La Revolución que tuvo lugar en España en septiembre de 1868 conllevó el destronamiento de Isabel II y la convocatoria de elecciones en enero del siguiente año. Con 35 escaños obtenidos, los resultados fueron muy favorables para la reorganización del partido carlista, liderado entonces por Carlos VII como pretendiente al vacante trono de la nación. Sin embrago, el 16 de noviembre de 1870 las Cortes aceptaban para tal misión la candidatura de Amadeo de Saboya. Un serio revés para los carlistas, que habían visto cómo en el mes de marzo anterior, Ramón Cabrera el “Tigre del Maestrazgo”, había presentado su dimisión como jefe de su organización. Lo convulso del panorama político español de aquellos años se tradujo en el hecho insólito de que los carlistas (monárquicos) fueron coaligados con los republicanos y radicales en las elecciones a Cortes que tuvieron lugar en enero de 1872.

Sin embargo, las pretensiones de aspirar al trono de España de los legitimistas seguian intactas y el 14 de abril de 1872 el pretendiente Carlos VII dio la orden de que todos sus diputados abandonaran el Parlamento. Siete días más tarde comenzaba en España una nueva guerra civil, conocida en la historia como la tercera guerra carlista.

Fue en este contexto en el que el 3 de julio de 1874 se produjo el intento carlista de conquistar, con una fuerza de 4.000 soldados, la tradicionalmente liberal plaza de Teruel. El joven Don Alfonso (tenía entonces tan solo 25 años de edad) hermano del Pretendiente, quería conquistar Teruel a toda costa, debido a su importante ubicación estratégica. De ahí que apremiase al comandante general de las tropas carlistas de Aragón (Manuel Marco, conocido popularmente como “Marco de Bello”, por el nombre del pueblo turolense en que había nacido en 1817) a que iniciase la ofensiva aquel día, desestimando las dos semanas que el general aragonés le había pedido para concluir sus planes de conquista. Su batallón y la compañía de Almogávares del Pilar iniciaron el ataque.

Mas en aquella memorable ocasión, los liberales teruelanos, junto a la Milicia Nacional, la Guardia Civil y tropa de guarnición, se batieron dignamente y repelieron la ofensiva carlista, haciendo más de doscientos prisioneros y causando numerosas bajas en las filas asaltantes.

Sin embargo, al cabo de un mes, los carlistas (envalentonados, por cuanto el 15 de julio sí habían obtenido el éxito en la conquista de Cuenca) volvieron a plantarse de nuevo ante las murallas de Teruel en la madrugada del 4 de agosto. La noticia de la nueva visita de tan molestos huéspedes, cundió rápidamente entre la población de Teruel. La artillería y la infantería carlistas atacaron la muralla, y a las cinco de la tarde intimaron la rendición de la ciudad de los Amantes que los turolenses rechazaron.

Se esperaba un nuevo ataque al anochecer, pero los carlistas no se atrevieron a darlo, y emprendieron la retirada al amanecer del día siguiente.

Y al igual que hiciera el gobierno isabelino con los zaragozanos que el 5 de marzo de 1838 habían defendido Zaragoza del sorpresivo ataque de Cabañero, del mismo modo el Gobierno, presidido entonces por Sagasta, creó una medalla para los defensores turolenses del 4 de julio de 1874, y añadió a su escudo el título de «Heroica». En cuanto a la brillante defensa que volvieron a hacer el 4 de agosto, sus protagonistas no obtuvieron la recompensa de medalla alguna, más sí los blasones de la ciudad de Teruel que añadió a los que ya ostentaba: «Muy noble, Fidelísima, Vencedora y Heroica», el título de «Siempre heroica».

Así mismo la ciudad erigiría después un monumento en honor de los héroes del 3 de julio y del 4 de agosto, junto al que los teruelanos pronto empezaron a cantar los estribillos de esta jota: “Mientras que Teruel exista a su historia será fiel y nunca el bando carlista podrá triunfar en Teruel”.