Encuestas, prensa, radio, televisión, mítines, encuentros callejeros, abrazos, satisfacciones, disgustos, kilómetros, colesterol, debates... El candidato estaba en campaña.

Cuando sonó el despertador, ya llevaba unos minutos desvelado por culpa de una pesadilla enroscada entre sudores y desazones. Recuperada a trazos con el engaño del sobresalto reciente, bendecía la ficción de cama y superaba el susto de haberse visto huérfano de votos en el día de las elecciones.

Abrió los ojos del todo y vio a su mujer apoyada junto a la ventana, diríase que con el rictus poco dado a templar gaitas. "No puedo más -comenzó ella-, otra vez vuelta a lo mismo, a tu campaña de político, a ponernos todos a tu servicio, a hipotecarnos la vida". Y subiendo el tono: "Un ególatra y un egoísta, eso es lo que eres. Pero mírate esa cara en el espejo, ¿qué tienes que ver con esa sonrisa de tus vallas, como ésa que tenemos ahí, enfrente de casa? ¿De dónde has sacado tú ese rasgo de simpatía, de dónde ese gesto atractivo que no lo he visto en casi veinticinco años de matrimonio?"

Volvía con la cantinela de los últimos meses. La vocación de político -se abstrajo- no la entienden ni en tu propia casa, ¿qué esperar de los demás? Pero ella seguía: "Estoy harta de esperarte, de que no te veamos nunca, de que no pienses en la familia, de acompañarte a cenas de tu partido, a comidas con esos pelafustanes, a conversaciones plomizas, a ser el florero de tus ambiciones. ¿Pero dónde está aquel abogado que conocí en la facultad y que iba a defender verdades y repartir justicia?, ¿dónde aquellos sueños? Me has jodido la vida, guapo, nos la has jodido a todos".

A los gritos entraron sus dos hijos en la habitación. "Tiene razón mamá -habló el mayor-, yo también estoy rayado de que me conozcan por el hijo de, como si uno no tuviera su personalidad, por no hablar de que me encasillan en tus mismas ideas políticas, cuando ni en pintura... Conmigo, desde luego, no cuentes para nada en esta campaña". "Ni conmigo tampoco -terció el pequeño-, no voy a ir de muleta tuya a los mítines".

Abrumado, salió de casa y, ya en el coche, repasó el programa con su responsable de campaña. A primera hora, visita a un mercado, comida con empresarios, desplazamiento de 90 kilómetros para dar un mitin, reunión en el partido, repaso de los últimos sondeos... No quiso ver más. Comenzó dando apretones de mano a ellos y besos a ellas, pescaderas y carniceros, verduleras y queseros. Un hombre, trastabillándose, le dio un fuerte abrazo -"Dios, cómo le olía el aliento"- y le recordó no sé qué del instituto. Tuvo que hacer una seña a los de seguridad para que se lo quitaran de encima.

Al abandonar el mercado, un grupo del partido opositor le abucheó desde la otra acera. Creyó oír algún insulto, pero él tenía muchas tablas -hasta en casa se las ponían- para dejarse intimidar, así que les enseñó su sonrisa de candidato, la que había ensayado durante dos horas para la foto del cartel.

Entonces despertó de verdad, miró alrededor y vio a su mujer apoyada junto a la ventana…