Esta carta es más que un ruego. Es un llanto, un lamento, un grito desesperado de un pueblo desengañado. Y la dirigimos a una mujer. Joven o mayor, da igual. A una mujer que sea política. A la futura presidenta del gobierno. Porque los hombres que han regido el país durante las últimas décadas nos han fallado. Nos han abandonado. Se han comportado, no como HOMBRES, sino como hombrecillos. Se han servido del poder que les otorga el pueblo para enriquecerse, para envanecerse y para dividirnos. Han sido y son ególatras, prepotentes y mentirosos compulsivos. Y muy cobardes. Y muy ruines. Han generado odio mientras ellos aman, sin decoro alguno, el dinero. Y se descojonan de nosotros desde sus palacios de marfil.

Estamos -querida política y amiga- cansados, estamos hartos. El confinamiento nos destroza. Muchos de nosotros permanecemos encerrados con nuestros hijos, en pequeños pisos sin ventanas al exterior. Otros, enfermos de mente y alma, no pueden salir a la calle para liberar sus males y sus fantasmas, y expanden su ansiedad y su irritabilidad (sin conocimiento y sin maldad) a sus agotados y desesperados familiares, cuando no la hacen explotar golpeando paredes o autolesionándose. Las cajeras de los supermercados se exponen diariamente al virus y a la desobediencia de algunos clientes. Los camioneros hacen horas extras sin apenas descanso, jugándose sus vidas a cada kilómetro. Los niños tienen menos derechos que los perros. Al personal sanitario lo golpean inmisericordemente desde todos los flancos mientras van cayendo en una batalla en la que los amos del reino, por su desidia y por su crueldad, convirtieron sus castillos de piedra en castillos de papel, para que los defendieran completamente desnudos, frente a un enemigo invisible y silencioso. Como ese silencio, no de muerte (sería mucho menos cruel) sino de soledad, en el que nuestros ancianos y ancianas lloran, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, la ausencia de una mano o de unos labios queridos. Ni siquiera una sonrisa lejana.

Por todo ello, mi querida política, cuando te elijamos como nuestra presidenta, lo haremos con el corazón. Querremos, ante todo, que seas una persona buena y honrada. No nos importará que seas de un partido o de otro. Nos habrás convencido con un discurso sencillo y amable, cuya esencia radicará en aquellas generosas palabras de Lincoln en Gettysburg: “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.” Seguro que no te reirás de nosotros. Seguro que ayudarás a los más desfavorecidos, a los más necesitados, a los más humildes trabajadores y trabajadoras. Seguro que no les negarás ni un ápice de dignidad a los nacidos lentos de pies o lentos de mente; ni impedirás al borracho, o al drogadicto o a la prostituta que luchen por la suya. Seguro que apelarás a la sabiduría de la gente mayor para afrontar con claridad el presente. Serás toda una MUJER, como el HOMBRE del poema 'If' de Rudyard Kipling.

Entonces, hombres y mujeres, nos levantaremos del fango donde nos arrojaron tus predecesores y volveremos a creer, y a tener esperanza. Podremos mirar a los ojos a nuestros hijos y decirles que no todo está perdido, que todavía se puede confiar en los seres humanos. Incluso en los políticos.