Hace unas semanas pude contemplar las dantescas y nauseabundas imágenes en las que tres auxiliares de geriatría (dos mujeres y un hombre) atormentaban, insultaban y pegaban a dos ancianas en silla de ruedas residentes en ese castillo del terror denominado Residencia de los Nogales de Hortaleza en Madrid. No llegué al final del vídeo pues la arcada iba ya a transformarse en vómito y la creciente ira me estaba empujando a destrozar la pantalla del ordenador.

Cada día me dan más asco los cobardes. Tal vez, la única cobardía perdonable sea la de salvar nuestra integridad física (todos tenemos miedo a que, en un momento dado, nos partan la cara). Tampoco considero del todo indigna la cobardía del que teme perder su vida y huye de la muerte como alma que lleva el diablo.

Pero la cobardía que emana de los terribles hechos (no solo de las imágenes) sucedidos en la residencia propiedad del grupo Los Nogales, es absolutamente indecente y repugnante. Cobardes en estado puro que nos ofrecen un auténtico manual de cobardía, pasando y paseando por sus distintos estadios.

Para empezar nos topamos con la cobardía sibilina y burlona de los politicastros de medio pelo que, pese a los continuos incumplimientos de las normativas imperantes en las leyes por parte de Los Nogales S.A., les permitieron seguir en funcionamiento porque “total… un incendio por aquí, un par de lustros operando sin licencias por allá, un centenar de denuncias a la dirección por acullá, etc.”

El segundo ejemplo de cobardía es… Es duro decirlo: la cobardía de los hijos. Una cobardía basada en el autoengaño y la falta de amor a quien -en la mayoría de los casos- lo dio todo por ti. Aquellos hijos que denuncian una y otra vez, mediante cartas a la dirección de la residencia, las continuas negligencias del personal, las heridas que presentan sus padres o madres un día sí y otro también, las infecciones de orina porque no se les cambia el pañal en los momentos adecuados… y que la directora del centro desoye, ya que debe parecerles poco los 2.000 o 2.500 euros al mes que cobran a sus amadísimos residentes a los que solo les falta que se les decojonen en la cara (aunque siempre sería mejor eso que pegarles). Aquellos hijos, decía -a la segunda carta no respondida- deberían entrar como elefante en una cristalería, abrir de una patada la puerta de la dirección, cantarle y contarle las verdades del barquero a la humanísima directora de la residencia Los Nogales y hacerle una bonita recomendación. “Ya que usted ha contestado con un “todo está bien” a las continuas quejas que se le han remitido: Pellizcos en los senos de las ancianas, restriegue de pañales por sus caras, golpes en la cabeza, etc. etc. ¿No cree que lo mejor para usted sería abandonar la dirección de esta residencia y hacerse cargo de la dirección de la prisión de Guantánamo?” A continuación sacáis, cagando leches, a vuestra santa madre de ese infierno y os la lleváis a vuestra casa.

La tercera cobardía es la de los auxiliares. Absolutamente repugnante. Tres seres depravados, desalmados, desquiciados. Tres auténticos hijos de puta. Su siguiente trabajo (es acojonante pero lo tendrán) será en una guardería para maltratar a los bebés. O en un centro de animales para ahogar o pisotear a los cachorros indefensos. Mientras les meten la cabeza en el agua se reirán y se excusarán: “Es que me ha mordido el muy cabrón”. Por cierto, un extrabajador de dicha residencia contó que la mitad de los auxiliares que trabajaban allí eran maltratadores.

La cuarta y última de las cobardías no se refiere a los hechos sucedidos sino a las tibias respuestas ante los mismos. Si bien es cierto que la mayoría de los medios de comunicación se hicieron eco de lo acontecido en la residencia de los horrores, no es menos verdad que se han echado en falta opiniones de articulistas de relumbrón (o de menor pelaje, por lo general muy peleones cuando el morbo es televisado y en directo) que condenaran con dureza y con monótona constancia en días posteriores, no solo la conducta de los tres canallas sino el silencio y la connivencia de los máximos responsables de Los Nogales S.A., empresa propietaria de la abominable residencia.

Lo sucedido allí no creo que sea para olvidar. Debería ser denunciado un día sí y otro también. Es eso o… pretender borrar de nuestra memoria lo que nuestros padres y madres hicieron por nosotros.