- «Tengo que reconocerlo, me sorprendes. Vienes a trabajar como te da la gana, te ven todas las noches en un tuburio de rockeros, le contestas al presidente y aún así me pides dirigir un programa. Como dijo Kant, hay cosas que para saberlas bien no es suficiente con haberlas aprendido».

- «Señor, además de tocar el saxo en el tuburio, he terminado historia y periodismo, hablo inglés y alemán como me pidieron y, por cierto, la cita es muy buena, pero no es de Kant, es de Séneca».

Este es el diálogo que mantenían un gran empresario y el joven que le pedía empleo en un conocido anuncio de coches. Corría el año 1995 y nacía la generación JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados). Han pasado casi 25 años y el veinteañero que se iba a comer el mundo se ha esfumado. Trabajó varios años en una empresa que cerró con la crisis, tuvo que reinventarse y ahora empalma contratos cada cuatro o cinco meses. Su salario ronda lo 20.000 euros brutos al año si trabaja a jornada completa. Eso sí, se mantiene el alto nivel de formación y las cualidades que a muchos de sus patronos, que miran de reojo la jubilación, ni se les intuye hoy en día.

A mediados de los años 90 miles de jóvenes inundaron las universidades españolas gracias al empeño de los hijos de la postguerra. Querían para los suyos un futuro bien diferente al que tuvieron que afrontar, al menos, hasta bien entrada la democracia.

El nacimiento de la generación JASP -también conocida como generación X- casi coincidió con la muerte de Franco. Son los nacidos entre 1965 y 1982, aquellos que se convirtieron en testigos del fin de la dictadura y del inicio de la transición democrática. La generación de la nocilla, las cabinas de teléfono, los vinilos, las cintas de casette, la televisión con dos únicos canales y del blanco y negro, la llegada del CD y de los teléfonos móviles se adentra hoy en la cuarentena con paso firme hacia los 50 con más incertidumbre que certezas. Y piensan: algo ha fallado.

EL NUEVO CAPITAL HUMANO

Mientras, los hijos de la generación X ya son considerados milennials -nacidos entre 1983 y el 2002-, una nueva etiqueta que sirve para encasillar a una hornada de jóvenes, que, al igual que el veinteañero del anuncio se quieren poner el mundo por montera. Sin embargo, la OCDE avisa: el 50% de los milennials se ha quedado o va a quedarse fuera de la clase media española, es decir, de aquellas familias cuyos ingresos se encuentran entre el 20% y el 75% del sueldo medio de cada país (entre los 11.450 y los 30.542 euros por persona en el caso de España).

El estudio presentado recientemente por este organismo destaca que mientras el 60% de los españoles nacidos entre 1942 y 1964 pertenecían a la clase media cuando tenían 20 años, este porcentaje descendió al 58% con los nacidos entre 1965 y 1982 (la generación X) y solo alcanza al 50% de los millennials. Otra conclusión que no ayuda a ser optimistas es que las clases medias abarcan a más población en el conjunto de los países desarrollados que en España.

DIGITALES E INDIVIDUALISTAS

Pese a todo, a los milennials se les define como una generación digital, hiperconectada y con altos valores sociales y éticos. Tienen un mayor perfil emprendedor, operan en banca y compran a través de internet y son mucho más individualistas que los JASP. Prefieren trabajar para vivir, no se agarran a la estabilidad laboral, creen en una empresa menos jerarquizada, una vida laboral más equilibrada entre lo profesional y lo personal y ven el éxito más allá de los resultados financieros. Los argumentos los tienen y la fuerza de trabajo también, ya que los nacidos a partir de 1980 representarán en el 2020 el 35% del capital humano. Pero la realidad parece no acompañar, al menos, por ahora.

Los cambios a los que se enfrenta la sociedad requieren, sin duda, de jóvenes dispuestos a mover estructuras anquilosadas en las empresas, en política y en la sociedad. Será una metamorfosis gradual, pero necesaria. Y en esa compleja tarea las dos generaciones, la X y los milennials, serán claves para apuntalar una transformación sin precedentes. Eso sí, si es posible sin olvidarse de Kant ni de Séneca.