De repente, en un torrente de notas flamencas que sin perder la esencia revientan por las costuras suena un acorde que nos lleva al mismísimo Keith Jarrett, y luego, otro que nos da de bruces con Thelonious Monk, y otro que entra de lleno en el universo de Bill Evans… ¡Demonios! ¿Quién es el alquimista que sintetiza esa gozosa piedra filosofal en la que las raíces se confunden con las puntas, las puntas con las raíces, lo propio con lo ajeno, y el canon con la transgresión? Pues ni más ni menos que el pianista y cantaor Diego Amador, grande entre los grandes, pese a que el negocio prefiera encumbrar a otros artistas de más relumbrón y menos alma. Amador, acompañado por Julián Heredia, bajista tan preciso como repleto de swing, y Diego Amador Jr. (de casta le viene al galgo), batería (y tocaor de cajón) tan poderoso como atento al detalle, abrió el sábado en el Centro Cívico Delicias el ciclo De la raíz, programación cultural que indaga con tino en el concepto que le da nombre. Y no pudo tener mejor comienzo, pues Amador, conjugando tradición y contemporaneidad, va más allá de la reformulación de la idea de raíz, creando nuevas bases de las que partir.

No se engañen: lo de Diego Amador, y que me perdonen los taxonomistas (taxidermistas, a veces) de academia, no es flamenco-jazz, ni jazz-flamenco. Es otra cosa, otra creación, otra vaina, otra perturbación. Un cosmos en el que sí, se reconocen el flamenco y el jazz (anotemos de paso su personalísimo y arrebatador cante), pero llega un momento en el que las composiciones adquieren clasificación propia, un punto gozoso en el que pueden sonar, juntos y revueltos pero con profundidad, Albéniz, Weather Report, Chic Corea, un tango argentino, Camarón, aires latinos, Monk, Jarrett, Evans, Davis… A ver no se tomen lo escrito al pie de la letra, pues cada canción tiene su tempo, su estructura, su color y su calor, pero los elementos mencionados están en una o en otra, a veces varios en una sola pieza… Y en ocasiones, la simplicidad del piano y la voz (como en las versiones que Guitarra mía y Dentro de mi alma, de Manzanita). Un sencillez repleta de recovecos, eso sí, de búsquedas de sutilezas.

Amador inició el concierto homenajeando a Charlie Haden en tiempo de soleá, y lo terminó sacando del piano todas las sonoridades posibles a través de casi todas las formas conocidas. En medio, podemos hablar de rondeña y fandango, de rumba y de bulería, pero en realidad tenemos que referirnos a una serie de artefactos sonoros que muestran a su creador como un artista único y que le ponen al público el corazón en un puño y la cabeza del revés. Diego Amador es mucho Diego y mucho Amador. Es el paradigma del poder revulsivo de la música, independientemente de su procedencia. ¡Para que luego vengan unos gachós con la tabarra esa del apropiacionismo mal entendido!