Siglo XXI. Año 2020. Febrero. Esta vez ha sido el gesto de un futbolista del Porto, Moussa Marega, el que ha abierto los ojos a todos -amantes y no simpatizantes del fútbol- y ha puesto una vez más el problema del racismo encima de la mesa de la sociedad y de las instituciones portuguesas. Ha pasado una semana desde que para muchos este héroe tuvo la valentía de pedirle el cambio a Sergio Conceição, su entrenador, porque estaba recibiendo insultos contra su raza y ya no aguantaba más sobre el césped del Afonso Henriques de Guimarães.

Hace un par de domingos, gritos y gestos de mono y cánticos racistas fueron solamente algunas de las palabras que Marega tuvo que aguantar desde el calentamiento mientras se dedicaba a hacer su trabajo. Obviamente, para muchos sigue en pie el hábito de acudir quincenalmente al estadio para desquitarse de los problemas cotidianos tomándose todo tipo de licencia para insultar a jugadores y equipos rivales. Es curioso, porque esto solo pasa en el deporte. Ningún fontanero tiene tiene a nadie detrás de la puerta del baño diciéndole absolutamente de todo mientras cambia los grifos.

Y es que es inevitable ponernos en la piel del africano durante esos minutos de tensión a 180 pulsaciones. Vuelves a la que un día fue tu casa (jugó en el Guimarães en la 2016-17), donde siempre que has marcado con otra camiseta no lo has celebrado y eres recibido de la peor manera posible. Esta vez marcó el que a la postre fue el gol del triunfo del Porto, se señaló su negra piel y la rabia le hizo ponerse una de las mesas que le habían lanzado desde la grada en la cabeza durante una celebración bastante comedida. Entonces, llegó el infierno por parte de la multitud y el delantero solo pudo defenderse con una peineta. Mucha gente ha criticado el comportamiento de los jugadores del Porto, intentando parar a su compañero (que fue irónicamente fue sustituido por otro africano) y no optar por abandonar el campo y marcharse con él al vestuario en señal de protesta.

Dos días después del revuelo, Marega admitió “haberse sentido una mierda”, añadiendo que “las luchas antirracistas son estúpidas” porque “solo consigues una foto que compartes en las redes sociales”, haciendo alusión al postureo que siempre lleva implícita la lucha contra el racismo. Por lo visto, el africano, además de buen futbolista, también es adivino. La Liga Portuguesa propuso para este pasado fin de semana una campaña, escasa, para combatir el racismo en la que los equipos de Primera y Segunda saltarían con una camiseta con el lema 'No al racismo y a la xenofobia' y se harían la típica foto mezclados antes del inicio del partido tal y como predijo el maliense sobre la falta de imaginación y eficacia de estas iniciativas.

El 'caso Marega' ha tocado la fibra de los políticos portugueses, que llegaron a discutir sobre el tema en el Parlamento de Lisboa en una semana donde la despenalización de la eutanasia y el racismo fueron aquí en Portugal el pan de cada día. Los diputados aprobaron la audición de varios personajes públicos, como el secretario de Estado del Deporte, para que estas situaciones reciban un verdadero castigo y dejen de pasar impunes ante la justicia. Los aficionados que insultaron al jugador se enfrentan a quedar apartados solamente cinco años de los estadios sino cambia la legislación. Actualmente, en Portugal hay 108 personas que tienen prohibido el acceso en los campos de fútbol, pero solamente tres de ellas por racismo.

Este domingo, Marega volvió a jugar en su zona de confort donde fue recibido con honores. En el minuto once, el número de su dorsal, los 40.129 espectadores del estadio Do Dragão se pusieron en pie en solidaridad con su futbolista mientras un fondo sacaba la pancarta “Todos somos Marega”. El Porto ganó y volvió a ser líder provisional de la Liga NOS, aunque eso ahora sea lo de menos.