Permítanme, mis queridos lectores, ser un poco gamberro. Cuando era un chaval, había dos juegos a los que me encantaba jugar con mis amigos en las canchas de minibasket del colegio: 'El 31' y 'La rueda'. Se jugaban en una sola canasta. 'La rueda' consistía en ir encestando consecutivamente desde todos los puntos señalados en las líneas que delimitan la zona. En muchas ocasiones, cuando las marcas estaban bastante alejadas de la canasta y, era mi turno, cogía el balón y les decía: “Os hago una apuesta. Si la encesto, seré el mejor del mundo, el más guaperas, el más atractivo; iré por la calle y la gente me aplaudirá, y me dirán: “¡Fenómeno, eres un fenómeno, el mejor, el más grande!” Las chavalas se me echarán al cuello y me casaré con la mujer más guapa del mundo que, además, será millonaria. Pero… si fallo, al instante me transformaré en un tipo feete, calvo y lleno de granos. Por la calle la gente me abucheará y me gritará: “¡Paquetón, inútil, ‘caracandao`!” Me arrojarán tomates, huevos, lechugas. Me lanzarán pasteles al careto. No me querrá nadie. En fin, un desastre.” Mis amigos que, evidentemente, estaban hartos de la broma, se desesperaban: “¡Qué sí, Íñigo, pero tira de una vez!” Bueno, les suelto este rollo porque les quiero hacer una apuesta. Pero antes les pondré en antecedentes.

Se apellida Montgomery, de nombre Robert, y fue un actor extraordinario. La mayoría de ustedes conocerán más a su hija: Elizabeth Montgomery. La brujita guapa, dulce y alegre, llamada Sam, que movía su naricilla en la divertidísima serie 'Embrujada' de los años 60. Robert Montgomery fue -repito- un extraordinario actor con cerca de sesenta películas en su haber. Fue nominado al Oscar como mejor intérprete por 'Al caer la noche' (1937) y 'El difunto protesta' (1941). Si no hizo más películas como protagonista actoral fue porque -tras enfermar John Ford durante el rodaje de 'They were expendable'- Montgomery dirigió algunas secuencias de la misma y descubrió una vocación escondida que le permitía exhibir con total libertad sus dotes de creador cinematográfico. En su ópera prima 'La dama del lago', el amigo Robert sorprendió a propios y a extraños al rodar esta aventura del detective Phillip Marlowe con cámara subjetiva. Innovadora técnica que consistía -grosso modo- en convertir al espectador en el principal protagonista de la historia, de tal manera que el resto de los personajes nos mirarán todo el tiempo a los ojos. O sea, en este caso, Marlowe (el personaje principal), es como si llevara una cámara en lugar de una cabeza. Así que, no se le ve en toda la película, salvo un par de veces reflejado en un espejo.

Bien, ahí va la apuesta, amigos lectores. Si ustedes ven la trilogía de Robert Montgomery: 'Al caer la noche' (1937), 'The earl of Chicago' (1940) y 'Alma en la sombra' (1941), y opinan que estamos ante un actor prodigioso, soy el mejor del mundo, etc., etc. Si, por el contrario, las ven, y consideran que Montgomery es un actor del montón, soy el peor del mundo y… bueno, no vale abuchearme, ni insultarme, ni lanzarme tomates. Sí les permito lo de los pasteles al careto. ¡Madre mía, qué miedo!, como vea a alguno de ustedes acercarse a mí con un merengue en la mano. Pero recuerden que no tendrán que buscar al de la foto. Yo me habré transformado ya en un tipo feete, calvo y lleno de granos.