Este es el relato de una despedida: la historia de cómo Pilar Lorengar, la dama discreta de la ópera, dijo adiós a su ciudad un día de octubre del 1991. De ello fue testigo Miguel Ángel Tapia, amigo y confidente de la gran soprano.

Lorenza Pilar García Seta, soprano, nace en el barrio zaragozano de El Gancho en 1928 y se siente atraída por el arte desde niña. Canta zarzuela y actúa en cafés cantantes como el Oasis, el Ambos Mundos, el Alaska, el Teatro Argensola… Su tesón le lleva a ser una de las primeras sopranos de la ópera mundial: su interpretación de la obra de Mozart, Verdi o Puccinni le da fama internacional.

Miguel Ángel Tapia, director del Auditorio de Zaragoza, la escucha por primera vez en 1979, en el Teatro Principal, junto a su sempiterno pianista, Miguel Zanetti. «Me quedé prendado. Era una una soprano maravillosa». Tapia, que fue profesor del Conservatorio municipal, trabajó en los años 80 en la concejalía de Festejos programando conciertos de música clásica, que, gracias a la participación del Banco Zaragozano, se celebraban durante las fiestas del Pilar en la iglesia de San Carlos Borromeo. Teresa Berganza, Narciso Yepes, Maria João Pires… Allí estuvieron los mejores. «En esos años empecé a conocer a Pilar Lorengar y a trabar una relación muy estrecha con ella».

Pilar Lorengar, vista por Daniel García-Nieto.

En 1991, el consistorio zaragozano le concede la Medalla de Oro de la Ciudad y es elegida pregonera de las fiestas del Pilar. «Estaba muy asustada. Parece mentira que le impusiera salir al balcón del ayuntamiento. Era una mujer muy sencilla, no hablaba de su profesión, y menos de sus colegas», afirma el pianista, quien recuerda que «ella depositó en mi una confianza que yo no creía merecer». Cuando viajaba a Zaragoza se hospedaba en el Gran Hotel, pues vivía en Berlín. Pero en lugar de ensayar en el conservatorio, lo hacía en casa de su amigo Miguel Ángel.

Lorengar accedió a pronunciar el pregón con una condición: «Me tienes que hacer un favor muy grande», le dijo un día a Tapia. «Quiero cantar el Ave María de Gounod a la Virgen del Pilar, a la hora del ángelus. Pero no debe saberlo nadie». Tapia llevó a cabo sus deseos, y para ello contó con la complicidad del deán del cabildo, Antero Hombría. Todo se hizo con la máxima discreción. Programaron un ensayo la víspera del pregón de fiestas, a la hora de cierre del templo. Tapia le acompañaría al órgano, debidamente aconsejado por el maestro organista del Pilar, el padre Joaquín Broto Salamero. Antes del ensayo, la soprano le hizo una terrible revelación: «Pilar me confesó que estaba muy enferma y que tenía los días contados. Aquel canto fue una despedida, pues sabía que su vida se terminaba». La interpretación de la diva, su adiós a la Virgen, emocionó a Tapia hasta el llanto, tanto que dio un acorde falso, cegado por las lágrimas. Por la tarde, la soprano ayudó al sacristán al cambio del manto. «Un honor que han tenido muy pocas personas en el mundo. Se emocionó mucho», dice el músico.

Años después, la legendaria periodista de Radio Zaragoza Conchita Carrillo confesó a Tapia que aquel día se coló en el ángelus y grabó el Ave María. Le entregó el casette, grabación que Tapia conservó. De ella hizo dos copias para la familia y guardó una para él.

Tres años después del pregón, Tapia intentó que Lorengar inaugurara el Auditorio de Zaragoza. Ella le dio el sí. Incluso pensó en cantar las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss. Pero no pudo ser. En 1994, fecha de la apertura, ella ya estaba muy enferma. Murió en 1996, habiéndose despedido, con discreción, de la vida y del arte.