Hace unos días me comentaba una amiga: “Los soñadores vivimos mejor”. A lo que le respondí: “No vivimos mejor. Nos evadimos mejor, eso sí”. Es de lo poco a favor con lo que cuenta un idealista, o un soñador o, tal vez, un creador, sea cual sea la medida de su talento. El caso es que, en estos tiempos que corren, tener una gran capacidad de evasión es casi primordial para sobrevivir con dignidad. Hablando en términos más prosaicos, saber largarse a un mundo imaginario mejor no es moco de pavo y, aunque nuestros pies no sean acariciados por la fina arena de una playa caribeña, menudo relajo le damos a la mente si durante unos minutos o unas horas, únicamente imaginamos el mundo de la manera que más nos satisfaga.

Los días, en muchas ocasiones, se hacen muy duros en este mundo cada vez más inhumano, cada vez más feo. A nuestros problemas del día a día -que no son pocos- se unen las miserias de una sociedad a la que le encanta airearlas, exhibirlas, casi metérnoslas en vena. Lo hace además sin sutilizas, sin ambages, sin avisar. A través de Internet, la prensa o la televisión, conoceremos hasta los más mínimos detalles de la última violación grupal, del asesinato más macabro, de los abusos a menores, del olvido continuado al que se somete a la tercera edad, de cómo se pisotea y humilla a las víctimas de una guerra, de un genocidio, de las bandas criminales organizadas… Si a todo ello le añadimos unos políticos que se nos descojonan en la cara y a ciertos medios de comunicación cuyo único fin es el de manipularnos, el oscuro panorama se asemeja a un plan minuciosamente orquestado para hundirnos en la miseria.

Pero yo creo que lo que nos impulsa finalmente a la desconexión absoluta y a aventurarnos a una fuga a campo abierto, es la falta de respuesta, de implicación, de soluciones. O lo que viene a ser lo mismo: la falta de justicia. Día a día los medios de comunicación nos arrojan la porquería a la cara a sabiendas de que el contenedor va a estar cada vez más lleno. Cualquier día el final del telediario será con una carcajada del presentador mientras añade: ¡Os jodéis!

Así que, soñadores o no soñadores, no nos queda otra que buscar la evasión en cualquier momento del día. Convertirnos en “evasionistas” y dispersarnos en todas las direcciones tras haber traspasado la alambrada, para que el mundo real y sus perros de presa no logren atraparnos. Unos encontrarán refugio en el deporte; otros en la naturaleza; otros, en la lectura sesuda y reflexiva; otros, en la lectura de evasión: Stevenson, Verne, H.C.Wells, Jack London… (Recomiendo releer los libros de Los Cinco y los de Los tres Investigadores. Evasión a la infancia.) Otros jugarán como cuando éramos niños; otros harán crucigramas; otros cocinarán, escucharán música, beberán un buen vino… Comenzaremos a ganar la partida.

Yo me refugiaré en las películas de mis amigos Ford, Capra, Walsh, Hawks… Así que, mientras el presentador del telediario prepara su carcajada final, yo estaré muy lejos de allí. Me subiré el cuello de la gabardina, me calaré el sombrero y, mientras camino por el asfalto mojado con un cigarrillo en la comisura de los labios, buscaré a los hampones de la calle 62. Y si siento el frío de la eterna y oscura madrugada, entraré en el tugurio de Nick para tomar un café caliente y un par de dónuts.