A comienzos de septiembre de 1949 Zaragoza estaba expectante. Desde junio el tema protagonista de todas las conversaciones era la remodelación del cine Dorado, en el Paseo de Independencia 14, que la empresa Quintana había encargado al arquitecto Santiago Lagunas. Las obras debían realizarse durante los meses de verano, un tiempo récord para acometer la profunda reforma del viejo cine Doré, construido en 1914 por Teodoro Ríos, que afectaba al cambio de los sistemas de ventilación, iluminación y acústica, y a la renovación de las zonas de ingreso, de los espacios complementarios y de la sala de proyección, donde además de eliminarse las columnas de hierro que limitaban la visibilidad, se ampliaría hasta más de 1300 el número de butacas. Cuando las obras estaban iniciadas, la empresa confió a Lagunas la decoración del cine. El rumor corrió por la ciudad.

«Tres meses; en tan breve espacio de tiempo se ha forjado una leyenda. Nació imprecisa, con el mes de junio, entre triviales temas de charlas de café: ¿Sabéis? Ha cerrado el Dorado. Van a derribarlo íntegramente. La empresa Quintana se propone reedificarlo, suntuoso y modernísimo. Todo esto en cien días. La noticia pareció morir, entre escépticos bostezos. Mas no tardó en resurgir confirmada o impugnada, en las nocturnas tertulias estivales. Y mediado agosto, tanto este plazo inverosímil como los rumores sobre las modernas características decorativas del nuevo salón constituían ya un preferente tema de discusión, tanto en nuestra ciudad como en las colonias de veraneantes zaragozanas, del Pirineo al Cantábrico. ¡Cien días! ¡Decoración abstracta!». Así comenzaba el estupendo reportaje anónimo que varios periódicos de Zaragoza publicaron el 9 de septiembre de 1949, a iniciativa, quizás, de la empresa constructora Ingar o de la empresa Quintana.

A continuación, quien escribía, recién regresado a la ciudad y durante su paseo nocturno, entraba en el cine Dorado e «inmediatamente nos vemos sumergidos en un mundo febril. Bajo un gigantesco andamiaje de veinte metros en cuadro que vuela a impresionante altura, un ejército de operarios de gremios dispares trabaja en aparente confusión. Tan solo aparente. Pronto advertimos, admirados, la inteligente coordinación de sus esfuerzos. Pintores, decoradores, marmolistas, ebanistas, cerrajeros, técnicos de aireación y montadores de material cinematográfico, simultanean su labor sin interferirse». Entre un grupo de técnicos de la empresa constructora Ingar, encuentra a Santiago Lagunas con quien realizará una visita de obra mientras charlan sobre la consigna que recibió de la empresa Quintana: proporcionar al público de Zaragoza un salón funcional y decorativamente perfecto, sin reparar en gastos y sin limitaciones. De repente, a una voz de mando, operarios y máquinas enmudecen, y comienza a sonar el Largo de Haendel. Primera prueba de sonido. Un minuto después sigue el trabajo y la conversación. Lagunas insiste en que la empresa suscribió íntegramente su opinión de que Zaragoza debía situarse en la avanzada de las modernas directrices internacionales con un salón de espectáculo «nuevo», en el más amplio sentido de la palabra. Respecto a si será entendido, Lagunas no duda -lo imagino socarrón-: «Francamente no. En este aspecto nuestra ciudad se halla particularmente capacitada para el esfuerzo estético que de los concurrentes al salón vamos a solicitar. No olvide que por nuestras salas de exposiciones desfilan ininterrumpidamente las obras de los mejores artistas de nuestra generación y que al numeroso público asiduo de las mismas le encauzan perseverante e inteligentemente las plumas de nuestros críticos de arte locales, cuya brillantez didáctica ha merecido recientemente de las altas autoridades rectoras un brillante y justo galardón». Sabe, por experiencia, que conviene estar al lado de críticos y periodistas. La charla finalizó con la llegada del profesor Torralba en compañía de un grupo de estudiantes extranjeros.

Boceto del pavimento del vestíbulo principal (1949).

El 14 de septiembre de 1949, día del 37 cumpleaños de Lagunas, se inauguró el cine Dorado, con la película Noche y Día de Michael Curtiz. La mayoría de los comentarios en prensa admitían la modernidad del concepto decorativo ideado por Lagunas, que realizó en colaboración con Aguayo y Laguardia; hubo algunos “«pero» que no afectaban a la intervención arquitectónica sino a la decorativa: al tiempo que se planteaba la rápida pérdida de actualidad de tanta modernidad, se esperaba que la estridencia visual que pudiera provocar en los espectadores se relajara hasta ser «puro regalo de una sensibilidad igualmente reformada». Y si le preguntaban a Lagunas qué es lo que había querido decir con su obra, escribió Torralba, respondía con una consciente boutade: «Hacer que el meridiano artístico de París pase por Zaragoza».

El 1 de octubre de 1949, a las 22 horas, se celebró la cena-homenaje a Santiago Lagunas con motivo de la inauguración del Dorado, en el restaurante Ordesa, enfrente del cine. Quiso Lagunas que presidiera el banquete un cartel de letras multicolores con la frase de Braque: «Se puede desviar el curso de un río, pero no se puede hacer que las aguas vuelvan a su cauce». Remitimos a los estudios que Federico Torralba y Manuel García Guatas dedicaron al programa de la intervención artística en el espacio del cine Dorado. El sueño del arquitecto.

Boceto del pavimento de las taquillas (1949).

Solo los bocetos De aquel proyecto único en España solo quedan una colección de fotografías en blanco y negro y algunos de los bocetos de las pinturas que ocuparon las zonas más importantes del cine: techos, suelos, marco de la pantalla, frente del anfiteatro, vidriera del vestíbulo del anfiteatro, paneles de azulejos en la zona de bar. Torralba recordaba que el efecto del conjunto, sobre todo del salón, era impresionante, «con su gran techo flotante de formas, luces y colores, que tenía adecuada repercusión en los policromos relieves de la balaustrada de la localidad superior y repercutía también en el encuadre de la pantalla y en las esculturas que coronaban las dos puertas de entrada principales. Toda esa ornamentación policroma era la aparición decidida de la abstracción, de la no figuración».

En aquella barraca de feria de aire estridente que hería la vista de los espectadores, al decir del crítico de cine de Amanecer, que parecía estar más tranquilo en el vestíbulo, cuya alegre decoración le recordaba a un acuario; o en el atrevimiento audaz de los fuertes tonos de color combinados en fuertes contrastes que sorprendía al periodista de El Noticiero; y en la sorpresa que causó entre los espectadores, la ciudad de Zaragoza fue moderna. Picasso, Miró, Klee, Ferrant, Goeritz... y me atrevería a decir que Sophie Taeuber-Arp, cuya obra tanto interesaba a Palazuelo, eran algunos de los referentes de la pintura de Lagunas, Aguayo y Laguardia, protagonistas de los inicios de la abstracción en España.