Ahora que Víctor Fernández está otra vez de moda, no está de más recuperar una de sus grandes frases. Era octubre de 1992 y el Zaragoza tenía cita en el Pizjuán. No se trataba de un partido cualquiera, ya que suponía el debut oficial de Diego Maradona ante la afición del Sevilla. La jornada anterior se había estrenado en San Mamés, pero esta vez era partido grande, ya que no era cualquier cosa el primer encuentro de D10S ante sus nuevos feligreses. A medida que se acercaba el duelo y preguntado una y otra vez sobre la figura del astro y la táctica que tenía en mente para frenarlo, el entrenador zaragocista repetía: «A grandes problemas, soluciones colectivas».

Obviamente, la sentencia de Víctor es aplicable a todos los órdenes de la vida, pero es curioso observar cómo raramente se cumple. Lo mismo fracasa aquí cerca que en la larga distancia. El ejemplo del carbón en Aragón es paradigmático. Es difícil encontrar un asunto en los últimos años que refleje con más exactitud la incapacidad de los representantes públicos (de todos los colores) para encontrar salida a un problema anunciado. Ha sido perfecto para la demagogia, mentir a cara descubierta, echar la culpa al del frente y, de paso, derrochar millones y millones, primero de pesetas y luego de euros, lo que es 166,386 veces más grave. Todo, menos tomar conciencia de que se trataba de un asunto colectivo que requería de responsables a la altura del mismo.

Si nos asomamos por encima de los Pirineos, no faltan tampoco motivos para la vergüenza ajena. Léase el fiasco como civilización que ha supuesto la llegada masiva refugiados (la foto del pequeño Aylan varado en la playa es la foto de la Europa que hemos construido) o el léase el colapso que ha representado el brexit, escenario ideal para conducir indefectiblemente al ridículo a todo aquel que lo pisa.

Aunque hablando de esperpentos sin sitio para el bien común, España no se puede quejar. Ahí está el problema de la matraca, también conocido por desafío soberanista catalán o incluso cómo empezar una revolución de corte burgués sabiendo desde el minuto uno que es de cartón piedra. Tampoco se queda atrás el penúltimo dislate: lejos de formar un parapeto democrático para evitar el avance de la extrema derecha hemos dado alas a un peligroso fenómeno que ya llega a la toma de decisiones.

Por cierto, aquel partido en el Nervión lo perdió el Real Zaragoza por 1-0. Gol de Diego Maradona, claro. Aunque, eso sí, de penalti. H *Periodista