Recordaba con precisión José Alcrudo (Zaragoza, 1918-2010) la fecha en que colocó novedades editoriales y ejemplares de su biblioteca personal en los dieciocho escaparates del quiosco situado en el bulevar central del Paseo de Independencia, a la altura del edificio de Correos y muy cerca del café Ambos Mundos. Fue el miércoles 28 de marzo de la Semana Santa de 1945. El Ifni, propiedad de un tal Camacho y de Manuel González, padre del pintor Antón González Hanton, se convirtió en Pórtico: los libros y las revistas ocuparon el lugar de los refrescos, con gran expectación ciudadana. Desde su apertura, Pórtico fue el lugar de acogida para quienes les interesaba otro tipo de lectura y de conversación. Aquel año, Pascual Martín Triep (Zaragoza, 1897-1976) fue sustituido de la dirección de Heraldo de Aragón por orden de la Delegación Nacional de Prensa. Martín Triep siguió firme en sus convicciones que expresó con valentía en las páginas del diario.

Es complicado hacernos una idea de las extremas dificultades de aquel tiempo. Sirva el retrato que Jesús Pardo hizo de la década de los 40: «En ningún otro momento se vivió en España tan absurdamente mal, tan material y anímicamente, tan innecesariamente mal, tan tensa y aisladamente del resto de Europa, y no solo del resto de Europa, sino incluso de la misma esencia de España, y hasta, en muchos casos, de nosotros mismos. (...) Lo peor de aquellos años era el silencio de que se rodeaba todo: nadie se atrevía a hablar de nada, como no fuera de cine, y es que el miedo era general, pero en los de arriba, siempre obsesivamente uniformados, una multiformidad de uniformes, ese miedo se expresaba, por el contrario, con voces, gritos, insultos, discursos...».

Pintor con espíritu

Pascual Martín Triep y José Alcrudo compartían mucho. Martín Triep había sido colaborador del semanario Paraninfo (1914-1916) que dirigía el tío de José Alcrudo, Augusto Moisés Alcrudo, fusilado junto a su hermano Miguel José, en septiembre de 1936. Seguro, además, que Martín Triep compartió reuniones y tertulias con los hermanos Alcrudo en el café Ambos Mundos, punto de encuentro de libertarios y republicanos. Años más tarde, quedaría en el Ambos Mundos con José Alcrudo, el hijo y sobrino de sus amigos y cómplices a quienes tanto quiso, para tomar un café y, sobre todo, para hablar de posibles proyectos que rompieran con los gritos y discursos que atronaban el silencio de una ciudad con miedo.

A Martín Triep le interesaban todos los temas. Por supuesto la cultura, y mucho. En su sección Tórculo pudo alzar la voz para denunciar el mediocre estado de las artes plásticas en la ciudad frente a la admiración que en la mayoría suscitaba la prodigalidad expositiva. El 12 de enero de 1947, con motivo de la exposición de Santiago Lagunas, Martín Triep escribió: «No debemos pasar con indiferencia la exposición de pinturas de Santiago Lagunas en el Mercantil. Después de insulsas exhibiciones de tanta escayola pintada, de tanto paisaje bobo, de tanto retrato sin alma, esta aparición de un pintor con espíritu y con inquietud reconforta y abre paso a la esperanza. No todo es en el mundo esa pintura convencional que hace poner en blanco los ojos de los críticos cortos de talla. Una chispa de independencia y de simple gesto de auténtica personalidad absuelven de cualquier tropiezo»; una chispa que esperaba alentase a «los auténticos artistas escondidos en ignotos rincones de la urbe, y que se sienten aplastados por tantos coloristas vascos, catalanes, valencianos», tan frecuentes en la programación de las salas de Zaragoza.

La reflexión de Martín Triep tuvo inmediatas consecuencias que, sin ser consciente entonces y pasado mucho tiempo, iban a ser decisivas en la historia del arte aragonés. Por lo pronto, el 20 de enero de 1947, adelantó que su comentario a la exposición de Lagunas podía tener consecuencias pues había un grupo de pintores locales que deseaban aprovechar la lección y habían empezado a pintar «en busca de orientaciones más originales y menos marchitas que las reveladas por la pintura comercial que derrama sus natillas en esas exposiciones del demonio. Y acaso, dentro de algunos meses se decidan a colgar el resultado de sus esfuerzos, a ver qué pasa». El 16 de febrero confirmó que la propuesta había sido recogida e informó que la librería Pórtico estaba organizando una exposición que se presentaría a fines de abril en el Mercantil. La limitación del espacio había aconsejado invitar a un grupo reducido de artistas afines a los propósitos de la organización. El 2 de marzo adelantó los nombres de los pintores: Santiago y Manuel Lagunas, Aguayo, Vicente García, Baqué Ximénez, Pérez Losada, Pérez Piqueras, López Cuevas y Alberto Duce, que se había incorporado en el último momento. Quiso adelantar la disparidad pictórica de los convocados, unidos en su deseo de mostrarse inmunes a «las facilidades del colonialismo comercial» que protagonizaba la escena. Y lanzó un posible lema para la exposición: «los que pintan sin pensar que van a vender».

La exposición

Las primeras conversaciones de Martín Triep con Alcrudo, a las que pronto se sumó Santiago Lagunas y poco a poco el resto de los artistas convocados, pudieron iniciarse en el pequeño quiosco Pórtico, en los cafés Ambos Mundos o Niké y en los domicilios de Lagunas y de los organizadores. El 30 de marzo, Martín Triep anunció que la exposición de Pórtico estaba prácticamente preparada; y confesó su debilidad por el grupo pues, no en vano, le correspondía «alguna responsabilidad en su idea inicial». De hecho, fue su idea, rápidamente acogida por Alcrudo y Lagunas. El domingo 20 de abril de 1947, un día antes de la inauguración de la muestra Pórtico presenta 9 pintores en el Mercantil, Martín Triep advirtió del sentido de modernidad del proyecto que explicaría de modo más extenso en la conferencia que abrió la exposición. Dámaso Alonso disertó, el 24 de abril, sobre «Lo nuevo como fenómeno y como necesidad en el Arte»; José Manuel Blecua habló sobre el impresionismo y el surrealismo: Dos ismos en pintura y en literatura. Historia de una afición a la pintura, tituló Ildefonso Manuel Gil su conferencia de clausura.

Llegaron a la redacción cartas estimulantes de lectores que gratamente sorprendidos con la exposición solicitaban más iniciativas de carácter similar; pero también hubo las esperadas reacciones negativas. «Se sabía cuánta es la hondura del mal. Nadie podía hacerse ilusiones de que en un abrir y cerrar de ojos el gusto deformado por el sugestivo aspecto de cierto arte viejo se acomodara a una concepción del tono moderno en la pintura. Las reacciones humanas pocas veces son veloces». Tras la exposición, el ambiente fue aquietándose aunque, a partir de entonces, no faltaron ocasiones para que se volviera gritón. Mientras tanto, la galería Buchholz de Madrid entraba en contacto con Pórtico.