Para que no se me tilde de demagogo, oportunista, partidista, etc., vaya por delante que en la mayoría de los sitios donde he trabajado he tenido de compañeras y de jefas a mujeres y, les puedo asegurar que la máxima de “Cuando somos malas somos peores que los hombres” es tan cierta como incomprensible que la mayoría de las féminas que la pronuncian y la ejercen, la citen con orgullo y -detecto que también- con un cierto afán de venganza. Por lo tanto, que quede claro que esa especial y delicada sensibilidad que yo siempre he presupuesto en el género femenino, se ha mostrado esquiva a mi persona recibiendo como contraprestación los más arteros y sibilinos ataques por la espalda, camuflados eso sí, en bellas sonrisas y graciosos ademanes.

Dicho esto, sí me gustaría aportar mi granito de arena a la causa femenina que no feminista. Si bien el aspecto educativo sobre la igualdad debería residir ante todo y sobre todo en el ámbito familiar, es sumamente doloroso que en pleno siglo XXI, las propias madres sigan educando a sus hijos con la premisa de “ya hago yo todos los sacrificios posibles, que los hombres si eso… ya los harán.” Pero como dice Mota: “Hoy no… mañana”. Y todavía estamos esperando ese mañana.

Mi madre me educó en el absoluto respeto hacia la mujer; a tratarla siempre de forma correcta, a defenderla, a ayudarla en las tareas domésticas, a repartir responsabilidades en la formación de los hijos. Nunca mencionó la palabra igualdad. Me hablaba de respeto, de educación, de valorar aquellas cualidades distintas a las de los hombres. Pero… lo que estoy contando no creo que sea nada nuevo. Lo que hoy yo quiero denunciar son las conversaciones entre hombres. Esas conversaciones sobre mujeres que yo siempre he odiado y que, lamentablemente, son el caldo de cultivo para los comportamientos machistas que se producen día a día. Tenía yo quince años y, si mis amigos me veían salir de la discoteca con una chica, a la mañana siguiente casi todos me preguntaban: “¿Te la enrollaste?” Pasados los dieciséis, en situaciones similares, la pregunta ya era: “¿Te la follaste?” (perdón por tan zafia expresión, pero la considero necesaria). Estas preguntas, normales para casi todos ellos y groseras e irrespetuosas para mí, jamás eran contestadas, llegando a cabrearme con mis amigos en más de una ocasión. Pero ¡léanme bien todas las mujeres!, lo más lamentable, bajo y ruin son, con diferencia, las conversaciones de la mayoría de los hombres acerca de vosotras. La mujer por los suelos, humillada, insultada, vista únicamente como un objeto sexual. Si es guapa, claro. Si no se adapta a los cánones de belleza del majadero de turno será vista como una atracción de circo. Todo ello de forma gratuita. Con sonrisillas malintencionadas o carcajadas estentóreas. Al principio yo no daba crédito. Después uno, o bien se resigna, o bien vive solo el resto de sus días (quizás sea lo mejor, pero es muy duro). Si fuese un cerdo (es la palabra más adecuada) y todo me diera igual, ahora mismo les relataba aquí una colección de “perlas” extraídas de estas conversaciones. Lo que les puedo asegurar es que dan ganas de vomitar y, por supuesto, de renegar de la condición de hombre y, muy probablemente, también de la de ser humano. Evidentemente, con esta entrañable y delicada forma de pensar se desenvuelven muchos jueces, abogados, banqueros, médicos, docentes, camioneros, camareros, peones de la construcción… cuyos móviles y redes sociales arden de groserías de toda índole, con la irritante monotonía y la extrema pesadez del caca, culo, pis, pero en versión adulta. Es decir, mil veces más zafia e indecente.

Ya sé, que para los hombres, todo lo dicho es un tremendo puñetazo en el rostro, más que nada porque para ellos estas conversaciones son de lo más normal. Pero… ¡Ahí está el detalle!, como diría el gran Cantinflas. Ese pequeño detalle se termina haciendo enorme, pues es esa normalidad la que ciega sus ojos y sus mentes ya que no detectan que sus palabras son la piedra angular de un machismo irrefrenable, desbocado y enloquecido, que puede terminar en lo que muchas veces desgraciadamente termina. Volviendo a mi madre, sin respeto no hay nada.

Para finalizar quisiera recomendar a mujeres y a hombres (si a estos la inquina hacia mí todavía se lo permite) una espléndida película titulada La noche de los maridos (Delber Mann, 1957). En ella nos toparemos con Eddie, manipulador envidioso que habla con desprecio de las mujeres. Un clásico en los grupos de hombres. Hay una despedida de soltero. Hay muchas conversaciones. Hay hombrecillos y hombres que tratan de ser HOMBRES. ¿Lo conseguirán?