El 16 de noviembre pasará a la historia de Aragón como el día en el que Endesa certificó la defunción de la central térmica de Andorra. Apenas tenía 40 años. Muy joven para morir, pero muy mayor para los tiempos que corren. La salud del planeta se ha convertido en una de las grandes prioridades del Gobierno español y de Europa, y eso se ha podido constatar durante los últimos días, meses y quizá años. El fin del carbón no es la única alarma que ha saltado esta semana. Apenas 48 horas antes de que Endesa decretase el cerrojazo de la central de Andorra, el Ejecutivo de Pedro Sánchez fijaba el 2040 como el año en el comenzarán a prohibirse las matriculaciones de vehículos propulsados por diésel, gasolina y gas. Tampoco se permitirán los híbridos, dejando en el horizonte un mercado copado por lo eléctrico (coches, bicis, patinetes...), al que parece que nos dirigimos de forma inexorable. El cambio ya está aquí.

El que vio venir con antelación este punto de inflexión tiene mucho camino recorrido, pero el que se quedó anclado en el pasado, el que no quiso observar lo que no era ni mucho menos invisible y el que hizo caso omiso de las advertencias del futuro solo tiene un camino: adaptarse lo antes posible. De nada sirven ya los lamentos. Estamos ante la nueva revolución. El horizonte es eléctrico, digital, autónomo, virtual y, en la mayor parte de los casos, inimaginable.

Hace ahora diez años del comienzo de la mayor crisis económica vivida a nivel global. Unos años antes de que la recesión llamase a la puerta de millones de empresas, cientos de millones de trabajadores y decenas de bancos y Estados, se escuchaba un mantra insistente, machacón e incesante: «Hay que cambiar el modelo productivo», decían las compañías, instituciones, sindicatos y partidos políticos. Pero apenas se hizo nada. La crisis obligó a exportar a quien no lo hacía ya. La alternativa era el cierre. Los trabajadores que se quedaron en el desempleo se vieron abocados a reciclarse o a montar un negocio para tratar de capear el temporal. Los bancos que gestionaron de forma irresponsable y, en algunos casos delictiva, los ahorros que les confiaron sus depositantes acabaron engullidos y ya son historia.

Revisar hojas de ruta

La metamorfosis que sufre la industria y las exigencias medioambientales han golpeado esta semana a Aragón. El fin del carbón ha supuesto un mazazo del que será difícil recuperarse. El escenario más plausible es una progresiva despoblación de la comarca de Andorra, que apenas tiene alternativas de futuro, como así lo constantan la mayor parte de las aventuras empresariales en la zona durante las últimas tres décadas, pues fracasaron. Aragón ha vivido de espaldas a la realidad del fin del carbón pensando que se obraría el milagro de la continuidad de la térmica. Y ahora la provincia de Teruel se asoma al vacío, puesto que el 40% de su PIB lo aporta la central de Endesa y la actividad minera asociada.

Mientras, el sector del automóvil, aunque inquieto y preocupado, ya ha iniciado su transformación. Opel España es un ejemplo. El nuevo Corsa eléctrico es, sin duda, el mejor embajador de la revolucion industrial que afronta la comunidad. La estrategia del Gobierno autonómico, instituciones, Universidad de Zaragoza, centros tecnológicos y empresas pasa irremediablemente por tratar de liderar este cambio. Será bueno para el sector del automóvil, pero también un ejemplo para el resto de actividades productivas que deberán revisar sus hojas de ruta y mirar hacia adelante si quieren seguir existiendo en unos años. Y dejar, por fin, a un lado los malos humos.