La concesión del Nobel al austriaco Peter Handke no ha sido una sorpresa. Desde su ruidosa irrupción en 1966 con la novela 'Los avispones' y la pieza teatral 'Insultos al público', ha representado el ala más insumisa de las letras europeas, tanto en la experimentación con las formas como en el rechazo de las servidumbres comerciales. Bastaría esa fidelidad a una concepción radical de la escritura literaria, que ha dado 'El año que pasé en la bahía de nadie' (1999), para justificar con creces el premio.

Conviene precisar que se ha convertido en un escritor para escritores o, cuando menos, para lectores que no reclaman la gratificación inmediata de un argumento emocionante y valoran la literatura más escarpada. En 'La ladrona de fruta', Handke mantiene su querencia por una prosa errabunda y morosa que, como una lente de aumento, revela la profunda trabazón de los seres y objetos de la realidad. Así, la picadura de una abeja en verano es la catapulta de la historia: el escritor se pone en marcha en un viaje doble que debe llevarlo a la región de Picardía y a escribir el libro que leemos. Para la visita necesita crear un álter ego, una muchacha de vida errante que parte en busca de su madre y a la que llama Alexia, la ladrona de fruta. Ella es el foco de los espacios y gentes con los que se cruza y es también el hilo que va ensartando las digresiones, microhistorias y cuadros de la naturaleza, especialidad de la casa.

El viaje de Alexia, que dura tres días, no es solo al interior del país sino a la mente del escritor, donde bullen las más urgentes demandas del mundo en las calderas de una tradición narrativa que se remonta hasta su admirado Wolfram von Eschenbach, en el siglo XIII. En su demorada ruta desde París a Cergy-Pontoise, Alexia-Handke van construyendo a la vez el texto y la imagen deprimente de nuestra actualidad: la indefensión de los emigrantes, la vulneración de la naturaleza, el poder omnímodo de las pantallas, el dolor como una substancia ubicua e ineluctable. Como en los relatos de camino, la realidad, amable y atroz, va saliéndole al paso a la heroína, mientras el autor nos recuerda, en apartes metaficcionales, que es él quien está imaginando esta historia. Igual que nos recuerda que él es el alemán «en la francesa bahía de nadie» y sitúa la búsqueda de sus personajes en una Francia que no está en los mapas.

El peregrinaje de Alexia viene a ser un reflejo del de Handke componiendo su obra, del mismo modo que su condición de ladrona de fruta refleja la de cualquier escritor como «ladrón» que recolecta sin permiso lo que le atrae de la realidad que le rodea.