España es un país de gestos. Dependemos de ellos por ese lenguaje suplementario que proporcionan, esa ilusión de simpleza que borra los profundos confines de la realidad presentando los acontecimientos como obviedades. Es complicado pues iluminar al pueblo sobre los entresijos de los actos sucedidos durante la actuación. Diálogos que, a primera vista, dicen lo contrario de lo que se descubre cavilándolos. Eso es lo que empuja a uno de los países más corruptos de Europa a encender el polvorín por un apretón de manos puntual, una compra inoportuna o un comentario aislado y desafortunado, y a seguir tragando la tiranía de la 'carrera de ratas' por el poder y el dinero con la expectación de un gordo zampando palomitas. Eso sí, hondeando la bandera que para algo eligieron la tierra que los vio nacer y si no se quieren ellos ¿quién los va a querer? Santiago Abascal, el caballero de brillante barba de la extrema derecha española, quien fuera hijo de un concejal del PP y nieto de un alcalde franquista, bataPPsuno-conservador-xenófobo hasta los 34 años, acólito en la Protección de Datos de la condesa Aguirre (líder de la Liga del Mal madrileña) y criador de buitres en el zoológico de Voces Ordeñadas Xungas, sabe bien de la importancia de los gestos. Su intensa campaña, apoyada por la derechita cobarde de Pablo Casado, hace incómodo el vermut y el paseo seminocturno. Hablando de Casado…si pienso en él me viene a la mente un títere hambriento de autonomía. Estar a su lado debe resultar incómodo. El perfume de su necesidad carismática puede aplastarte hasta convertirte en una versión degradada del Igor de Mel Brooks. Total, bajo la democrática consigna de ambos especímenes y de otros funcionarios liberal-canallas, se han plagado las calles de símbolos y expresiones de orgullo más parecidas a la conciencia del absurdo de un club swinger con cócteles de metanfetamina que a manifestaciones de derechos lógicas y fundamentadas. Los Nacionalistas Simbólicos son gente muy recta. Muy altiva y orgullosa. Están absolutamente consagrados a su verdad como catarata inagotable de sabiduría, aunque en muchos casos sus fuentes de información se cuenten con los dedos de un corte mangas.

En determinado momento del día de ayer, apurando un Martini Rojo con dos aceitunas, con el que combatía una aplastante resaca de cerveza DIA 'Lager', percibí con mi oído de cazador una interacción digna de ser contada. Breve, pero absoluta, la historia comienza con dos amigos, uno claramente de izquierdas y el otro claramente de derechas saludándose en esa tensa, pero inevitable, fraternidad inducida por la cortesía y el bien-quedar. El sujeto claramente de izquierdas, de pelo largo y blanquecino, pendientes, sombrero cutre de confección asiática, perrilla de chivo, pantalones vaqueros desgastados y camiseta negra se enfrenta al saludo con el sujeto claramente de derechas, pelo engominado hacía atrás, barba rasurada, camisa blanca de ribetes rosas marca Ralf Laurent, pantalones rojos ajustados y mocasines marrones. Ambos están de buen ver. La panza les impide seguro verse los dedos de los pies. Al menos, me digo, comparten el comer y el beber bien, si ni eso les quedase, pienso, mejor resuelvan sus diferencias a golpes inmediatamente. Al saludo cortés con el codo, en plan 'Public Enemy' con dos micros en cada mano, germina una conversación: “Aquí me ves.”, “Aquí estoy.”, “Vivo por no morir.” y “Muero porque no me dé tanto la murga mi mujer.” Pero más allá de eso, el sujeto claramente conservador escupe un comentario simplemente genial. ¡Ah! Se me olvidaba. Ambos llevan mascarilla. Uno la sencilla de cirujano y el otro una de tela-militar con la bandera de España en el lado, molona, a pesar de todo. El sujeto de la mascarilla molona, a todas luces un Nacionalista Simbólico, baja el supositorio de tela y dice, “Sí, sí, ya ves colega, aquí, con la bandera de izquierdas tapándome la boca”. El sujeto de izquierdas con perilla y olor a pachuli sonríe. Sonríe, aquí sí claramente, por no soplarle una hostia. ¡Y no porque lo que haya dicho no sea una subnormalidad manifiesta! Sino porque entre dos personas que hace ochenta y cuatro años se abrían agujereado el pecho el uno al otro, con pena, sí, pero también con gloria para el que siguiese coleando, hacer esta clase de comentarios en un efímero saludo es de un mal gusto indecente. Dicho esto, los símbolos, que no son sino los gestos más vistosos, están haciendo que los ciudadanos se queden únicamente con lo obvio del dialogo sin prestar atención a la profundidad de la obra. Algo así como reírse antes con las comedias de Adam Sadler que con los Monty Python.

Al ser sábado, terminé mi primer Martini y me aventuré en busca de otro garito donde hacerme con algo de picar. La conversación entre el sujeto claramente de derechas y el sujeto claramente de izquierdas me había abierto el apetito. Deambulé por la 'city' mientras escuchaba pitidos constantes y berreos. “Ufff…esto no está ayudando a la resaca…” Pero la curiosidad me sopló en dicha dirección y aterricé en una gran avenida, donde una caravana enorme de coches reptaba frente a mí. Todos Nacionalistas Simbólicos, a decir por los trapos de plástico que lucían desde los coches. Volidos, por cierto, todos ellos de buena gama y motor de fabricación extranjera. Me pregunto si también llevarán las banderas de los países donde se fabricaron sus carros, pensé.

Arrimé el cuerpo a un par de viejas emperladas que animaban el cotarro vigorosamente. Recordaban a Carmen Lomana con un presupuesto más limitado para Botox. “Disculpen.” les dije, “¿Para el desfile del orgullo gay no faltan unas semanas?”. Las pasas chungas bufaron como hienas con perdigones en el recto. Otro par de Nacionalistas Simbólicos se abalanzaron a socorrerlas. Creí que me arrancarían la piel para después licuarme y sorber todos juntos una 'vichyssoise' de escritor bocazas. Saqué mi pistola. Así es, así es… ¡Un revolver! Una Nerf - NstrikeJolt Blaster, la misma de la foto que encabeza este artículo. Apunté a aquellos cerdos omnívoros para hacerlos conscientes de mi enajenación. Los muy cabrones se partieron la caja. De nuevo, los símbolos y los gestos. Se centraron en el juguete y no en mi desencajado rostro al borde de la implosión. ¡ARGHHHH! grité, tal y como hacía Salvatore en 'El nombre de la rosa'. La pocilga se enmarañó en su miedo y yo salí pitando como alma que lleva el diablo. Son altivos, pero peligrosos, estos Nacionalistas Simbólicos de Schrödinger. Seres a los que los inmigrantes les quitan el trabajo mientras los tildan de vagos parasitarios, y que claman por la libertad de reunión mientras acusan a las reuniones del 8 de marzo de ser causante de esta paranoica situación. El drama es que ellos, dueños de los símbolos y los gestos, son los que cortan el bacalao. Como decía el bueno de H.S.T, “En un país donde mandan los cerdos, todos los cerdos suben rápido…y los demás vamos jodidos si no somos capaces de coordinar nuestras acciones. En este juego, ganar es no perder del todo.”

Apreté el paso y me alejé de la ruidera infernal. Pasé al lado del bar donde había iniciado mi vermut y redibujé la escena de los dos sujetos izquierda/derecha que no hacía ni quince minutos había presenciado. Y tras volver a imaginarme todo aquello, no pude evitar pensar ¿Por qué no hay cerveza light en España?