“Cartas de una madre generosa y de un padre sabio a su hijo misionero escolapio” es un libro que no se encontrará en las librerías, por cuanto su autor, Fernando Negro Marco, hizo una tirada limitada a unas decenas de ejemplares; una verdadera joya literaria destinada al disfrute de sus hermanos y sobrinos; es decir para los diez hijos que tuvieron nuestros padres y para los hijos de sus hijos, los nietos de aquellos maravillosos abuelos aragoneses de Teruel. Él de Bello, y ella de Torralba de los Sisones, enlazados ambos pueblos por la visual de las sobriamente bellas y esbeltas torres de sus iglesias -como el recio y leal carácter aragonés- así como por la contorna de los espontáneos aguarchales y de las saladas aguas que brotan de la laguna de Gallocanta.

Tres generaciones de aragoneses cuyos abuelos nacieron, el primero, Francisco, en 1915 (en plena Gran Guerra) y el segundo -la abuela Generosa- en 1921, año en el que se produjo el desastre de Annual, durante la guerra del Rif. Su infancia y juventud transcurrieron entre el reinado de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la primera república, la guerra civil y la posguerra. Hitos cruciales de la historia de España.

Si, contradiciendo al adagio, cualquier tiempo pasado no fue mejor, tampoco para ellos lo fue peor, por cuanto siempre afrontaron aquella dura y adversa realidad con decisión, valentía y firmeza, unidas a su bondad, amor e inquebrantable fe, atesorando en su espíritu una fuerza invencible para avanzar.

Francisco y Generosa se casaron a los cinco años de terminada la guerra civil. Y pronto tuvieron sus dos primeros hijos: Jesús Y María de los Ángeles. La segunda guerra mundial había finalizado hacía dos años dejando unas huellas profundas, especialmente en los niños. Así que Paco y Generosa acogieron en 1954, y como a una hija más, a Ingebor, una niña austriaca de doce años cuyo padre, marino, había muerto en el transcurso de la guerra. Ella formó parte del contingente de 4.000 niños austriacos que entre los años 1949 y 1955 fueron acogidos en hogares españoles, en el marco de una operación internacional (en España auspiciada por la Iglesia, Cáritas y Cruz Roja) de ayuda a los niños de Austria damnificados por la guerra. Generosa contaba a sus hijos que Ingue les llamaba siempre papá y mamá, y que cuando llegó a Bello solo hablaba alemán, pero cuando al cabo de un año volvió a Viena junto a su madre y hermana pequeña, hablaba ya nuestro idioma a la perfección.

En el mes de febrero de 1956, el territorio comprendido entre Bello y Calamocha fue el que más bajas temperaturas registró en España (se superaron los 30 grados bajo cero) provocadas por la ola de frío que se produjo durante aquel gélido mes en nuestro país. Una verdadera Pequeña Edad de Hielo. Y no fue para menos, por cuanto Generosa contaba que al colgar las sábanas en el tendedero, las telas al instante quedaban heladas como blancos y pétreos lienzos de una muralla.

En 1963, el año en que asesinaron a Kennedy, Paco y Generosa habían tenido ya a sus diez hijos. Habían formado una familia numerosa con tres premios a la natalidad y disponían de los máximos descuentos previstos para viajar en tren y autobús. En no pocas ocasiones los cobradores se desesperaban calculando la tarifa que habían de aplicar.

Paco y Generosa sacaron adelante a sus diez hijos, al igual que las familias de su época, con trabajo y sacrificio, mirando no solo por su bien sino también por el de los demás, como católicos que siempre fueron. En 1975 vivieron la muerte de Franco, a la que siguió la reinstauración de la monarquía y fueron -como todos los españoles de la época- protagonistas y artífices de la Transición democrática que propició la prosperidad, derechos y libertades de los que ahora gozamos. ¡Qué mayor prueba de amor a España se puede dar!

Generosa falleció en 2007 y Paco tres años después en 2010. Quedan, no obstante, su memoria y testimonio de amor y verdad, fundamentados en su espiritualidad cristiana. Ahora, el séptimo de sus hijos, Fernando que es sacerdote escolapio, ha historiado en un libro la memoria de nuestros padres, que es como decir la de un siglo de la historia de España. Mucho más real que la de fríos libros de historia. Y lo hace a través de sus cartas. De la relación epistolar que con él mantuvieron durante sus 30 años de misionero (1987-2007) en África, la India y Estados Unidos.

“Querido hijo Fernando…”.