Ojalá la vida fuera una cuerda interminable,

fuerte y densa.

Irrompible.

Ojalá pudieras tirar de ella hasta el infinito.

Coger todas tus fuerzas

tirar de cada extremo

hasta que no puedas más.

Ojalá al hacer eso la cuerda permaneciera intacta.

Ojalá sus hebras no te miraran con miedo.

Pero la vida no es así.

La cuerda se rompe

cuando menos lo esperamos.

Y no estoy hablando de la muerte.

Se tensa y se tensa hasta que los hilos ceden

y lo que parecía confianza y bondad

se convierte en realidad dura de piedra.

Y lo malo de todo esto es

que solo te darás cuenta de que la cuerda se puede romper

en el momento en el que tengas un extremo en tu mano,

apretada y dolorida,

y veas que no está unido a lo que debería ser.

Y no te equivoques al pensar

que ha sido tu fuerza

la que ha destrozado esas hebras.

Mira hacia delante

y observa las tijeras que tengo en la mano.