Es diciembre y la gente tiene prisa. Da igual la hora del día que sea, porque la gente tiene prisa.

Percibo esa prisa en la entrada del colegio dónde al dejar a los niños, sentimos que comienza “nuestra parte del día”. Percibo esa prisa en el café rápido en la barra antes de entrar a trabajar. Percibo la prisa a mediodía. Percibo esa prisa para comprar un cupón de lotería antes del 22. Para recoger ese regalo que tu hijo o hija ha elegido y sabes que puede agotarse. Prisa al salir de trabajar. En el tráfico para volver a casa. Incluso en la visita al supermercado antes de llegar a casa.

Siento esa prisa al escuchar accidentalmente conversaciones ajenas (desgraciadamente, este tipo de voyeurismo forzado es demasiado habitual), por un teléfono o en la mesa de al lado de un lugar público.

Malabares para encajar las citas en Navidad.... esas citas oficiales (con la familia, principalmente - o peor aún, con las familias políticas, que aunque a veces no nos guste tener que reconocerlo también existen...); las citas “profesionales” (ese fenómeno antropológico sin parangón que son las “cenas de Navidad”, también llamadas “Cena de Empresa” o reuniones con clientes fuera del despacho o la oficina) , y sobre todo, las citas deseadas: El reencuentro con todos esos amigos que vuelven a casa por Navidad. O bueno, quizás, cómo es mi caso, seas tu la que vuelve a casa por Navidad.

Todo esto, está en el ambiente. No sé si puedes sentirlo, quizás te fijes a partir de ahora, pero está aquí, entre nosotros, del mismo modo que la Flor de Pascua, el acebo, los abetos de plástico, las luces de colores, el papel de regalo y en menor medida, el espumillón.

Pero percibo también otro tipo de prisa. Una prisa más silenciosa. Es una sensación que tiene mucho que ver con la reválida qué - consciente o inconscientemente- todos hacemos en estas fechas.

Es la prisa por arreglar ese conflicto familiar antes de la reunión en Nochebuena. La prisa por reconciliarte con un viejo amigo, o amiga, antes de tener que encontrártelo de nuevo. La prisa por “cerrar” un duelo, obviando que los duelos llevan su propio proceso, y negando que algunos duelos no se “cierran” jamás. La prisa por sacar unos billetes de ida (y vuelta) que alegrarán a alguien. La prisa por llevarle un detalle a quién no lo espera, pero a quien sabes que vas a hacer muy feliz. La prisa por quitarte el traje de Grinch y contagiarte del “espíritu” de la Navidad, de creer en todo aquello que durante el resto del año, no crees.

La realidad supera la ficción en todas sus posibilidades. Imagino que es porque sólo podemos crear-imaginar-inventar a partir de lo conocido, de lo real. Y lamento decir en voz alta que Love Actually o “¡Qué bello es vivir!” son solamente películas, que no vivimos en ellas... que tu verdadero guión, es otro. Y es propio.

Si me gusta poder decir - también en voz alta- que lo que tu quieras que exista, existirá. Te explico: los que se fueron no van a volver. Las familias que se han roto no se juntarán como si nada alrededor de una mesa. Las cenas de empresa pueden ser muy divertidas (recuerda que son un gran laboratorio social, disfruta con tus descubrimientos....) La reunión familiar será en función de cómo sea esa familia, y te aseguro que no hay dos familias iguales.

Pero pase lo que pase, siempre tendrás la maniobra de elegir cómo te lo tomas, por eso te digo que las cosas serán cómo quieras que sean.

Y por favor, decide dejar ir con prisa, ya que, te aseguro, el tiempo transcurre al mismo tiempo, tengas prisa o no.

Así que, camina a un ritmo normal. Saborea el paisaje, lo que te rodea y de la compañía de los que están contigo. Porque te aseguro que, sea bueno o no, con prisas o no, este diciembre que estás viviendo es absolutamente incomparable. E irrepetible. Disfrútalo. Disfrútate.