¿Conoce usted a Paul Klee? Le preguntó Karl Buchholz a Pablo Palazuelo un buen día. Pues no, le contestó; ni siquiera le sonaba el nombre. Y entonces Buchholz le enseñó un libro dedicado al artista con numerosas reproducciones de sus obras, y Palazuelo quedó fascinado. Nunca olvidaría aquel momento que fue toda una revelación, la impresión más fuerte que había sentido desde que comenzara a pintar, y así lo contó en diferentes entrevistas. No está claro el año. 1946 o 1947; o quizás 1948, fecha de una de las primeras ediciones de Buchholz sobre Klee de cuya obra lo que más intrigó a Palazuelo fue «su interés por la geometría, su percepción de las manifestaciones de la geometría en la naturaleza hechas poesía; esas líneas y colores que sueñan»; así se lo contó a Kevin Power. De tal modo que el descubrimiento de la obra de Klee fue decisivo en el proceso de superación de la influencia postcubista, que condujo a Palazuelo definitivamente a la abstracción cuando llegó a París, en otoño de 1948. Aquel año, que habría de ser tan decisivo en su trayectoria, se inició con la presentación de sus obras en la colectiva 4 pintores de hoy. Palazuelo - Lara - Lago - Valdivieso, que tuvo lugar en el Centro Mercantil de Zaragoza, entre los días 11 y 20 de enero del año 1948.

APENAS SIETE MESES

Apenas habían pasado siete meses cuando el acuerdo alcanzado por José Alcrudo, responsable de la librería Pórtico de Zaragoza, y Karl Buchholz, director de la galería-librería Buchholz de Madrid, para intercambiar exposiciones, daba su primer resultado con la presentación en nuestra ciudad de cuatro artistas interesados -al igual que Lagunas, Aguayo y, un poco más tarde, Laguardia- en renovar la figuración tradicional a partir de la pintura de Matisse, Cézanne o Picasso. De los artistas convocados a iniciativa de Buchholz, Pablo Palazuelo (Madrid, 1915) era quien más centrado estaba en un proceso de progresiva simplificación formal. Carlos Pascual de Lara (Madrid, 1922) recogía la herencia de Matisse. Antonio Lago Rivera (La Coruña, 1916) gustaba de rasgos primitivos en una figuración más convencional. Y Antonio Rodríguez Valdivieso (Granada, 1918) acabó aplicando a su pintura su gusto por el arte medieval.

La selección de obras que Buchholz presentó en Zaragoza era casi idéntica a la que había mostrado en la exposición Lago, Guerrero, Palazuelo, Valdivieso, Ferreira, Lara celebrada en su galería de Madrid, en noviembre de 1947. No pasó inadvertida a J. Vuti Riquer la constante búsqueda de novedades por parte de las galerías Clan, que dirigía el aragonés Tomás Seral y Casas, y Buchholz, ligada desde su inauguración, en noviembre de 1945, a un grupo de jóvenes artistas entre los que figuraban los ya citados, que Moreno Galván etiquetó como grupo Buchholz a pesar de que nunca se presentaron como tal. Razón por la que consideramos más conveniente utilizar la denominación grupo de Buchholz dada su estrecha vinculación con la galería.

Para la presentación en Zaragoza de la muestra 4 pintores de hoy se editaron 500 ejemplares de un folleto que incluía la reproducción de cuatro obras, una por autor, junto a una breve reseña de sus inquietudes, y el prólogo de Santiago Lagunas, sin firmar, en el que reclamaba «mirar con pasión a quienes pintan apasionadamente, llevados por su pura intuición artística y poniendo en la creación toda la fuerza de su espíritu».

Por si alguien no había leído el breve texto, en el que introdujo su posición contra la crítica mediocre «último eslabón de la depravación artística», Lagunas denunció la actitud de los periodistas locales -plumíferos provincianos, les llamó-, ante las obras de arte moderno, tema de la anunciada conferencia inaugural que, en realidad, fue un manifiesto de apenas quince minutos.

Quienes acudieron al acto quedaron bastante sorprendidos, hubo insultos ante el que consideraban lamentable desahogo de un artista que debería estar agradecido por la atención hacia él dispensada. Y la reacción no se hizo esperar. Al día siguiente del acontecimiento, Emilio Alfaro en La Hoja del Lunes opinó sobre lo sucedido; aplaudía las iniciativas de Pórtico, siempre atentas a las inquietudes modernas, pero no admitía los insultos de Lagunas a la prensa zaragozana.

El 13 de enero, Heraldo de Aragón hizo público su enfado en un artículo sin firma en el que mostró su contrariedad ante quien se atrevía a aconsejar a los periodistas cómo debían hacer su trabajo. El mismo día, Amanecer publicó una nota anónima en el último espacio de la última columna de la última página, lamentando «no disponer de espacio de tiempo y de ganas para ponernos todos los días a descubrir mediterráneos que, según el señor conferenciante, sería bueno».

Todos acordaron que no dedicarían ni una línea a la exposición 4 pintores de hoy. Pero no fue la única decisión ya que hubo más represalias. La Asociación de la Prensa se querelló contra Lagunas y Alcrudo, quien harto del acoso que sufría abandonó su patrocinio a los pintores que en mayo de 1947 había presentado en el Mercantil; no sin antes dar respuesta a su acuerdo con Buchholz, en cuya galería se presentó la exposición Pintores de Aragón, en febrero de 1948.

DESPRECIO DE LA PRENSA

No parece que Buchholz y los artistas Palazuelo, Lago, Lara y Valdivieso, se sintieran muy afectados por el desprecio de la prensa a su exposición en Zaragoza. Buchholz cumplió su pacto con Alcrudo, a pesar de no estar satisfecho con la selección de artistas. A Palazuelo se debe la colectiva 20 obras del Grupo Pórtico de Zaragoza en la galería Stvdio de Bilbao, en abril 1948. Palazuelo, artista de Buchholz, era el asesor de Willy Wakonigg, director de Stvdio. Hasta Bilbao viajaron las obras de Aguayo, Manuel y Santiago Lagunas, Pérez Piqueras y, por vez primera, de Laguardia. Y en junio de 1948, Karl Buchholz, libre ya de todo compromiso con Alcrudo, presentó por primera vez a los artistas que más le interesaban: Lagunas, Aguayo y Laguardia, como Grupo Pórtico de Zaragoza. Acertó.

La estancia en Madrid durante aquellos días fue muy fructífera para todos. En la librería de la galería Buchholz tenían acceso a las últimas novedades bibliográficas de arte y a las monografías de Matisse, Picasso, Braque, Miró y, claro está, de Klee. Conocieron a Ángel Ferrant a quien visitaron en su casa donde contemplaron obras que tanto influyeron en la decoración del cine Dorado (1949), y a Mathias Goeritz, siempre atento a todo y que muy pronto quiso convertirse en su mentor. Con Palazuelo compartieron mucho. Amistades, experiencias, conversaciones, búsquedas y preocupaciones artísticas. A partir de aquel momento, las obras de Lagunas, Aguayo y Laguardia se contagiaron de las líneas y colores que dibujan los paisajes, las ciudades fantásticas y las ruinas en las obras Paul Klee, donde, decía Palazuelo, se encuentra todo en un estado de máxima atención hacia la intensidad y la energía.