Cien días fueron suficientes para que el sueño de Santiago Lagunas se hiciera realidad: que el meridiano artístico de París pasase por Zaragoza. El 14 de septiembre de 1949 se inauguró la reforma del cine Dorado, al que dedicamos el visor del pasado 22 de diciembre. La empresa Quintana confió a Lagunas la remodelación arquitectónica y la decoración; una oportunidad única que le permitió abordarlas desde la integración de todas las artes. Junto a Lagunas, Aguayo y Laguardia, sus compañeros del Grupo Pórtico, crearon un proyecto único en España del que, lamentablemente, apenas quedan una colección de fotografías en blanco y negro, y algunos de los bocetos de las pinturas abstractas que ocuparon las zonas más importantes del cine. En aquella barraca de feria de aire estridente que hería la vista de los espectadores, al decir del crítico de cine del diario Amanecer, en el atrevimiento audaz del color que sorprendía al periodista de El Noticiero, y en la enorme sorpresa que causó entre los espectadores, Zaragoza fue moderna.

El 24 de febrero de 1955, Borau celebró, en su reseña para 'Heraldo de Aragón', las aportaciones pictóricas en tres nuevos cines abiertos en Zaragoza, convencido como estaba de los fructíferos resultados que ofrecía la incorporación de artistas al equipo de artesanos en la decoración de obras de arquitectura. Habían pasado seis años desde que la excepcional integración artística de Lagunas, Aguayo y Laguardia en el Cine Dorado sorprendió a una ciudad adormilada, incapaz de corregir el grado de miopía que le impidió ver, sentir y comprender. No es extraño que la incomprensión generalizada ante aquella experiencia única, aconsejara a empresarios y arquitectos optar por soluciones convencionales en la decoración de los nuevos cines; un modo de dejar claro que la colaboración era posible pero siempre dentro de un orden. En su artículo Borau era consciente de la situación -como se deduce de los comentarios que dedicó a las intervenciones pictóricas de Luis Berdejo en el Cine Latino, Andrés Conejo en el Cine Palafox y Javier Ciria en el Teatro-Cine Iris-, aunque la consideró alentadora.

Boceto de Luis Bermejo para el techo del cine Latino, 1953.

«En el techo del cine Latino, Berdejo Elipe ha hecho un trabajo cuyo contenido, suavemente alegórico y mitológico, es más tradicional de lo que su forma podría hacer parecer por sí sola. La composición sosegada, la claridad y sencillez de los tonos, las extensas manchas de color uniforme y una cierta tendencia a la construcción por planos -inspirada de lejos en el cubismo menos violento-, hablan de la posición del autor, comulgante con buena parte de las conquistas plásticas, pero indeciso a renunciar por ello a otras arraigadas con mayor fuerza en el gusto del público. El conjunto rezuma seguridad y una sensación de dominio técnico, agradable cuando tan corriente es asistir a improvisaciones y genialidades poco consistentes». Poco más hay que añadir a la apreciación de Borau; en todo caso, cabe preguntarse si con «genialidades poco consistentes» aludía a la genialidad realizada en el Dorado. Vamos a pensar que no. Era más inteligente. Berdejo sabía, y así lo declaró, que su pintura mural para el techo de la sala de proyección del Cine Latino, La fama coronando a las musas, era estrictamente decorativa. Recibió el encargo a través de su amigo Luis Burillo, aparejador del arquitecto Marcelo Carqué, que no dudó en aceptar la recomendación por ser conocedor de la obra de un artista de reconocida trayectoria. Berdejo pintó al óleo sobre lienzo la composición, dividida en varias partes, en una sala del Museo de Zaragoza que, finalmente, adhirió al techo del cine. Y como era de esperar, el techo gustó por su equilibrio y serenidad.

A la inauguración del Cine Latino, el 26 de febrero de 1954, siguió la del Cine Palafox, el 4 de octubre de aquel año, un proyecto de los arquitectos José de Yarza y Teodoro Ríos. Se eligió el gran vestíbulo de entrada para el emplazamiento de la pintura mural de Andrés Conejo, conocido en la ciudad por su exposición en Libros. «El tema, una síntesis alegórica de la música, el ballet y la commedia dell’arte”, está tratado con un cierto irrealismo poético aunque se hayan rehuido las formas abstractas por las que Conejo siente especial predilección. Irrealismo que en ciertos momentos acredita la influencia picassiana más por afinidades temáticas que estilísticas. Dividido en zonas, donde se revela el predominio de un colorido brillante por otro, con los efectos satélites de cada cual, y distribuidas las figuras en dos horizontales, la gran composición ocupa en su integridad uno de los muros del vestíbulo», acertó a describir Borau. La composición de Andrés Conejo, pintada al óleo sobre tabla, tuvo tal éxito que la empresa promotora Zaragoza Urbana le encargó en 1967 una nueva pintura para el vestíbulo de entrada del Cine Rex, bastante menos afortunada.

Panel del mural pictórico de Ciria para el Teatro Iris, 1954

«Por último, Javier Ciria ha contribuido a la decoración del nuevo Teatro Iris con una larga faja, de treinta y ocho metros de longitud, y poco más de tres de altura, pintada al estuco. El problema de tales dimensiones, interrumpidas con frecuencia por la estructura arquitectónica, lo ha resuelto aprovechando su discontinuidad para dar cierta variación al tono del tema, que se inicia suavemente para acumular su intensidad en los dos compartimentos centrales y volver a difuminarse al final. Ciria, consciente de las condiciones del espacio, luz y tonalidad de los materiales empleados en la construcción, ha rechazado su habitual manera submarina, procurando en todo momento guardar la claridad y la luminosidad que se requerían. Las formas, venosas, complicadas como raíces o arterias, llegan a rozar en algún momento lo abstracto, alejándose enseguida para acentuar su realismo en la zona central. Un realismo que nunca queda desnudo por completo de la inquietante atmósfera que es peculiar en este pintor», escribió Borau en su crónica del 24 de febrero de 1955, día de la inauguración del Iris. Ciria realizó en varias etapas los siete paneles del gran friso que ocuparía la pared del segundo vestíbulo que daba acceso directo a la sala, obviando cualquier asunto alusivo para ser fiel a los temas que le interesaban. Enamorado del primer día le bautizó Ramón Eugenio de Goicoechea; un primer día que el artista «centra -llevado de quién sabe cual ancestralidad hispánica- en las culturas aborígenes centro y sur americanas, cuando referido directamente a lo humano». En los paisajes arañados a la roca conviven cabras hispánicas, ciervos, pájaros en torno a las figuras femenina y masculina que organizan el ritmo interno de la composición.

El techo pintado por Berdejo permanece en el Bingo Zaragoza. Y el mural de Conejo recibe a la entrada del Palafox. Del Iris, que años más tarde sería el Fleta, apenas quedan los paneles de Ciria que, tras un proceso de restauración, se conservan en los almacenes de obras de arte del Gobierno de Aragón.