Era un pez pequeño y bueno. Simpático, divertido y amable. Vivía feliz en el fondo del mar, jugando cada día con sus amiguitos de aletas plateadas y colas de flecos de colores. Empezó a subir más y más; empezó a jugar muy cerca de la superficie y empezó a comer lo que por allí encontraba. Comió plásticos, papel entintado, anillas de latas, trozos de caucho, de madera, de carbón, hierros… Tragó combustible, orines, fluidos oleaginosos, petróleo, pinturas… Enseguida se puso muy gordo, muy grande y muy feo. Seguía tragando y tragando. Ahora cosas enormes: troncos de árboles, neumáticos, carros de compra, inodoros, televisores, frigoríficos… Se convirtió en un monstruo horrible y ya nadie lo quería en el océano. Sólo se relacionaba con las orcas y algún que otro leviatán.

Un día descubrió que podía salir a la superficie sin que le pasara nada. Era capaz de respirar aquel aire contaminado que flotaba en el ambiente. En cuanto pisó la tierra devoró a todos los hombres y mujeres que había en ella. Sólo dejó a los niños, pues le parecían muy poco alimento, y a los ancianos. Estos se le antojaban un bocado muy poco sabroso. Regresó entonces al mar y se tumbó en el fondo marino sintiéndose muy, muy pesado. Siempre había hecho bien la digestión pero los hombres y las mujeres se le revolvían una y otra vez en el estómago. Como no podía aguantar los dolores se incorporó con suma dificultad y volvió a salir a la superficie. De pronto, se le hincharon los ojos y las escamas, y estalló en mil pedazos.

***

En algún lugar del mundo juegan niños y ancianos en una hermosa playa. Un pequeñuelo de pelo alborotado se acerca al grupo y les muestra su cubo lleno de agua que ha recogido en una charca protegida por las rocas.

-¡Jo, qué pez tan bonito! -exclaman admirados el resto de los niños.

- Sí, es mi pez, y es muy juguetón! -contesta el pequeño con orgullo.

- Es cierto, es un pez precioso -interviene un anciano.- Pero seguro que a él no le gusta estar encerrado en un cubo. Debemos llevarlo a la orilla y devolverlo al mar que es su verdadera casa.

- Vale -asiente el niño.- Que vuelva a su casita.

Van todos a la orilla y el pequeño vuelca el cubo en la superficie del agua. Y ese pez pequeño y bueno; simpático, divertido y amable, se aleja feliz batiendo sus pequeñas aletas, mientras atrapa con su minúscula boca, leves partículas de algas y plancton que burbujean y flotan en un agua limpia, pura y cristalina.