Los días pasan, y las cosas en los días también. La rutina, la velocidad del día a día, algunas malas noticias, quizás otras buenas. El secuestro del reloj. Todo eso pasa.

Nos proponen “soluciones” para salvarnos de lo mecánico. De la vida autómata, sin conciencia. Haz deporte, nos dicen. Medita. Nos dicen también. Prueba con el Mindfulness. Prueba haciendo cosas diferentes… pero nada, no nos sirve. E incluso los remedios se convierten en venenos.

Pero tengamos esperanza. Existe un antídoto a la prisa, al ruido, a lo rápido, a lo impersonal. Existe. Además es muy económico. Es accesible. Es cercano. Es sencillo. Y lo más importante: es cotidiano.

Ese antídoto al frío, a lo que nos arrastra, a lo que nos aleja de lo importante, es, ni más ni menos… La Belleza.

¿Se puede recetar La Belleza? Sin duda. Y se debe. Se debe recordar que en la belleza está la quietud. El silencio. Que la belleza es amable. Que la belleza nos abraza y nos sostiene.

Dicen algunos de los más afamados investigadores en psicobiología que “nuestro cerebro descansa en aquello a lo que se expone”.¿Qué quiere decir esto? Qué si nuestro cerebro se expone a la belleza, se “moldea” en la belleza y todos sus atributos, cómo la calma. Que si nuestro cerebro se expone a lo sórdido, a lo oscuro (aunque quizás en algún momento lo oscuro también pueda ser bello, pero creo que en este contexto nos entendemos…) se moldea en lo que estresa.

Así que, para un momento. Mira a tu alrededor. Y construye tu propio “altar” a La Belleza.

Y si no sabes por dónde empezar, te doy una pista. Sigue siendo algo cotidiano, accesible. Y cercano: Flores. Hablo de flores.

¿Hace cuánto que no te compras flores? Un ramillete en un mercado. En una floristería. Quizás has podido cogerlas en uno de tus paseos… Flores. Algo tan sencillo como eso.

Hablo de flores para ti. Para ti y porque sí. Porque son bellas. Porque te traen aquí y ahora. Las flores nos recuerdan la finitud de nuestra belleza. De nuestra vida. Las flores se mueren, dicen algunos por ahí como “excusa” para no gastar su dinero en flores. Si, es cierto. Exactamente como tu. Exactamente como todo, o casi todo… y no te preocupes demasiado porque lo que te sobrevivirá tampoco podrás disfrutarlo.

Hablo de flores. De su poderosa sencillez y de su humilde belleza.

Las flores, además, es cierto, unen a las personas. Todo lo bonito, y todo lo doloroso, se celebran con flores.

Celebramos con flores un nacimiento, un cumpleaños, o un aniversario. Todo lo que tiene que ver con la vida se celebra con flores. Pero también honramos la muerte con flores. Y nos despedimos enviando una corona a quien se ha ido, con la esperanza de que nos lea, de que las vea, de que llegue un mensaje que quizás no se compartió en vida…. Pedimos perdón mandando flores… cómo si las flores, en determinadas ocasiones, fueran superiores al silencio. Cómo si las flores tuvieran las palabras que uno no puede expresar. Cuando alguien enferma, le enviamos flores. Si alguien inicia un proyecto, o se muda de casa, o se reincorpora: Le regalamos flores.

Pero, ¿Y a nosotros mismos? Podemos celebrar con nosotros mismos nuestros comienzos, nuestros perdones, o hasta nuestros pequeños renacimientos diarios.

Ojalá entendamos que es mejor, menos flores para algo, y más flores “porque sí”. Ojalá entendamos que la belleza nos serena. Que la belleza nos abraza y nos cuida. Ojalá entendamos que somos lo mejor que tenemos y que nuestro cuidado pasa por querernos.

Así que, deja de leerme, por favor. Acude a la floristería más cercana, y regálate las flores que te gusten “porque sí”. Búscales un rincón en casa. Y dime, solamente dime, cómo te sientes. Y si lo que se esboza en tu rostro es una sonrisa, es que lo estamos haciendo bien. Es la Belleza. Son las Flores.