Como me dijo un amigo, el mundo se divide en dos clases de personas: Las que adoran los aeropuertos y las que los odian. Reconozco que me encantan estas divisiones tan categóricas, cómo la pizza sin piña o con piña ... la tortilla de patata con o sin cebolla... el whisky con hielo o sin hielo, los libros subrayados o intactos... por decir alguna... pero volvamos a los aeropuertos. Yo soy de las primeras, de las que adoran los aeropuertos. Ahora mismo escribo desde uno. Estoy esperando el embarque que me va a llevar al otro lado del mundo. Y estoy tranquila, ilusionada, diría... con mi café y un croissant que ironías del destino se llama como yo, “París”. La próxima semana voy a estar trabajando en Guatemala en un proyecto muy interesante de protección del menor, y la verdad... no puedo tener mas ganas.

Alguien pensará que por eso me gustan los aeropuertos, porque voy a hacer cosas interesantes...(si es que un proyecto así le parece interesante a alguien, claro...) y que eso me impide ver la realidad de los aeropuertos: Que son de verdad impersonales. No lugares (por si alguien recuerda alguna de mis columnas anteriores....). Un lugar dónde parece que se transita con prisa. Un lugar dónde la gente está de paso...

Pues mira por dónde, creo que es por eso que me gustan tanto.

Para mi, los aeropuertos son los lugares por excelencia de las casualidades y sincronicidades. Al estar - efectivamente - todos de paso, la posibilidad de encontrarte, de coincidir, es mínima. Y eso me parece un gran signo de cómo son las cosas “allá fuera”, en la vida, dónde coincidir con alguien importante (un amigo, una pareja, una oportunidad....) es improbable. Las encrucijadas de la vida no son solamente esos cruces de caminos dónde uno no sabe cuál elegir... Las encrucijadas de la vida también implican que a veces, “no encontrarte por casualidad” es tan improbable cómo “encontrarte por casualidad”....

Cada vez que piso un aeropuerto tengo la sensación de que cualquier cosa puede ocurrir. Y eso me fascina. Además, también tengo la sensación de que todos los lugares del mundo están a la misma distancia de uno: La distancia que hay entre tu ubicación exacta y la puerta de embarque. Si, lo sé, algún purista me dirá que no... que el vuelo a Roma son dos horas, ocho a Nueva York y doce a Seúl... pero no hablo de eso; eso da igual. En el panel de control, Londres, Estambul, Tel Aviv, Málaga, Bogotá y Santiago de Chile están a la misma distancia. La de la puerta de embarque.

En los aeropuertos la gente va con prisa, si... y algunos hasta con cara de agobio (puede que hasta yo misma hasta que he facturado la maleta...) pero normalmente, una vez hechos todos los trámites (facturación, seguridad, visita al servicio.... ) la gente suele encontrar un remanso de paz antes de coger el vuelo. Allí, en el avión, se relajarán (o no....), cada uno se entregará a los pocos vicios posibles de ser practicados en un avión (dormir, ver alguna serie descargada previamente para tal fin, leer... o jugar con algún videojuego ...) y al pisar de nuevo el aeropuerto volverán los nervios (encontrar la salida, esperar la maleta, y encontrar el medio de transporte que necesitas para llegar a tu destino final...). Este es el rito de los aeropuertos.

Escribo entonces desde este “remanso de paz” previo al vuelo. En la mesa que tengo enfrente, un hombre dibuja en un cuaderno (podéis imaginar mis niveles de curiosidad y acercarme a ver qué está dibujando...) Es interesante observarlo, a él y los cinco botellines de agua que hay sobre su mesa (espero que no tenga un viaje largo...). Al lado, una chica, más o menos de mi edad, escribe en un ordenador. Me gusta pensar que está escribiendo su columna para el periódico de su ciudad natal... La gente mira con atención su teléfono móvil... me gusta pensar que compartiendo con ilusión su viaje, o lo que le espera allá dónde y cuándo aterrice.

A mi espalda hay muchas cosas que no veo, así que quizás es ahí dónde lo improbable de los aeropuertos está desplegando todo su poder... así que, llega el momento de dejar de escribir y no perderme ni una de las cosas que suceden ahora mismo a mi alrededor.

Allá voy. Sin olvidar, que es muy reconfortante saber que siempre hay alguien que te espera en algún lugar. Yo no sé quién me va a recibir en Guatemala, no conozco a esa persona. Pero sé que en el otro lado del mundo, alguien me está esperando. Buen Viaje.