Dice Wim Mertens que no sabe muy bien cómo definir su música, aunque cita como referencias los trabajos de Philip Glass, Steve Reich y Michael Nyman. De lo que no hay duda es de que es casi tan popular como Nyman, más conocido que Glass y Reich y menos interesante como compositor que cualquiera de los tres. Ayudémosle un poco: en su propuesta intervienen las músicas clásica y contemporánea; el folclore, en el sentido que lo usaron Boccherini y Piazzolla, por tomar dos ejemplos dispares, y el pop. Y con todo eso arma lo que podríamos denominar música de cámara de los siglos XX y XXI.

El martes, Wim, con el Emsemble formado por Jolente De Mayer (violín), Liesbeth Baelus (violín), Liesbeth De Lombaert (viola), Lode Vercampt (cello) y Ruben Appermont, (contrabajo), actuó en el Teatro Principal de Zaragoza (la única ciudad de la gira española en la que tocó con todos los músicos), donde fue aplaudido y vitoreado con gran entusiasmo por un público entregado. A fin de cuentas, si la memoria no me falla, tiempo hacía que Mertens no pisaba escenarios aragoneses. Él correspondió con un concierto extenso (20 piezas, no cortas, precisamente, bises incluidos) y efusivas muestras de agradecimiento. Todos contentos, pues. Más o menos.

Hace años, en una entrevista, el pianista y performer valenciano Carles Santos, con esa ironía fallera que le caracterizaba, me dijo que, con él de profesor, Mertens no aprobaría el primer curso de piano. Santos exageraba, claro, pero hay que convenir en que el belga es, como pianista, limitado, y como cantante (se mueve en la tesitura de contratenor) discreto. Pero ahí lo tienen: arrebatando voluntades en una muestra más de que la técnica, como bien explicó el mismísimo Hegel, no es lo que hace bella a la música.

En la primera parte de su concierto, Mertens ofreció completo su nuevo y reciente disco That which is not, aunque alteró el orden de las piezas. Es una obra densa, de tempos lentos y estructuras rígidas, en la que destacan por su cromatismo las canciones Its alien Status y Affording More. En Freeze on Volume no hubo piano, y Mertens dirigió al Ensemble desde distancia corta, aunque el quinteto, solvente y disciplinado, no necesitaba mucha dirección.

Llegó el descanso, y, tras él, un puñado de escrituras sonoras más antiguas, procedentes de álbumes como Dust of truths (2016), When tool meet wood (2013) e Integer valor (1998). De construcción más ligera, las composiciones de este tramo compensaron la solemnidad de la primera parte. Y de despedida, la traca final del Mertens más iniciático: Maximizing the Audience (una de sus composiciones más celebradas), 1984; 4 mains, 1982; Struggle for pleasure, 1982, y Close Cover, 1982.

Dentro del pop barroco y cabaretero prefiero a Rufus Wainwraight; en la música compleja, a Bach, y en el mal llamado minimalismo me quedo con Reich. Pero no será este escribidor quien reste méritos al señor Mertens. Mas tengo dudas de que su música, aparentemente compleja, exprese, como apuntaba Hegel, «todos los matices de la alegría, la serenidad, la broma, el humor, la exaltación y el júbilo del alma, así como las gradaciones de la angustia, la aflicción, la tristeza, el lamento, la cuita, el dolor, el anhelo... y finalmente, el respeto, la adoración, el amor». El escritor Alessandro Baricco tiene un sugerente libro en el que reflexiona sobre la llamada música culta y la modernidad: El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin, título que le tomo prestado. Ya nos hemos referido a Hegel. Sobre las vacas hay que aclarar que la Universidad de Wisconsin descubrió que los bóvidos daban más leche si escuchaban a Mozart. Me pregunto qué pasaría si en sus verdes pastos sonara la música de Mertens. ¡A ver, Wisconsin!