No es ninguna novedad, pero vale la pena recordar que coyunturas como la actual son ventanas de oportunidad. Hay una osmosis privilegiada entre los problemas y la conquista de los objetivos. ¿Cómo, si no es concentrados en no ahogarnos en el mar, podría alguien hacerse fácilmente con nuestro barco y abandonarnos? Hay otras formas, claro. Sin ir más lejos con una pipa, una bonita Parabellum, también sería viable ¿no? Pero vamos a dejar esa opción de lado. Debemos presuponer que el concepto de la sumisión por la fuerza es algo que no nos sorprende, al fin y al cabo, toda la mecánica de Estado que nos rodea se basa en las FUERZAS del orden. Demos por sentado que más que una Parabellum, lo que porta el ser que pretende tirarnos del barco es el refrán que dio nombre a dicha arma tatuado en mitad de la pechera Si 'vis pacem, para bellum': Si quieres paz, prepárate para la guerra. Y es que, sin duda, hay muchos que llevan preparándose para la guerra desde el momento en que vislumbraron cualquier paz posible, tanto es así, que nunca se ha llegado a alcanzar ese armonioso deseo mientras que la preparación para la conquista se ha convertido en una batalla ininterrumpida. La conclusión a grandes rasgos de todo este asunto es que no debemos caer en el truco del mago que, por un lado, nos presenta una distracción coronavírica, mientras con la otra nos la mete doblada. Lejos de mí participar de las teorías conspiranoicas masivas; que si fue China, EEUU, Bill Gates (de este casi me tienta), los extraterrestres o las antenas del 5G. ¡Es tremendamente complicado afirmar que fuese provocado por alguno de ellos! Pero fácilmente previsibles las consecuencias.

Si dejamos de lado los habituales fetiches económicos como el desarrollo competitivo de vacunas y medicamentos, la mejora de la posición productiva, la implantación de monopolios y otras quiebras del sistema de mercado (elementos que, ¡oh, si! Sin duda, serán puestos en marcha) o el tan merecido “Os lo dijimos, cenizos” de los viejos ecologistas, videntes de pandemias y desastres naturales desde hace decenios, nos encontramos con la oportunidad perfecta para la implantación de nuevas dinámicas sociales. Dinámicas que orbitan alrededor de la interacción, el trabajo, la tecnología, el control y una paulatina y sensacional deshumanización.

En lo que respecta al trabajo, el acelerado ritmo de los sistemas neoliberales y la psicología de la autoexplotación no han dejado de condicionar la integración de las fórmulas de competición extrema y de beneficio masivo. Hasta después de la segunda guerra mundial el placer de la riqueza era precisamente disfrutar de ella, hoy día es su mera posesión. Lograr 'El Status'. Esa marisma de conquistas laborales por las que los gallos pelean a cuchillada y sangre con tal de ascender, mantener y cargar su título laboral, ahora con más caché e importancia que el nobiliario. Esto no solo ha provocado una lógica malababa empresarial, sino que en los propios trabajadores ha diluido el gusto por la producción de ideas, igual que las grandes industrias aplastaron el placer de los artesanos, pero sin cargas negativas. Sin reclamos. Sin pasión. Con un aletargado cansancio por arrastre. Eso parece justificar por qué la nueva moda, ahora que no nos quedaba otra y nos ahogábamos, del teletrabajo parece calar tan positivamente. A priori, la idea no es mala, no hay que desplazarse, se puede uno quedar en su zona de confort, no hay que socializar con tarados gilipollas y hasta puedes pasar más tiempo con los críos (¿seguro?). No obstante, tanta positividad ciega como una luz salvándonos de la oscuridad para hacernos arder. El teletrabajo significa una demacración del tejido social, significa que el trabajador acarrea con la mayoría de los costes de producción (wifi, ordenador, gastos eléctricos, calefacción, espacio), significa que se multiplica inevitablemente su horario de trabajo, hasta el punto de que, si se le requiere, ya no queda la excusa de que no puede acudir a la oficina, su oficina está en casa. Una casa, por cierto, ahora alejada de esa guarida de confort y familiaridad sin contacto con la máquina, y convertida en un latente lugar de trabajo reclamando y esperando impaciente que el trabajador actúe. El teletrabajo multiplica las probabilidades de agorafobia, depresión y ansiedad social, pues no debemos olvidar que el trabajo no es solo lo que nos da de comer; en la mayoría de los casos, nos define como individuos además de aportarnos un colchón social interactivo. Individuos, más cercanos a las máquinas que a los humanos, son más fáciles de despedir, de tratar como números si no los conoce ni se los ha visto. Son sujetos más productivos, pues no tienen otro motivo de ser. Alcanzado ese estatus, el miedo se apodera de los hombres y los doblega a la voluntad de sus labores. Producir riqueza, tanto para su empleador, como para sí mismo, se convierte en su único marcador de certeza. La mesa de trabajo es su iglesia, en donde reza a su dios misericordioso y cercano. Además, cuán difícil es luchar por mejorar tus condiciones de trabajo cuando no estableces contacto con nadie que te invite a hacerlo. Si los sindicatos caen determinantemente rendidos sobre la lona, hasta el punto de ser solo plataformas telemáticas, las únicas demandas a las que atenderán serán las de las mejoras de la conexión a internet.

El trabajo, como acabo de presentar, es una de esas oportunidades presentadas para los sádicos Si 'vis pacem, para bellum', pero no la única. El rastreo, las técnicas de control y la acumulación de datos personales son por supuesto la piedra angular de esta nueva ventana abierta.

Los pueblos, atormentados por el miedo a la muerte y la soledad, abrirán sus manos con agradecimiento a los poderes fácticos e institucionales que les ofrezcan alternativas de “supervivencia”. Una de ellas, y la que lleva las papeletas más firmes, es el Big Data a través del nuevo 5G. Es decir, la obtención de datos personales masivos con el fin de rastrear tu posición, tu estado anímico y claro, ¿por qué no? en un siglo donde todo se alberga en el móvil, tu puñetera vida entera. Y a quien se crea, después de Assange y Snowden, que dichos datos serán automáticamente borrados con el fin de proteger nuestra privacidad le grito un señorial ¡VENGA HOMBRE! Orden y control, el fetiche más extendido de las distopias. Deshumanización mecánica, apatía, restricción de la libertad y de la conciencia crítica, mediocridad productiva, sumisión agradecida, abstracción a la negatividad y destrucción de la duda, son algunos de los salmos a los que rezan los puestos de mando con el fin de tenerlo TODO, así, en mayúsculas.

Lo que viene ahora puede resultar pesimista y de un mal gusto futurista digno de un cienciólogo, pero, si bien es cierto que no es ni mucho menos el primero que lo menciona, como ya augura Noah Harari el futuro de nuestro modelo son las implantaciones subcutáneas. Algo que hace unos años nos resultaba ridículo y hoy, con la desconfianza, la tensión y la incertidumbre de una naturaleza que responde con violencia a nuestra reiterada violación, no nos parece tan descabellado.

La resolución positiva de estas especulaciones dependerá de cómo gestionemos la cesión de poder que realizamos, y seguiremos realizando, durante las crisis venideras. Habremos de ser capaces de claudicar por el bienestar general, sin perder de vista que deberemos reclamar con firmeza aquello que entregamos para que nos fuera devuelto. Y huelga decir que no hablo de las patéticas interpretaciones de la Kale Borroka de los barrios de Salamanca de toda España. Ellos, acostumbrados a dar siempre las órdenes, ahora se sienten incómodos recibiéndolas. El bienestar general está siempre supeditado a su bienestar personal, lo que los convierte en los eslabones perfectos para promover todas las macabras visiones que ya he relatado.

Estas elucubraciones no alcanzan a arañar ni tan siquiera mínimamente el tejido de objetivos y oportunidades de los Parabellums. Están también; el pago digitalizado promoviendo el control bancario de nuestros gastos, la adicción insalvable a los objetos tecnológicos, el fetichismo de marca, la privatización basada en el 'SALVESE QUIEN PUEDA', la soledad sentimental (¿quién trabaja mejor que alguien sin pareja u oportunidades de tenerla?), y una largo etcétera que merecerá la pena descubrir con estupor y admiración porque, si de algo no carece el poder, es de creatividad. No dejemos de prestar atención al coronavirus, pero tampoco olvidemos que tras toda distracción hay un truco final, un prestigio, dispuesto a cambiar nuestra forma de creer en la vida. Camus dijo: “Como cualquier obra de arte, la vida necesita pensarse. Toma tiempo vivir”. En vista del futuro que nos aguarda más nos valdría pensar nuestra vida con calma, tomándonos nuestro tiempo, si deseamos que no sea una obra de arte terrible.