Nada, por aclarar conceptos. A ver, el diccionario de la RAE especifica que, cuando se califica a una persona como "de bien", significa que ésta es "honrada, de buen proceder". Por tanto, y tomando como premisa lo del portarse como Dios manda, podríamos asegurar que, entre los españoles que reúnen estas características, se cuentan los que hacen su trabajo, pagan los impuestos que les corresponden, no sisan en el supermercado, no se cuelan en el metro y tratan de no molestar al vecino más de lo justo y necesario.

Yendo un poquito más allá y subiéndonos ligeramente a la parra, incluiríamos al cirujano que se da un garbeo por África para operar gratis, porque sí, porque le apetece; a los que donan sangre, o médula ósea; a los que se internaron en un pozo a sabiendas de que allí sólo les esperaba la desesperanza; a los que, cuando se perpetra un atentado terrorista, cubren a los heridos con sus mantas en plena calle, o se enfrentan a los bárbaros con un monopatín sacrificándose en el intento; a los que ruedan una película sobre personas con capacidades diferentes, o le ponen pelos y señales a la corrupción para que, fuera del celuloide, la detectemos antes; a los padres que supieron perdonar cuando les mataron a un hijo; a los que cuidan a los más débiles, limpiándoles el culo o velando su sueño; a los que se dejan la piel educando a niños que no son los suyos; a los que le restañan las heridas al mar cuando un petrolero lo ataca; a los que se atrincheran en un portal para que un anciano no pierda su casa; a los que... buff, la lista resulta tan larga como habilidades de recuento tenga cada uno. Los ejemplos sobran.

Pero lo más gracioso es que todos comparten un nexo: esos españoles buenos pudieron haber nacido en cualquier lado. Porque los bien nacidos son patrimonio de la humanidad, y eso los convierte en ciudadanos del mundo. Como tales, algunos de ellos seguro que eligieron que su rinconcito del universo el pasado domingo fuera la madrileña plaza de Colón, junto a ese Pablo Casado que tan enardecidamente los reclamaba para formar frente común en el derrocamiento del "felón". Estaban en su perfecto derecho, claro.

Pero muchos otros por cierto ha de tenerse que no descendieron de los balcones, como sí lo hicieron, en cambio, una serie de españoles que, pese a la proclama de Casado, en ningún caso casarían con la definición que ampara a las gentes "de bien", al no cumplir el primer requisito. ¿Recuerdan de cuál se trataba?

Así pues, visto lo confuso de adoptar como criterio la presencia o no en una plaza, tal vez lo que distinga al verdadero patriota consista en que, con su comportamiento, vuelva a la sociedad a la que pertenece más solidaria, más justa, más fuerte, más valiente, más civilizada, más culta, más amable. Y no que se apropie de estos valores y los capitalice bajo una bandera con la que sirve a los intereses de unos cuantos, no a los del conjunto de un país.

Dicho todo esto, que sean los de la retórica de la división quienes se atrevan a despojar a una parte de los españoles, ésos que no bajan a la plaza, del carné y las jarreteras de las personas de bien.