En octubre de 1996, el consejero Vicente Bielza me sorprendió invitándome a pasear una tarde por la calle de la Pabostría. Y en ese recorrido por el barrio de la catedral me explicó que el presidente Santiago Lanzuela y él querían que me hiciera cargo de la Dirección General de Patrimonio y Cultura del Gobierno de Aragón, con el compromiso principal de concluir las obras de restauración de la Seo zaragozana, que llevaba cerrada al público casi dos décadas. La propuesta me pareció tan importante y excepcional que no tuve fuerzas para negarme. Por ello, pocos días después comenzaba un tiempo en el que mi vida y la catedral del Salvador iban a estar profundamente unidas, teniendo claro que mi meta era conseguir ese momento en el que los reyes de España entraran a inaugurar la restauración de la catedral. Un gesto que certificaría la recuperación de un espacio real que ha puesto marco a los momentos más notables de nuestra historia religiosa, política y cultural.

Al ponerme al frente de la operación, no recuerdo la numerosa cantidad de proyectos que seguían abiertos y sin concluir pero si recuerdo muy bien el impacto que me causó entrar en un templo totalmente caótico y gravemente deteriorado. No se podía saber en qué momento estábamos de ese largo recorrido que se inició en 1944 con las grietas que se detectan en las columnas, que se continuó con el proceso de sustitución de los pilares que hizo el arquitecto Ángel Peropadre salvando al templo de la ruina, y que había concluido con las alarmas del temblor de tierras de 1980 o los temores que el Estado manifestaba en 1987 al considerar que podían causarse irremediables destrozos. Para ese momento ya se ha contado con una importante colaboración económica de Ibercaja, con ocasión de su centenario en 1976, y con el compromiso de la Diputación General de Aragón que entra en las obras en 1984 firmando un plan de acción conjuntamente con el arzobispo Elías Yanes, persona absolutamente clave para salvar la catedral de su ruina, y su secretario episcopal Carmelo Borobia que hará posible una comisión de trabajo con los consejeros y directores generales que se suceden, que todos tuvieron parte importante en este proyecto.

A partir de ese momento el arquitecto Ignacio Gracia se ocupa de la fachada en 1989 y desde 1992 los arquitectos Luis Franco y Mariano Pemán se hacen cargo de dirigir la restauración, abriendo la mano a la acertada colaboración de antropólogos como Ignacio Lorenzo o de arqueólogos como Hernández Vera y Bienes Calvo que nos descubrirán lo que guardaba el subsuelo. Pero era necesario abrir más financiación para sacar a la Seo de su agonía y para poner a trabajar un amplio equipo -en el que había especialistas de casi todo- con arreglo a un nuevo plan de metas que lideramos desde la Dirección General de Patrimonio. Se contó con el apoyo absoluto del presidente Santiago Lanzuela que tenía claro su compromiso con la recuperación de este privilegiado espacio y que no nos escatimó financiación para que pudiéramos sacar adelante las excavaciones, el descubrimiento de la mezquita, la portada románica o el templo romano, los estudios de los restos del subsuelo, los nuevos pavimentos y la restauración de la cerámica, la consolidación de la fábrica, el arreglo de las capillas, la construcción del museo de tapices con la CAI, la restauración de la torre con Ibercaja o la recuperación del retablo principal que hizo el Instituto Nacional del Patrimonio y que -después de estudiarlo la profesora Mari Carmen Lacarra- fue objeto de un libro suyo excepcional y no superado.

Los jefes de servicio Vicente Domingo, Ramiro Alloza o Agustín Azaña, Maite Pérez, José Félix Méndez, Luismi Gracia, Carlos Gil, Juan Ulibarri, José Luis Acín, el abulense Miguel, Marisa Arguis, Parruca, Gómez y Ros, David Barcelona, el aparejador Codesal, el recordado sacristán Melero, el deán Antero Hombría, Rafael de Miguel que coordinó la guía La Seo, Espacio Real que se repartió a casi un millón de ciudadanos, el profesor Juan Carlos Lozano que organizó la magnífica exposición de la inauguración, visitada por 600.000 personas en cinco meses y que -según la Cámara de Comercio- provocó un 90% de incremento de estancias hoteleras combinadas con la entrada… Ellos y muchísimos más, fueron los artífices de que aquel compromiso que acepté ante la primitiva puerta de la catedral pudiera ser una realidad. La conquista de la luz había sido posible, como dijo el arzobispo Yanes, porque en la restauración «ha estado representada toda la sociedad zaragozana».

El miércoles 11 de noviembre de 1998 los reyes don Juan Carlos y doña Sofía entraban en la catedral del Salvador que lucía sus mejores galas, que se había salvado de años de desidia y de obras, y que era para muchos zaragozanos una auténtica novedad porque los que tenían menos de veinte años no la conocían por dentro. Recorrí con ellos capillas y naves, disfruté explicándoles la maravilla que recuperábamos, la reina visitó el museo de tapices y el rey nos enseñó la foto de su primer nieto. La plaza de las catedrales se convirtió en un plató para los telediarios nacionales de TVE y de Antena 3. Ese día excepcional se emitieron los informativos internacionales desde una ciudad que se descubría a sí misma en uno de sus monumentos más notables. El domingo 15 se celebró la Misa solemne de apertura religiosa del templo, retransmitida en directo por Televisión Española y el 16 de noviembre se abrió al público, exactamente hoy pero hace veinte años.

El milagro lo habíamos conseguido y se inauguraba un nuevo tiempo en el que desde muchos lugares del mundo nos miraban admirando que los aragoneses habíamos hecho posible lo que parecía imposible. En la primavera de 1999 EL PERIÓDICO DE ARAGÓN nos concedió el premio Aragoneses del Año por una restauración modélica. Fue un momento muy especial para mí, pues el presidente Lanzuela quiso que lo recogiera yo, y lo fue porque en ese escenario de los Aragoneses del Año comprendí que no hay mejor compromiso que el que se hace con las gentes y la tierra que te han visto nacer. Luego nos dieron el Premio Nacional de Restauración del Gobierno de España e incluso el año 2001 el rey don Juan Carlos entregó la distinción Europa Nostra, recogida en el Liceo barcelonés por Pascual de Quinto como presidente de la Real Academia de San Luis que fue la que presentó esta restauración al premio internacional.

Hoy veinte años después, cuando paseo por los alrededores de la catedral y veo la cara de admiración que llevan los turistas que salen de verla, sigo pensando que la empresa mereció la pena y que en ese esfuerzo brutal y generoso se dejaron pasión y profesionalidad muchas personas que tendrían que estar escritas en las bases de las columnas que sostienen ese techo de la Seo que construye un espacio excepcional de nuestra identidad. Desde el que desmontó la primera teja hasta el que barrió el último rincón del viejo coro, se sucedió una secuencia de hombres y mujeres que supieron dar lo mejor de sí mismos para admiración del mundo entero. Zaragoza y Aragón volvían a dar ejemplo de amor a lo suyo y la Seo se convertía en una referencia de todos ellos, en su indiscutible espacio de identidad.