La de Joaquina Zamora (Zaragoza 1898-1999) es una historia de supervivencia. Desde muy temprano hubo de enfrentar a la muerte. Con ocho años sufrió la primera de tres neumonías que hicieron peligrar su vida hasta el extremo de que sus padres tenían preparada la ropa para cuando muriera. En cada una de sus visitas, el médico preguntaba: «¿Todavía vive? ¿Todavía vive?», recordó Joaquina Zamora en una de las conversaciones con María de la Presentación Sanz del Amo, comisaria de la exposición antológica celebrada en el palacio de Sástago, en 1996, cuando la artista tenía 98 años.

Hasta los 16 años, Joaquina Zamora recibió formación particular en su domicilio donde acudió, en 1906, Enrique de Gregorio Rocasolano para darle clases de dibujo y pintura. En 1919 mostró por vez primera sus obras en la Exposición de Pintores Noveles e Independientes, y en 1921 participó en la I Exposición de la Asociación de Artistas Aragoneses, ambas en el Mercantil. En 1922 presentó una pintura a la Exposición Nacional de Bellas Artes. Y en 1924 obtuvo la beca de pintura de la Diputación Provincial de Zaragoza para estudiar en la Escuela Superior de San Fernando en Madrid, donde permaneció cuatro años. Se sabe que se instaló en la Residencia de Señoritas que dirigía María de Maeztu, que coincidió con Dalí, al que recordaba por sus excentricidades, y que hizo cierta amistad con Vázquez Díaz. Sin embargo, a pesar de ser firme defensora de los derechos de las mujeres, no mencionó a sus compañeras, o quizás no le preguntaron sobre el tema.

Entre sus profesores: Manuel Benedito, al que consideró su maestro, Cecilio Plá, José Moreno Carbonero, Francisco Esteve Botey o Julio Romero de Torres de quienes aprendió, como ya lo hiciera de Rocasolano, la exclusiva dedicación al estudio y al trabajo: el mejor método, pudo pensar, para sobrevivir entre sus compañeros artistas. Consciente de las dificultades de las mujeres en las artes plásticas, el título de profesora de Dibujo, que obtuvo en noviembre de 1931, le permitiría ser respetada. Pronto supo que no, que la recepción de sus obras iba a ser más complicada.

Lejos de los ‘ismos’ extremos

En abril de 1933 Joaquina Zamora celebró su primera individual en el Centro Mercantil junto a las esculturas de Ángel Bayod. Retratos, bodegones, desnudos, paisajes urbanos pintados del natural y tipos, fueron los temas de las 24 obras que presentó. Y aunque no le preocupaban las tendencias del arte nuevo, centrada como estaba en la correcta realización de sus pinturas y dibujos, llamó la atención el bodegón Cacharro, una de las obras más destacadas de su trayectoria junto a los dibujos de desnudos, próximo al neocubismo de Vázquez Díaz. En febrero de 1934, el Ateneo de Pamplona, ciudad en la que entonces impartía clases, acogió la segunda individual de la artista que, no lo hemos dicho, firmaba sus obras: J. Zamora o Zamora, confundiendo a los críticos que no la conocían. Mantenerse ajena a los ismos extremos fue motivo de alabanzas, y se celebró su capacidad de modelar con el color, sus trazos modernos, el dominio de la luz y la sobriedad del dibujo.

En 1937 se incorporó en el Instituto de Enseñanza Media de Calatayud, donde permanecería hasta enero de 1942. Mientras tanto, en 1939, ingresó en el Estudio Goya de Zaragoza por ser el único donde se pintaba con modelos y para ser partícipe del ambiente artístico de la ciudad. En noviembre de 1942, Joaquina Zamora presentó su tercera individual en la sala Gaspar de Zaragoza. Los comentarios que acompañaron a sus obras, la mayoría realizadas antes de la guerra, le dejaron muy claro que todo había cambiado. En El Noticiero leyó: «Ha preferido afrontar las dificultades de la técnica en vez de lanzarse, como tantos otros artistas de su sexo, por la pintura de fórmula agradable y sencilla, el paisaje decorativo; las flores de graciosa entonación con los interiores modernos». Zeuxis recordó en la revista Aragón lo mucho que le había interesado el bodegón Cacharro que ya había comentado en 1933, pero el tono era otro; en esta ocasión argumentaba que la excelencia de la pintura, a pesar de la sencillez del motivo, se debía a que los cuadros «como en la elegancia femenina, nada se puede hacer sino a base de sencillez y ahí está precisamente la dificultad, en hacer en ambos casos, con pocos elementos, una obra arte, que también la elegancia femenina es arte». Ya Ostilio lo había dejado claro en Amanecer al afirmar que Joaquina Zamora, al igual que Magda Folch, eran «el color recio, pintura masculina, que nadie diría está pintada por una mujer y se da el caso de que ambas triunfan plenamente con bodegones y flores, que es el camino indicado para la mujer».

Vuelta a la enseñanza

Animada, al parecer, por el éxito de su exposición en la sala Gaspar, Joaquina Zamora decidió abrir su propio estudio de dibujo y pintura, harta de lo mal pagada que estaba la enseñanza oficial -a la que regresó en 1950, en Tarazona- y deseosa de tener autonomía y pintar en libertad. En 1949 el Mercantil acogió la Primera Exposición de Trabajos de los Alumnos de Joaquina Zamora, con obras de María Pilar Burges, Julia Sánchez Delmás, Pepita Morera, Lolita Corvinos, Aurelio Polo, María Luz Marqueta y Carmen Borobio. María Pilar Burges, una de sus alumnas predilectas, recordaba que Concha Lago, Charo Sancho Viana, Lolita Dolla, Pilar Bayona, Julia Pérez Lizano y las escritoras Mercedes Chamorro y Eva María Vicente y profesoras del Instituto Goya, recomendaban asistir al Estudio Zamora, un lugar donde «la formación recibida fue la antesala de nuestra independencia plástica». En aquellos años, «vaya tiempos, los cuarenta», escribió, «empezamos a pintar sin remilgos. (...) Hemos llegado a ser quienes somos, porque los primeros intentos de vuelo los hicimos con ella, con Joaquina, y fue en sus clases donde comprendimos que teníamos alas, que no las estábamos soñando, que había métodos para medir su envergadura, para fortalecerlas y perfeccionarlas».

Joaquina Zamora dispuso en su testamento que se crease una fundación bajo el patrocinio de la Diputación Provincial de Zaragoza, institución que había facilitado su formación en Madrid, para crear un premio de escultura y pintura destinado a artistas de Aragón con estudios acreditados.