dio el disparo de salida fue la escocesa, residente en Cambridge, Ali Smith, que a tan solo dos meses de la votación publicó en Gran Bretaña Autumn y que su editor se aprestó a publicitar como el kilómetro cero novelesco sobre el brexit. Smith no se proponía hablar exactamente de eso, sino hacer un retrato más panorámico. Pero su novela, la primera de una tetralogía que sigue el ritmo de las estaciones (este año se publicará Hivern, y el pasado apareció Spring, en inglés, a la espera de Summer) retrata perfectamente la atmósfera de recelo y nacionalismo exacerbado que decantó la votación. Haciendo gala de sentido del humor, la autora es capaz de parafrasear a Dickens desde el inicio: «Era el peor de los tiempos. Era el peor de los tiempos. Otra vez».

CASI EN DIRECTO

El corazón de Inglaterra (Anagrama) es sin duda la novela del brexit como proceso. A Jonathan Coe, su autor, siempre le ha acompañado la idea dickensiana -de nuevo, por aquí el viejo Charles- de retratar su tiempo, algo que ha hecho en todas sus novelas -por ejemplo, los desvaríos de la era Thatcher en la novela ¡Vaya reparto!-, pero en esta ocasión retransmite el proceso casi en directo. Y aunque la campaña del referéndum, como tal, solo ocupe un par de capítulos en la obra, Coe ha admitido que algunas de las situaciones de la ficción las iba transformando en función de los noticiarios. De todas formas, El número 11, su novela anterior, quizá retrataba con mayor hondura toda la bruma y toda la incomprensión de la ciudadanía frente a la inmigración.

También urgente pero con una voluntad más paródica es la novela breve La cucaracha (Anagrama), que nos devuelve al Ian McEwan salvaje de sus inicios con la fábula kafkiana de un insecto que se despierta convertido en el primer ministro del Reino Unido, capaz de llevar al país a la independencia. Y aunque por la crítica ha sido tildado de superficial y oportunista, el hecho de que un grande como McEwan haya tenido la necesidad de escribirlo no hace más que refrendar el hecho de que el brexit es el elefante en la habitación para los novelistas británicos, hay que hacer un gran esfuerzo para ignorar que está ahí.

Quien ha ido un poco más allá, a un futuro inmediato en la línea de la serie Years and years, es John Lanchester, que con The wall (El muro) imagina un porvenir en el que las pocas ciudades del planeta que todavía sobreviven a la crisis climática, y por lo tanto política, se han convertido en fortalezas habitadas por jóvenes que reprochan a sus mayores haberlo echado todo a perder. El muro, que se vale de un símbolo de manual respecto a la política migratoria de la extrema derecha en el primer mundo, se publicará en España en el 2021.

Y en lo que respecta a la militancia en la lucha contra el brexit -que arrastró también a los superventas Ken Follett, Lee Child, Jojo Moye y Kate Mosse a emprender una gira europeísta el pasado año-, nadie más beligerante que John Le Carré, que en el 2017 ya daba lecciones de europeísmo en El legado de los espías y ha vuelto por sus fueros en el 2019 con Un hombre decente -cuando ya había anunciado que se retiraba-, básicamente para mostrar de una forma mucho más directa su indignación política.

EL PODER DE LA NOSTALGIA

La brexlit también tiene sus analistas que sostienen que la literatura inglesa lleva ya muchos años dando síntomas de lo que se avecinaba. Es el caso de la escritora Sarah Waters, especialista en novelas históricas con una perspectiva crítica y una mirada LGTBI, que reconocía que en las últimas décadas la nostalgia había aprisionado a la novela inglesa, «olvidando que en la primera mitad del siglo XX, cuando empezaba a debilitarse la idea del imperio británico, no todo fue bueno, porque mucha gente se dejó la piel en el camino». Esa operación ha tenido buenos ejemplos en la serie televisiva Downton Abbey o en la saga literaria Crónicas de los Cazalets, de Elizabeth Jane Howard (quien, por cierto, fue madrastra de Martin Amis), es decir en las ficciones clásicas que son un material ideal para su adaptación en la cadena BBC, una máquina perfecta para producir clasismo y nostalgia.

Más sutil ha sido la mirada del Nobel Kazuo Ishiguro, un perfecto inglés de origen japonés, el primero que se atrevió a recordar a los británicos en Los restos del día que en su pasado patriótico no solo estaban Winston Churchill o el fracaso heroico de Dunkerque, sino también aquellos aristócratas -incluido el duque de Windsor- que en los años previos a la segunda guerra mundial abrazaron el fascismo.

Y en clave similar puede interpretarse la última novela del autor, El gigante enterrado, en la que los personajes, una pareja de ancianos, viven en una Inglaterra artúrica, justo en el momento en que la identidad británica está por crearse fruto de la masacre de las etnias originales británicas a manos de los anglosajones. Muy significativamente, los habitantes de esa Inglaterra han perdido la memoria y la reconstruyen de una forma consoladora y reconfortante pero quizá no demasiado real. Y es que ese y no otro es uno de los principales mecanismos de los nacionalismos.