El 18 de mayo de 1904 se formalizó en Nueva York el acta fundacional de la Hispanic Society of America, una «biblioteca con museo» para fomentar el estudio de las lenguas, la literatura y la historia españolas y portuguesas. El deseo que su fundador, Archer M. Huntington (1870-1955), había expresado en su diario, el 12 de julio de 1882, se hizo realidad el 20 de enero de 1908, cuando la Hispanic se inauguró oficialmente. «Estuve leyendo el catálogo hasta que ya no veía nada y luego me fui a la cama. No creo que haya una cosa tan espléndida como un museo. Me gustaría vivir en uno». El catálogo al que hacía referencia pudo ser el de National Gallery de Londres o quizás el del Louvre de París. En cualquier caso, en aquel primer viaje a Europa, Huntington adquirió en Londres un libro que determinó su pasión por la cultura hispánica: Los Zincali (los gitanos de España) de Georges Borrow (1841). Regresó a Europa en 1887 y para entonces era muy consciente de la importancia determinante de la fotografía como instrumento eficaz en la investigación, además de dar testimonio de detalles que habían pasado inadvertidos o se habían olvidado. Según escribió en su diario el 12 de julio de aquel año, su colección de fotografías ocupaba cuatro baúles. En junio de 1892 viajó por vez primera a España, y algunas de sus experiencias las publicó en A Note-Book in Northern Spain (1898). Regresó en 1896 y en 1898. «A España no voy en busca de botín. Me haré con los cuadros fuera. Los hay en abundancia». Una norma que se impuso y cumplió en su trayectoria.

Esencia de España y sus gentes

Como escribió Patrick Lenaghan en el catálogo de la exposición Tesoros de la Hispanic Society of America (Museo del Prado, 2017), el propósito de Huntington era mostrar la esencia de España y de sus gentes, desde una visión muy particular según la cual las auténticas virtudes se encontraban en lugares ajenos al mundo moderno donde los valores tradicionales permanecían inalterables. Y desde esta perspectiva ideológica, las fotografías de costumbres, tipos y usos, y de obras de arte, se convirtieron en material fundamental.

En 1922, Huntington organizó los diferentes departamentos de la institución: Biblioteca, Museo, Iconografía, Publicaciones y Documentación. Todos a cargo de mujeres, que desde 1919 fueron mayoría en la Hispanic, muchas de ellas con minusvalía auditiva. El silencio favorecía la concentración. Y sus salarios eran más bajos. A las mujeres confió la catalogación, gestión, investigación y difusión de la colección; de tal modo que de bibliotecarias se convirtieron en conservadoras, con la obligación de realizar viajes de estudio para conocer la realidad del país, realizar fotografías y adquirir bibliografía y repertorio gráfico. Tema de la tesis de Noemí Espinosa Fernández.

En la colección de fotografías de la Hispanic figuran muchas imágenes de Aragón. Entre las más antiguas, la Torre Nueva de Clifford (1860); siete de Júdez, del legado del marqués de Vega Inclán; el interior de una farmacia de Jaca (1915) de Anna Christian; o la puerta de la ciudad de Daroca (c. 1915), de Georgiana Goddard King. Respecto a las expediciones organizadas por la Hispanic, varias pasaron por Aragón: en la de 1923, participaron Ada M. Johnson y Clara Luisa Penney quienes en junio estuvieron en Jaca. Más importante fue la que en 1929 realizaron Beatriz Gilman Proske, Elizabeth du Gué Trapier y Alice Wilson, conservadoras de escultura, pintura y cerámica, respectivamente. Gilman ejerció de fotógrafa y cronista de un viaje, cuyo itinerario había trazado Huntington, como era habitual. En el camino de regreso a Huesca, Jaca y Zaragoza -escribió Gilman-, se detuvieron en Fraga donde Miguel Viladrich, autor de muchos de los cuadros propiedad de la Hispanic, residía desde 1913. Les pareció un hombre amable y hospitalario que en el momento de su visita estaba concentrado en el encargo de la decoración mural para el Ayuntamiento de Barcelona. Dice también Gilman que Viladrich había arreglado las habitaciones del castillo con azulejos, cerámicas y telas de la zona y que entre los objetos reconocieron muchos de los que aparecen en sus pinturas. En Huesca compraron fotografías a Francisco de las Heras y en Zaragoza a Mora Insa. En la tesis de Espinosa se reproducen fotografías del Monasterio de San Juan de la Peña y de diversos detalles de San Pedro de los Franceses en Calatayud. De Teruel, Espinosa recoge, de un total de 3000 negativos realizados entre 1928 y 1935 por Kurt Schindler, musicólogo y experto en el folclore español, el testimonio gráfico de una pareja de baile en San Martín de los Ríos, el 12 de agosto de 1932. Es una lástima que la fotógrafa Ruth Matilda Anderson no pasara por Aragón. No obstante, estoy convencida de que el estudio de la colección de fotografías de la Hispanic depararía muchas sorpresas gráficas y testimoniales. Debía de ser tan extraño ver a un grupo de entre dos y cuatro mujeres americanas viajando solas, como el interés que las motivaba: reunir material gráfico que testimoniase una España que había dejado de existir hacía mucho tiempo ya, motivo por el cual debían acudir a zonas alejadas donde no existieran huellas de progreso, con una mirada del todo ajena a la actualidad. Pretender encontrar a las gentes de España vestidas con traje tradicional solo era posible sacando las viejas ropas del arcón. Pero esas eran las imágenes que Huntington solicitaba y pagaba.

Viladrich no mencionó en sus memorias la visita de las conservadoras de la Hispanic, donde se conserva el mayor número de sus obras. Autorretrato, Heredero Curo y Monje Vilas fueron las tres primeras que Huntington compró en el Salon des Indépendants (París, 1913). En unos meses, escribió el pintor, pasó de vivir estrechamente con los ciento y pico francos que su padre le enviaba mensualmente a sentir una halagadora esperanza en su porvenir al regresar triunfante de París donde había vendido ocho cuadros por 4000 duros. Fue entonces cuando se trasladó a Fraga. En marzo de 1926, publicó M. Viladrich. La obra del artista en ochenta y cuatro grabados en castellano y en inglés, dadas sus expectativas de abrirse al mercado hispano y norteamericano. Tras su tercera individual en Buenos Aires, viajó a Nueva York con sus obras. No logró exponer en la Hispanic, como quizás fue su deseo, pero sí que Huntington las comprara y reuniera en un pabellón. En 1937 la Hispanic Society of America concedió la Medalla de las Artes y las Letras a Viladrich, que en octubre de 1938 confió a Huntington sus dificultades: «En estos años dos años he visto deshecho mi estudio de Madrid. Destruidos varios cuadros míos en Barcelona y mi taller y mis bienes de Aragón inutilizados por los bombardeos extranjeros. Mis posibilidades económicas que gracias a Vd, tenía aseguradas desde el año 26 en que le vendí mis cuadros, hoy han quedado anuladas», y le solicitó una pensión mensual a cambio de obras. Solo obtuvo ánimos.