La resaca de las fiestas del Pilar asoma por las ventanas de miles de zaragozanos un lunes como hoy. Estos días, además de para el disfrute del personal, han servido para tomar el pulso del ánimo de la gente y del bolsillo de miles de aragoneses que encaran la cuesta de otoño con nubarrones en el horizonte. Eso es lo que aseguran los expertos en advenimientos de nuevas crisis económicas.

Los últimos indicadores anuncian que nada bueno está por llegar, pero también parece que la tormenta podría retrasar su llegada a Aragón, algo que ya ocurrió en el 2008. Por lo pronto, la economía regional crece a un ritmo del 2,3% frente al 2% nacional y la mayor parte de las cifras macroeconómicas, excepto las relativas al empleo, están por encima de las del resto de España. Exportaciones, saldo comercial, renta media, consumo privado y licitación de obra pública, entre otras, son algunos de los indicadores para la esperanza. Sin embargo, el mercado laboral no tira en Aragón. Y esa es, precisamente, una de las señales de alarma más preocupantes.

Aragón crece más que la media nacional, pero ya genera menos empleo. El impacto del crecimiento económico en la creación de puestos de trabajo productivos no solo depende de la tasa de crecimiento, sino también de la eficiencia con la cual el aumento del PIB se traduce en empleos productivos. El último boletín trimestral del Consejo Económico y Social de Aragón (CESA) refleja que mientras la tasa de paro se reduce en España, en la comunidad se mantiene invariable. Además, las afiliaciones a la Seguridad Social crecen por debajo de la media española.

La industria es, sin duda, el sector que más robustez aporta al mercado laboral y el que genera un mayor valor añadido. Además, sus empleos son más estables (por lo general) y están mejor remunerados. Sin embargo, los datos reflejan que este sector fue uno de los que menos creció en Aragón, pasando del 4,8% en el primer trimestre a solo el 0,3% en el segundo. Y ese es otro toque de atención que anticipa el comienzo de la desaceleración.

Bien es cierto que en los próximos meses son varios los proyectos de inversión que tiene ante sí la comunidad. Uno de los focos más importantes son las energías renovables, que generan mucho empleo durante la construcción de los parques, pero muy poco a lo largo de la vida útil de las instalaciones. Con todo, el sector se erige como la tabla de salvación para territorios como Teruel.

Mientras, la puesta en marcha de grandes mataderos, como el de BonÁrea, en Épila o el de Pini, en Binéfar, entre otros, también permitirán atraer a un buen puñado de trabajadores en los próximos años. Sin embargo, la calidad de este empleo está en entredicho. Basta comprobar que una parte de la mano de obra de algunas las compañías son falsos autónomos.

La logística es otra de las joyas de la corona de Aragón. Su impulso es vital para la evolución de una comunidad que juega su indiscutible papel de cruce de caminos en la España rica. Se trata de un activo incuestionable, pero, desde la perspectiva del empleo, el sector no se caracteriza precisamente por generar mano de obra de calidad.

Son tres ejemplos de que Aragón tiene por delante una de las tareas más complicadas: generar empleo estable y de calidad, ese que aporte mayor valor añadido a las empresas y, por consiguiente, a la economía en general. Parte del camino se ha recorrido en los últimos años con una mayor apuesta por la formación cualificada, una gestión más profesionalizada de los negocios y una mayor apertura el exterior, entre otros factores.

Pero todavía queda un trecho por andar. El problema es que, quizá, la llegada de una nueva desaceleración económica puede dar al traste con esta estrategia. Y el empleo será, de nuevo, el gran perjudicado.