Pocas cosas hay más seguras en esta vida: cuando a las administraciones les toca recortar para cuadrar los presupuestos, lo primero en caer son los fondos para bibliotecas. Supongo que confían en que, por lo general pacíficos y silenciosos, los usuarios de tan imprescindible servicio no saldrán cual masa enfurecida con antorchas y horcas pajeras a exigir responsabilidades. Nada más lejos ser yo quien anime a que así sea -ya se sabe que la gente con gafas graduadas es de guardarse mucho de toda acción temeraria-, pero los ciudadanos deberían cuanto menos levantar la voz cada vez que esto ocurre. Las bibliotecas son templos laicos que hay que preservar. ¿Cuántos lugares nos quedan que den tanto por tan poco, sin distinguir entre clases y procedencias?

De esto habla 'La biblioteca en llamas' (Temas de hoy), el libro más reciente de Susan Orlean, autora conocida por 'El ladrón de orquídeas'. En 1986, coincidiendo con el accidente de Chernóbil, la sede central de la biblioteca pública de Los Ángeles sufrió un tremebundo incendio que quemó o dañó más de un millón de libros. Orlean cuenta un doble proceso: por un lado, sigue la investigación en busca del presunto pirómano, el enigmático Harry Peak; por otro, narra cómo la sociedad local se movilizó para recuperar cuanto antes el centro y su extenso y valioso fondo cultural.

Orelan dedica también unos cuantos pasajes a la historia de la biblioteca y sus bibliotecarios. Como no podía ser de otra manera en una ciudad surgida de la conquista del Oeste, la institución tuvo directores de carácter. Es el caso de Charles Fletcher Lummis, nombrado para el cargo en 1905, un tipo del que la prensa local afirmó que no estaba preparado para el cargo porque, cita la autora, "jamás había puesto un pie en una biblioteca, viste extravagantes trajes de pana y todo el mudo sabe que bebe y maldice constantemente". Años más tarde, en 1933, cuando las mujeres empezaron a ser masa en la profesión, ocuparía el cargo Althea Warren. De ella se cita un discurso ante la asociación de bibliotecarios, a los que conminó a "leer como beben los alcohólicos o como cantan los pájaros o como duermen los gatos o como los perros responden cuando alguien los invita a dar un paseo: no sirviéndose de de la consciencia o de una formación, sino porque es lo que más les gusta en el mundo".

La escritora explica que cierto renombrado autor de ciencia ficción, ante la imposibilidad económica de matricularse en la universidad, decidió formarse de manera autodidacta en la Biblioteca de Los Ángeles. Allí sería donde, rodeado de los libros que le nutrían intelectualmente, comenzaría a escribir sus primeros cuentos. El nombre de este escritor era Ray Bradbury, y su novela más famosa es probablemente 'Fahrenheit 451'. En este relato, Bradbury imagina un horrible futuro en el que los bomberos, en lugar de sofocar incendios, se dedican a quemar libros. El protagonista de la novela, el bombero Guy Montag, se encuentra en determinado momento con el profesor Faber, quien le dice: "¿Sabía que los libros huelen a nuez moscada o alguna otra especie procedente de una tierra lejana? De niño me encantaba olerlos. ¡Dios mío! En aquella época, había una serie de libros encantadores, antes de que los dejáramos desaparecer [...] Soy uno de los inocentes que hubiera podido levantar la voz cuando nadie estaba dispuesto a escuchar a los 'culpables', pero no hablé y, de ese modo, me convertí, a mi vez, en culpable". Como bien recuerda Orlean, los regímenes autoritarios siempre han sentido fascinación por los libros ardiendo.

'La biblioteca en llamas' reflexiona sobre el papel que estos lugares desempeñan y van a desempeñar en el futuro. En este sentido, incide en su creciente proyección social: no son solo un lugar donde tomar libros prestados o estudiar, sino que cada vez más actúan como centros comunitarios. Así, en una biblioteca moderna las personas sin techo pueden pasar unas horas a resguardo, los ciudadanos con dificultades para acceder a Internet pueden realizar sus trámites administrativos o los migrantes pueden alfabetizarse en la lengua de su país de acogida. Todo esto ya ocurre en la biblioteca pública de Los Ángeles, que cuenta con programas sociales dentro de sus políticas.

¿Qué futuro les espera a las bibliotecas en la era digital? Por el momento, afirma Orlean, siguen siendo el único lugar que responde a la descripción de "espacios físicos que pertenecen a una comunidad donde se puede compartir información". Y si en algún momento los bits sustituyen al papel, continuarán siendo "algo similar a las plazas de nuestras ciudades, un sitio que puedes considerar tu hogar cuando no estás en tu hogar".

(Nota: Como no podía ser de otra manera, el autor de este artículo ha leído tanto 'La biblioteca en llamas' como 'Fahrenheit 451' tomándolos en préstamo de una biblioteca pública; en este caso, de la Biblioteca Municipal Lázaro Carreter, en Torrero)