No es necesario tener el carnet de aragonés para comprobar que esta tierra está plagada de paradojas. Quizá ese sea uno de los grandes encantos de una comunidad que concentra el 75% de su población en Zaragoza. Mientras, el resto de sus habitantes se dispersan en otros 730 municipios, algunos de los cuales están ya heridos de muerte y esperan con estoicismo el parte de defunción.

Este contraste es, si cabe, mayor durante estos días en los que la fiesta se desborda a orillas del Ebro a su paso por la capital aragonesa. En octubre, Zaragoza supera el millón de personas, aunque muchas desconocen que a una hora de distancia en coche emerge un desierto, una estepa de unas 276.000 hectáreas que abarca casi medio centenar de pueblos. A pesar de lo inhóspito del paisaje, el AVE atraviesa Los Monegros a la velocidad del futuro, un futuro que se resiste a asomar la cabeza para los 7,6 habitantes por kilómetro cuadrado que habitan en esta comarca. El dato es demoledor.

Pero así es Aragón, un territorio que es capaz de mantenerte con la vista perdida en un horizonte que no acaba, pero también de dejarte boquiabierto y sin margen de respuesta ante un torrente de estímulos que desbordan los sentidos.

Uno de los pocos visitantes ilustres que puede dar cuenta de ello es Felipe VI, conocedor de la geografía local, y que hoy volverá a dejarse caer por Aragón para recorrer uno de los centros industriales más vanguardistas de la comunidad. No es la primera vez que el rey es invitado a la factoría, pero sí es la primera ocasión que asiste al lanzamiento de un coche eléctrico en serie, el primero que ve la luz en España.

El tejido productivo

Opel, en definitiva, es a la economía regional lo que Zaragoza es a Aragón. Es casi vital, pero no es lo único, ni mucho menos. Aunque el automóvil sea uno de los sectores más pujantes, el sector agroalimentario le habla de tú a tú como generador de empleo a la mayor empresa de Aragón y su entorno. Y eso da alas a muchos pueblos que buscan la supervivencia mientras casi 6.000 operarios se afanan por producir un coche en menos de un minuto.

Aragón es tan bipolar, tan contradictorio que la provincia que ha hecho de la minería su modus vivendi emerge ahora como uno de los escenarios verdes de la comunidad. Y una prueba de ello es la intención de Forestalia de invertir 2.400 millones para levantar 66 parques de energía renovables en 50 localidades. Es solo el comienzo, pues todo apunta que el Bajo Aragón se convertirá en uno de los grandes exponentes de la economía verde.

Lugar de consenso

Políticamente, Aragón también es una rara avis. Es la única comunidad que históricamente ha necesitado pactar para tener un gobierno. Y el cuatripartito de PSOE, PAR, Podemos y CHA pone el acento en esa capacidad de consensuar que se ha convertido en un activo irrefutable. Claro, que eso no quita para que la ciudad de Zaragoza mude de un gobierno de izquierdas a uno conservador apoyado por un partido ultraderechista. Cosas de esta tierra.

Aragón encierra otras paradojas, contrastes e irracionalidades. Aquí se puede vivir a 40 grados, pero también bajo cero. En esta tierra es posible ver decenas de aviones aparcados frente a la A-23 en una de las provincias con menor densidad de población, y comprobar cómo nuestros vecinos se pelean por conseguir la independencia o más competencias mientras aquí seguimos con la copla de lo abandonados que nos tienen desde Madrid.

Y en lo futbolístico, qué decir... Huesca, con apenas 50.000 habitantes, vio el pasado año cómo su equipo lograba subir a primera división, un sueño que persiguen hace demasiados años miles de zaragocistas que no ven el día en que suceda.

Así es Aragón, una comunidad que encara el futuro con el reto de conseguir una relevancia que se le ha negado o que los propios aragoneses le hemos negado.