Que Cayetana Álvarez de Toledo cuestione el feminismo es de traca, que no sorprendente.

No se concibe que a estas alturas un político, una política, un o una representante de los ciudadanos, retome la idea vetusta e incierta de que "feminismo" es homólogo de "machismo".

En primer lugar, como periodista que es, la candidata del PP debería estar bien informada: lo que ella denomina "feminismo" tiene otro nombre, es "hembrismo". Que sí, que a día de hoy podemos hablar de feminismos en plural, que también. Pero ese es otro tema...

Hablamos de un asunto elemental, querida Cayetana. Y más, cuando aparte de tener una gran responsabilidad como es la suya, es usted una mujer. Le tendría que dar vergüenza, a pesar de que ha vuelto a salir en los medios reafirmando lo dicho. Como dijo Rufián, es algo "gravísimo" y, por tanto, debería retractarse.

No es no, aquí y en Honolulu. Basta ya de justificar lo injustificable. Si una mujer u hombre quiere parar, está en su pleno derecho. Y el otro, por consiguiente, tiene que detenerse. Y no encima escuchar cómo una política critica este imperativo tan básico. Parece mentira.

Esto refleja las brasas candentes de la España que Franco dejó. Una retrógrada política dispuesta a gobernar en base a la ley cangrejo. Es decir, andar para atrás, retrocediendo.

Lo que me hace volverme a replantear si de verdad los políticos, además de preocuparse de tener su culo bien asegurado en el escaño, están interesados en luchar para que la igualdad llegue a la sociedad.¿La altanería puede con ellos o los de su clase son incapaces de empatizar con una ciudadanía que está harta de violaciones, asesinadas o techos de cristal? ¿Debemos recordarles, cual peces, el significado de términos tan comunes y necesarios como feminismo?

Una cosa está clara: estamos en campaña electoral. Es el momento de los discursos. Discursos que, en su mayoría, están cargados de palabras vacías (a veces llenas de ponzoña) y promesas que seguramente se las lleve el viento.

El debate del martes en TVE demostró una vez más la poca clase que alberga la política de hoy en día, asemejándose más a un corral de gallinas que a un senado romano. Y continuando con el latín, los políticos deberían aplicarse este cuento de buena manera: facta, non verba.