Andaba a mitad de un cuento humorístico cuando tuve que encender el ordenador para buscar unos sinónimos. Como suele suceder con Internet, ya que estaba, decidí echar una ojeada a la web de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. Leí algunas opiniones y, cuando ya había decidido volver a mi cuento, me llamó la atención una cara muy triste. Aparecía en la sección en la que el diario permite colgar sus vídeos a los autónomos para que estos expliquen y compartan sus dramáticas situaciones. Vi el vídeo de la cara triste y unos cuantos más. Se me hizo un nudo en el estómago y derramé algunas lágrimas. Apagué el ordenador.

Estas personas hablan con ojos llorosos, de incertidumbre, de posibles cierres, de calles tristes. Y me los imagino. No “empatizo” con ellos (detesto esa palabra), yo me los imagino. Los veo y los escucho claramente en el Home Cinema instalado en mi mente. Dueños de bares y restaurantes: “Dios mío, qué va a ser de mí, de mi negocio, de mi familia”. Propietarios de tiendas de ropa y de complementos: “¿Cómo pago lo que ya me ha mandado el proveedor?, ¿y los impuestos?, ¿podré comer mañana?”. Tatuadores o profesiones de nuevo cuño: “No tenemos un epígrafe en el BOE, por lo tanto, no nos llegan las ayudas de las mutuas”. Centros de belleza, de fisioterapia, pequeños bazares, librerías, peluquerías… Juan Manuel, el peluquero y amigo que me ha cortado el pelo en las últimas décadas, me decía: “¡Ostras, Íñigo, el mes de febrero para las peluquerías es un desastre y yo vivo al día!”

Y lo siento, lo siento de veras. Lo siento con toda mi alma. ¿Qué hacía yo escribiendo un cuento humorístico? ¿Puedo yo hacer algo por estas personas? ¿Va a tener una mínima repercusión lo que yo diga? ¿Si escribo en su favor me tildarán de demagogo? ¿Cubro nuevamente de lindezas a todo político que se mueva? Además, yo soy un cuentista. Cualquiera podría tacharme de advenedizo si me meto en un terreno que, ni es el mío, ni domino en absoluto. ¿Qué puedo darles yo? ¿Un mundo de fantasía? Dudo que eso les sirva. Si fuera millonario, a lo mejor podría ayudar a algunas de esas personas. ¡Joder!, pero ¿estos vídeos no los ven los políticos? ¿A qué diablos esperan para ayudarles? Son muchas, muchas familias moviéndose entre la duda y la desesperación.

Finalmente, decidí arrancar la cuartilla en la que estaba escribiendo el cuento y tirarla a la papelera. Me sentí impotente. Un inútil, un incapaz. Durante un largo rato, todo me dio mucho asco.