Me cansa y me hastía el uso tan manido de la expresión Carpe Diem en la última década. Aprovecha el momento, la vida son cuatro días, ¡bébetela!, disfruta, vive al límite. Me parece de puro egoísmo y de no comprender que en la vida hay momentos buenos y momentos malos y que, lo más importante es -como dice Kipling en su poema If-- mantener la cabeza siempre en su sitio y afrontar el éxito y el fracaso como dos impostores a los que se ha de tratar de la misma manera.

De lo que he sido, soy y seré partidario es del Carpe Ríen (aprovecha la risa). Me lo acabo de inventar pero da igual. Reír es algo maravilloso. De mi infancia y adolescencia, lo que recuerdo con más intensidad y con una nitidez casi insultante, es todo lo que reí. Claro que pasé momentos malos, y muy malos también. Pero les aseguro que son un leve chispazo en mi memoria. Nada comparable a los fuegos artificiales que explosionan en ella cuando los recuerdos son de sonrisas, risas o carcajadas. Reír y reír. El bálsamo para las heridas del alma. La carcajada es terapia para el nervioso, para la angustia, para el miedo. Reír y reír. El milagro. Pues hasta las lágrimas vertidas pueden ser de alegría.

Pero la risa ha de ser natural, espontánea. Como la contestación de aquella extraordinaria mujer a la que pregunté en una ocasión: “¿Qué quieres que sea tu futuro nieto, niño o niña?” Y me respondió: “Da igual, lo único que quiero es que sea alegre.” Así debe ser la risa, sincera, limpia, salida directamente del corazón. Sin ningún tipo de complejo. Aquella que te provoca un amigo con el simple hecho de verle acercarse. No la puedes evitar. O aquella otra que termina estallando en carcajadas ante las ocurrencias, las frases ingeniosas o las inocentes preguntas de los niños. Una risa que huye discretamente del ruido. No recuerdo quien dijo aquello de “La alegría no es ruido. Es un estado del corazón de quien se siente realizado.”

Reconozco que yo he tenido mucha suerte. Soy portador de esa alegría innata. Y la transmito. No hago nada para ello. Imagino que la llevo en la cara. O tal vez no. Pues no sé… pero la transmito. Y amanezco alegre y… con muchas, muchas ganas de cachondeo. Eso sí, solo he hecho una cosa -les juro que también de forma natural- que sin duda, me ha ayudado a mantener, e incluso a potenciar mi espíritu alegre. Desde que era un crío y hasta el día de hoy, siempre me he rodeado de gente alegre. Y a ustedes, queridos lectores, les aconsejo lo mismo. No les será fácil. No hay tanta como parece. La mía es una banda de seis.

No puedo terminar sin dejar de dar las gracias a todos los que me han hecho reír: Chaplin, Harold Lloyd, El Gordo y el Flaco, Los Hermanos Marx, Jerry Lewis, Danny Kaye, Cantinflas. También a Los Payasos de la Tele, Paco Martínez Soria, La Pantera Rosa, Mota. Y… las mismas gracias, pero unidas al más fuerte y cariñoso de mis abrazos, a mi “Banda de la alegría”, los que han conseguido que me carcajeara hasta que se me saliesen las lágrimas. Ustedes no los conocen pero pueden sustituir sus desconocidos nombres por aquello-as que a ustedes tanto les hacen reír. GRACIAS: Cuairán, Lisa, Nicoleto, Carrilero, Iñaki y Toñín. Como diría éste último: Gracias por enseñarme a reír. Por enseñarme a vivir.