Los ecos de la protesta de la España vaciada todavía resuenan con fuerza en los miles de municipios que viajan indefectiblemente hacia la desaparición si nadie lo remedia. A medio camino entre la decepción (por el olvido sufrido durante décadas) y la esperanza (como el último recurso), los supervivientes de la despoblación reflexionan sobre qué será de ellos, de sus hijos y de sus tierras en un par de décadas a lo sumo. La respuesta se queda para sus adentros, como ha ocurrido durante todos estos últimos años. Y se resignan.

La despoblación es el fruto de un cúmulo de factores que, unidos, han desembocado en un desinterés crónico de la clase política. Pero este asunto ha regresado al primer plano de la precampaña política, justo en el momento en que se ha reparado en que el futuro Gobierno de España se puede jugar en unas urnas instaladas en colegios y ayuntamientos de pueblos de los que nunca antes habían oído hablar.

EFECTO LLEGADA

Desde el inicio de la campaña electoral para las generales, esta misma semana, hasta el próximo 28 de abril, fecha en la que se conocerán los resultados de las autonómicas, serán muchos los mensajes que aludirán a la España rural. Pero también a la inmigración. Estos dos asuntos, que están íntimamente vinculados, saldrán a relucir en los mítines, proclamas y discursos de los principales candidatos. Pero, casi con toda seguridad, nadie los mencionará en el mismo contexto.

El caso es que la inmigración se ha convertido en uno de los escasos salvavidas al que se agarran territorios huérfanos de población como Aragón. Los datos del Instituto Nacional de Estadística evidencian que si la comunidad consiguió ganar habitantes en el primer semestre del 2018 fue gracias a este colectivo. El saldo vegetativo (nacimientos menos defunciones) fue nuevamente negativo en ese periodo pero los habitantes crecieron en el territorio un 0,22% por la llegada de extranjeros.

La crisis económica barrió a millones de ellos, como lo hizo con miles de negocios y puestos de trabajo. No obstante, en los últimos cinco años la recuperación de la economía ha permitido el retorno de una parte de ellos, aunque todavía escasa. Entre enero y junio del 2018 la población inmigrante creció un 35,5% en Aragón. Mientras, la natalidad continúa a la deriva y ha registrado un descenso del 25% en los últimos ocho años (del 30% en la provincia de Teruel). Por tanto, el debate sobre los inmigrantes debería plantearse desde una perspectiva mucha más seria, más allá de discursos populistas y xenófobos.

Un estudio de la Oficina Económica de La Caixa refleja que el 30% del crecimiento del PIB desde mediados de los 90 y entre el 2000 y el 2010 fue consecuencia de la llegada de inmigrantes, con picos de hasta el 50% entre los años 2000 y 2005. Otro informe de la OCDE también evidencia que en la mayoría de países (incluído España) los extranjeros contribuyen más en impuestos y aportaciones de lo que reciben en beneficios individuales. Otro dato más para la reflexión: en España, la tasa de natalidad de extranjeros supera los 16 nacimientos por cada mil habitantes. La de nacionales se encuentra en 7,5.

UNIDAS

En definitiva, demografía y economía han ido siempre de la mano. Porque una mayor población contribuye, por lo general, a más unidades de consumo, más ingresos por impuestos, tanto directos como indirectos, más afiliaciones a la Seguridad Social y más dinero para el mantenimiento del Estado de bienestar. Un reciente estudio publicado por el diario El País advierte de que casi 2.000 municipios en España tienen más jubilados que trabajadores. Y una buena parte de ellos están en Aragón.

Quizá deban reparar en ello Pablo Casado y Santiago Abascal. El primero de ellos ya advirtió de la inviabilidad de absorber a población migrante. Del segundo ya conocen su opinión. Y si no es así sirvan estas palabras pronunciadas recientemente por el secretario general de Vox, Javier Ortega Smith: «Nuestro enemigo común, el enemigo de Europa, el enemigo del progreso, el enemigo de la democracia, el enemigo de la familia, el enemigo de la vida, el enemigo del futuro se llama invasión islamista».

Esta demonización de la inmigración, que parte de un ideario claramante ultraderechista, hace un flaco favor al futuro, no solo de la convivencia, sino también del medio rural. Y eso es, en buena medida, lo que está en juego en las próximas elecciones.